Separaciones poco recomendables
¿Cuáles son las dietas disociadas más conocidas?
El presidente de la Fundación Española de la Nutrición, Gregorio Varela, junto a otros prestigiosos expertos, publicó en 1999 un trabajo de investigación y revisión que indaga y explica las particularidades de las dietas mágicas, entre ellas las dietas disociadas más conocidas; la del doctor Hay, el doctor Shelton, el régimen de Antoine, así como la del popular Michel Montignac.
Ni juntos ni revueltos
Los científicos, poco convencidos
Si se analiza a fondo la teoría de la dieta disociada basada en no combinar proteínas y grasas con hidratos de carbono, su seguimiento sólo se puede calificar como utópico.
La razón: no hay alimentos puros en un nutriente que sólo contengan hidratos de carbono o sólo tengan proteínas o grasas. Los alimentos son el resultado de una combinación de diversos nutrientes en distintas proporciones, lo que pone en evidencia el fundamento científico del que parten estas dietas disociadas. He aquí dos ejemplos:
- la leche, que en las dietas disociadas se clasifica como alimento proteico (y lo es), también contiene cierta cantidad de azúcares (lactosa) y de grasa si es leche entera o semidesnatada.
- las legumbres son también otro ejemplo de alimento con una concentración alta de hidratos de carbono y un nada despreciable aporte de proteínas.
Nuestro sistema digestivo -en condiciones de buena salud- está perfectamente diseñado para digerir y absorber en cada uno de sus niveles los diferentes nutrientes que componen los alimentos, tomados de manera aislada o conjunta. Es cierto, como señalan los defensores de las dietas disociadas, que las enzimas digestivas, las sustancias que transforman los macronutrientes de los alimentos -hidratos de carbono, proteínas y grasas- en moléculas más pequeñas -glucosa, aminoácidos y ácidos grasos libres- para que puedan ser absorbidas, son específicas para cada nutriente. No obstante, son capaces de actuar de forma conjunta.
La Fundación Española de la Nutrición deja clara su postura respecto al régimen de Montignac, uno de los modelos de dieta disociada más extendidos, que “se basa en premisas falsas, como que la causa de un exceso de peso se debe en todos los casos a un funcionamiento defectuoso del páncreas [el órgano que se encarga de producir insulina]”.
La evidencia científica no deja lugar a dudas; la obesidad es una enfermedad crónica multicausal y el tratamiento debe ir enfocado según su etiología (sus causas), que en muchos casos sí está asociada a desordenes endocrinos como el hiperinsulinismo -tal y como explica Montignac-, pero también se debe a factores genéticos, a malos hábitos alimentarios y de vida (sedentarismo), a trastornos nerviosos -ansiedad, depresión-, etc.
¿Tiene una dieta disociada efectos saludables?
La realidad que nos encontramos en la calle es que millones de personas han seguido dietas disociadas y les han funcionado, han logrado el objetivo que perseguían, que en la mayoría de los casos se resume en perder peso. Entonces, ¿tiene una dieta disociada efectos saludables? La pregunta que se debería plantear, sin embargo, es otra: ¿es necesario hacer una dieta disociada para mantenerse sano, para perder peso?
Si tenemos claro que las dietas disociadas se fundamentan en conceptos de Nutrición mal definidos e inconclusos, la respuesta sería: no. No es necesario ni estaría justificado hacer una dieta disociada de la manera estricta que la plantean sus creadores. Pero sí se pueden obtener beneficios con una acertada combinación de alimentos.
¿Puede una dieta disociada ser equilibrada?
Si la dieta disociada cumple con estos requerimientos -y para conocer estos datos se requiere el asesoramiento de una persona experta en Nutrición-, también puede ser equilibrada, aunque la distribución de nutrientes a lo largo del día sea diferente a lo convencional.
En un principio, disociar la dieta no tiene por qué ocasionar mayores problemas de salud si se atiende a la letra grande, es decir, a no mezclar hidratos de carbono con proteínas y realizar 5-6 comidas al día, incluyendo todo tipo de alimentos, aunque no sea conjuntamente. De esta forma se come de todo a lo largo del día y no se corre el riesgo de padecer deficiencias nutricionales.
No obstante, si sabemos que una dieta equilibrada convencional, caracterizada por una distribución tradicional de los alimentos, es efectiva tanto para garantizar la pérdida de peso como para conseguir un buen estado de salud y bienestar, cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿por qué recurrir entonces a una dieta disociada?
De la misma manera que confiamos en los médicos todas las cuestiones relacionadas con nuestra salud; en cuestión de cambio de dieta, el consejo saludable es el de dejarse guiar por expertos en el tema, que, tras un exhaustivo análisis de nuestros hábitos alimentarios, de salud y de estilo de vida, nos plantearán el modelo dietético más adecuado para nuestra situación particular.
Perder peso
En muchos casos de obesidad -pero no en todos-, los mecanismos hormonales del individuo para regular la glucemia no son eficientes, y parte de la glucosa que circula por la sangre se transforma en triglicéridos (grasas) que se acumulan en el tejido adiposo.
Por tanto, una postura razonable y saludable para perder peso consiste en “disociar” la cena -no necesariamente toda la dieta- y hacerla a base de vegetales y alimentos proteicos -carnes magras, pescados, huevos, jamón…-, obviando los que aportan hidratos de carbono -pan, arroz, pasta, patatas y legumbres-, o consumiendo éstos últimos -mejor sus versiones integrales- en pequeña cantidad, siempre y cuando se hayan tomado en su justa medida a lo largo del día.