Jesús Antonio Pérez Arróspide, Presidente de Fundación Vivir Sin Drogas

"Los padres piensan que sus hijos son los únicos que no beben"

1 marzo de 1999
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Beben ahora los jóvenes más que hace unos años?

Cuando nos referimos a jóvenes, hablamos de menores de 18 años, ya que es en esa edad donde se ha establecido la prohibición de venta de alcohol. Sentado esto, nadie duda de que los jóvenes beben más que antes, aunque, globalmente, la sociedad adulta haya reducido su consumo. Esta gran ingesta de alcohol entre los más jóvenes es un fenómeno social nuevo. La edad en que se comienza es muy temprana, entre 12 y 13 años. Con 14 años, se da un salto enorme en el consumo, ya que la mitad de los chavales de esta edad bebe habitualmente. Otra característica de nuestros tiempos es el gran nivel adquisitivo de los jóvenes. Se ha multiplicado, en pocos años, por diez e incluso por veinte esa capacidad monetaria, que en un importante porcentaje se destina al consumo de alcohol. Y también se ha duplicado el número de locales que despachan estas bebidas. Antes sólo había bares y tabernas, ahora tenemos pubs, discotecas, disco bares, chiringuitos, choznas, ….

Un último rasgo del fenómeno es que los adolescentes sólo beben los fines de semana. Entre semana, el 80% son abstemios y, probablemente, ejemplares alumnos e hijos. Pero cuando llega el fin de semana se lanzan desaforados a esta nueva cultura de salir hasta altas horas de la noche, a divertirse con sus amigos bebiendo como cosacos. Queda claro, por tanto, que el consumo de alcohol se focaliza en el fin de semana Antes, quienes bebían tomaban vinos y cervezas casi todos los días. Ahora, no.

Aunque es cierto que el número de abstemios entre los jóvenes crece lentamente, uno de cada tres de los que beben el fin de semana lo hacen de manera abusiva. Lo de salir de noche se está viendo incluso entre adolescentes de 12 a 13 años, que responden al reclamo de la noche y el alcohol. Porque lo uno está ligado con lo otro. El alcohol, y la diversión y desinhibición a él asociados, es uno de los principales motivos de nuestros jóvenes para salir de noche. Asumámoslo. Ahora, consumir alcohol forma parte de una moda que se impone, como el llevar una marca de zapatillas o ir a restaurantes de comida rápida. La publicidad y los medios de comunicación han creado unos valores en los que el alcohol es parte fundamental. El alcohol tiene, además, su propia cultura de conocimientos, compuesto por marcas, tipos y denominaciones, que sitúan al adolescente en un status específico.

¿Cómo se ha llegado a esta situación?

El alcohol, al ser una droga socialmente aceptada, ha surgido como respuesta al rechazo a otras sustancias peligrosas, como la heroína, y por el miedo al contagio de enfermedades como el SIDA. Gran parte de la juventud ha sustituido las drogas con mala prensa por el alcohol, una sustancia mágica que siempre ha estado ahí, arraigada en nuestra cultura. Su consumo, muy equivocadamente.

¿Sirven para algo las campañas institucionales de prevención ?

No nos podemos quedar con los brazos cruzados. Hay que informar de que el alcohol es una sustancia de alto riesgo, que genera dependencia y tolerancia, ya que cada vez se necesita mayor cantidad para conseguir el mismo efecto. Y de que su consumo por los menores de edad se torna en un peligro muy serio para su salud y su seguridad. Pensemos sólo en los accidentes de tráfico de las madrugadas de los fines de semana.

Además, el alcohol necesita varios días para metabolizarse a través del hígado y mientras tanto está dañando el cerebro. Los chavales tienen que estudiar el lunes y el martes pero con la resaca física y emocional del fin de semana no están en condiciones para un buen rendimiento escolar. Sólo estos motivos, aunque hay otros, son suficientes para que, en un intento de frenar ese consumo, se penalice la venta a menores. Ahora bien, es difícil que se impida ese consumo.

El menor de edad no está maduro como persona para digerir la publicidad y la presión social que favorecen el consumo de alcohol, por eso hay leyes que restringen esa publicidad y prohiben la venta de alcohol. En cuanto a la eficacia de las campañas, es baja, ya que son más pedagógicas que otra cosa. Aunque se ha constatado que catalogar algo como prohibido, provoca en algunos jóvenes el efecto del cumplimiento. Hay cierto miedo a transgredir la ley.

¿La aceptación social del alcohol dificulta el descenso del consumo entre los jóvenes?

El alcohol lo consume todo el mundo, incluidos los prescriptores sociales: padres, artistas, profesores, periodistas, médicos, …. Nos olvidamos de que los menores tienden a imitar, en ciertas cuestiones, el comportamiento de los adultos. El bautizo de alcohol tiene lugar en las celebraciones familiares donde se les incita, inconscientemente, a consumirlo. Así les iniciamos en el camino. Y recordemos que el alcohol, a diferencia de otras drogas, está presente en todos lados.

La Administración y las organizaciones sociales poco pueden hacer: el alcohol, en nuestra cultura, está muy integrado en la vida en sociedad. Alentar a la moderación en el consumo parece que va contracorriente, que tiene un matiz conservador y anticuado, cuando es precisamente lo contrario. Hoy, ser rebelde y original es conseguir pasarlo bien sin recurrir a lo que hace la mayoría: salir cada fin de semana al reeencuentro con la droga más antigua de que se tiene noticia, el alcohol.

¿Hay alternativas para que los jóvenes no beban durante la noche?

Salir de noche va hoy muy ligado al alcohol. Sólo el 30% de los jóvenes que salen hasta las 12 de la noche vuelve a casa sin haberlo probado. La cifra se reduce al 2% entre los que regresan en torno a las cuatro de la madrugada. De noche y en la calle, resulta muy difícil sustraerse al alcohol. La batalla es a largo plazo. Hay que generar material informativo en el sistema educativo (qué es el alcohol y sus consecuencias) y a su vez propiciar hábitos culturales y deportivos para el día siguiente, que hagan la noche menos atractiva para los jóvenes. Pero, reconozcámoslo, es casi imposible sustituir la noche por otra cosa. Si se sale, ya se sabe lo que hay, con las excepciones que se quiera.

Todos los padres piensan que sus hijos son los únicos que no beben, pero la mayoría están equivocados. Otra solución puede ser la de sustituir la borrachera como objetivo por un animado encuentro de amigos bebiendo moderadamente. Pero para ello, habrían de cambiar algunos conceptos, como el de la propia diversión. Si los jóvenes fueran más espontáneos y menos inhibidos, probablemente necesitarían menos estimularse con alcohol y otras sustancias. Otra cosa positiva sería que los jóvenes asuman que cuando se sale, el conductor no bebe, ya que los accidentes de tráfico son otro de los grandes problemas del alcohol.

¿Y los padres, qué pueden hacer?

Es su gran asignatura pendiente. Los padres de hoy son de un talante mucho más liberal que los de la generación anterior, por lo que son más permisivos con la hora de regreso a casa y mucho más dadivosos con la paga semanal. Además, los padres son transmisores de la cultura del alcohol. En las casa, todavía se bebe en presencia de los hijos.

Además, muchos padres han delegado estas cuestiones en los centros educativos, “que para eso están”. Sin embargo, pueden tener la llave para la solución de este problema, ya que los jóvenes valoran positivamente el papel de la familia. Según las encuestas, es la institución más estimada por ellos. Esto es un fenómeno nuevo, que debemos aprovechar. Habremos de modificar nuestros hábitos, en la convicción de que somos un modelo para nuestros hijos. Los padres también deben demandar al sistema educativo, y no sólo al profesor, estrategias para reducir el consumo de alcohol.

Y por último, los padres podríamos convertirnos en ciudadanos comprometidos con la sociedad. Que, por ejemplo, exigen que las normas sobre publicidad y venta de alcohol se cumplan, o que los ayuntamientos e instituciones ofrezcan espacios deportivos o actividades culturales y lúdicas atractivos para los jóvenes y que se ofrezcan como alternativas satisfactorias, para ellos, a la borrachera como única opción de diversión los fines de semana.