Qué envidia: todos le quieren
Casi siempre, los autores de estos libros de psicología eran norteamericanos preocupados por hacer más sencillo el tránsito hasta el triunfo, encumbrado al altar de las nuevas deidades. Dale Carneggie, uno de estos escritores, escribió una obra ampliamente difundida, “Cómo ganar amigos e influir sobre las personas”. Hoy vuelven a las estanterías estas obras con clara orientación popular. Su título comienza indefectiblemente por un “Cómo…” , seguido de los problemas a resolver: “vencer la depresión”, “superar las fobias”, “crecer personalmente”…. Son libros en los que abunda la receta, incluso el dirigismo emocional, pero no por ello dejan de resultar útiles.
Aunque en el ámbito de la psicología la resolución de los problemas no es tan fácil como podría deducirse de la lectura de estas obras, es frecuente que contengan ideas aprovechables. Lo fundamental es la disposición del lector: si busca su desarrollo como persona, un progreso auténtico a partir de una postura abierta y sin prejuicios, es probable que la lectura resulte provechosa.
Cambiar de verdad
Un cambio sustentado en una base sólida que nos permita una evolución madura y satisfactoria debe partir de la reflexión y de un claro deseo de mejorar. Y se verá corroborado no sólo por los comportamientos superficiales, sino incluso por nuestras actitudes. No se trata de caer más simpáticos a los demás, de disimular mejor nuestras limitaciones o de fingir sentimientos por pura conveniencia. Es algo más profundo, modesto y noble. La mejor manera de triunfar como seres humanos (en casa, en el trabajo, con los amigos) es convertirnos en personas más abiertas, más tolerantes e interesadas por lo que ocurre a los demás. Así de sencillo.
La primera satisfacción de una persona es mirarse hacia dentro y sentirse bien, conforme con su manera de ser, de pensar y de comportarse. Lo otro viene por añadidura. A casi todo el mundo (hay excepciones) nos gustan las personas afables, sinceras, positivas, genuinas, alegres, comunicativas y sensibles. Pero seamos sinceros: resulta difícil convertirnos en uno de estos individuos queridos y apreciados por todos. No seamos maximalistas, podemos ser muy estimados por quienes nos rodean sin que nuestra personalidad reúna estas características tan cercanas a la excelencia.
En este contexto de desarrollo personal, es razonable y positivo que uno se plantee qué hacer para gustar a los demás o cómo comportarse para caer un poco mejor a la gente. Son muchas las personas que, aun entendiendo trascendental la opinión que suscitan en los demás, no saben granjearse el afecto, la consideración y simpatía de los seres que le rodean. No es infrecuente que nuestros deseos de agradar a alguien en concreto se vean respondidos con la indiferencia o, peor aún, con una mueca de desprecio. Sin embargo, comprobamos que personas que se muestran espontáneas y relajadas crean a su alrededor una aureola de admiración, respeto y cariño. No se trata de comparar, pero no es un mal ejercicio reflexionar qué cosas confieren a estos privilegiados esa unánime aprobación de su entorno. No debemos imitar comportamientos, pero esa reflexión nos aportará bases para comenzar el proceso de mejora.
A veces, sentimos que no gustamos, que no caemos bien o que pasamos desapercibidos ,y eso nos desalienta, hace que se tambalee nuestra autoestima y aumenta nuestra desazón, provocándonos sentimientos de inferioridad y abandono. Es cierto que no somos sólo como nos ven, pero no lo es menos que el cómo nos vean los demás influye en nuestra percepción de nosotros mismos.
Ser visibles, reconocidos y valorados
Cuántas veces hemos dicho, u oído, refereidos a determinadas personas, frases como “qué desagradable, qué trato más huraño tiene”. También están quienes pasan desapercibidos por la vida, como si no existiesen, son “personas que no me dicen nada”. Y no es sólo lo que digan o cómo lo digan, sino lo físico, el saber estar, l a gracia personal, la originalidad, la elegancia, la corrección y la simpatía, lo que determina la actitud de los demás ante cada uno de nosotros.
Por una parte está el aspecto visible, lo físico, y por otra, las actitudes y comportamientos que nos remiten al lado más profundo de la gente. Por mucho que vivamos en un aparente “vale todo” en cuanto a aspecto físico y ornamentación, debemos concederle alguna importancia a a nuestra apariencia. Es nuestra tarjeta de presentación. Por ello, adaptemos nuestras opciones, preferencias y posibilidades estéticas a la impresión que queremos causar.
No seamos inocentes: hay elecciones, en materia de vestuario, complementos y aspecto físico general, que pueden provocar reacciones negativas en algunas personas. Sepámoslo. Y si el aspecto físico es, por su inmediatez, el primer elemento, el otro, y mucho más importante, es la actitud ante la vida, nuestra forma de estar en el mundo. No olvidemos que actitudes como el pesimismo, el victimismo, la desconfianza, la intolerancia, la ausencia de autocrítica, la autosuficiencia, o el egocentrismo no sólo no gustan a nadie, sino que no conviene albergarlas en nuestro interior. Para caer bien no hay nada mejor que querer a los demás, escucharles, respetar sus emociones y situarse en su lugar.
- Dedique atención y tiempo a su aseo y cuidado personal. La buena imagen corporal refuerza la seguridad personal y abre las puertas a la aceptación social.
- Revise su estado de ánimo y controle sus sentimientos y emociones, para que no interfieran en sus relaciones con los demás.
- Sonría, con expresiones faciales y gestuales que manifiesten que sintoniza con la gente, lo que no significa necesariamente estar de acuerdo. Es compartir un tono vital alegre y positivo.
- Recapacite sobre la importancia de que los demás no nos resulten pesados. Vigílese. No sea cargante: no abrume a sus contertulios con lo que padece o le preocupa. Compartir problemas no significa endosárselos a los demás.
- Tolerancia. El respeto a quienes piensan y actúan de modo distinto del nuestro, ayuda a que tengamos mejor imagen. Y que seamos más humanos.
- La gente es buena, mientras no se demuestre lo contrario. No hay que desconfiar. Una actitud abierta facilita que los demás nos acojan con buena disposición.
- Preguntemos lo que no sabemos, sin miedo a hacer el ridículo o a pasar por ignorantes. Así, ayudamos a que los demás se sientan importantes y útiles. Cuanto más inteligente y atractiva es una persona, más pregunta y escucha.
- En las discusiones evite utilizar los “mensajes tú”, en los que descargamos en el interlocutor la responsabilidad o culpa de todo el conflicto. Atrévase a utilizar los “mensajes yo”, la autocrítica, exponiendo los aspectos en que ha fallado.
- Aprenda a escuchar activamente. A “hacerse cargo” de la situación de la otra persona, para que se sienta acompañada y comprendida. Hágale preguntas. Administre los silencios, pero no para pensar en sus cosas, sino para mostrar respeto e interés por lo que siente el otro.
- No dé consejos, ni diga a nadie lo que tiene que hacer. Le coloca en una situación de superioridad que termina por no gustar. Cuando le pidan consejo, es preferible ayudar a que la otra persona encuentre la respuesta.
- Muéstrese tal y como es. No juegue a hacerse el simpático. La empatía, o capacidad de emocionarse con otros, no es una estrategia ni una técnica comercial. Se lleva muy dentro.
- Las amistades no se conservan. Se cultivan y se cuidan. Mime a sus amigos. Llámeles por teléfono, y no sólo cuando está aburrido, no tiene plan o sufre problemas. Visítelos. Sorpréndales de vez en cuando. Demostremos que tenemos ilusión por compartir con ellos momentos, experiencias o emociones.