El interior de los edificios, a veces poco saludable

Una contaminación que apenas se conoce

1 febrero de 2000
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La concentración de diversos contaminantes en el interior de los edificios (en el hogar, el colegio y el lugar de trabajo) puede superar los índices de polución registrados al aire libre. Esta situación representa un riesgo del que generalmente no nos percatamos, pero que, de hecho, existe: según los últimos estudios realizados en los Estados Unidos y Europa, los residentes en países industrializados pasan más del 90% de su tiempo hábil en el interior de algún edificio. Esta proporción es mayor si se refiere a lactantes, ancianos y personas con enfermedades crónicas, e incluso en buena parte de quienes viven en grandes urbes.

Una contaminación que apenas se conoce

Generalmente, los riesgos de contaminación en la industria pesada se encuentran bajo el control de especialistas sanitarios de la propia empresa. Sin embargo, en la vida cotidiana no percibimos (y, por tanto, no le concedemos la importancia que tiene) el grado de polución a que nos vemos sometidos tanto en los hogares como en los centros académicos o en las oficinas. Las partículas contaminantes pululan por el aire de estos interiores, pudiéndose asemejar la sintomatología que producen en nosotros a los típicos de un resfriado común y de algunas alergias.

Aparte de los más conocidos causantes de esta contaminación interior (humo de tabaco, síndrome del edificio enfermo y productos combustibles -cocinas, estufas, calderas y chimeneas-), se encuentran otros contaminantes que también representan un riesgo para la salud de las personas: el pelo de los animales, el moho, los ácaros del polvo y otras sustancias biológicas; plomo en el aire y vapor de mercurio; asbesto y radón, y los compuestos orgánicos volátiles (formaldehído, plaguicidas, solventes y productos de limpieza).

Principales causantes de la contaminación en interiores

Humo de tabaco

La naturaleza ubicua del humo en lugares cerrados hace inevitable que los no fumadores lo inhalen involuntariamente. El humo de tabaco es una mezcla dinámica y compleja de más de 4.000 productos químicos que se encuentran tanto en una fase de vapor como en partículas (muchos de estos compuestos son agentes tóxicos y cancerígenos). A quien inhala este humo, se le denomina a menudo “fumador de segunda mano”, “fumador pasivo” o “fumador involuntario”. La Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA) ha clasificado al humo del tabaco como cancerígeno para los humanos, y estima que en ese país mueren al año de cáncer al pulmón unos 3.000 no fumadores por esta causa. Otros informes concluyen asimismo que el tabaquismo pasivo puede causar cáncer de pulmón en adultos sanos que nunca han fumado. En lactantes y niños menores de tres años, la exposición al humo del tabaco duplica la incidencia de neumonía, bronquitis y bronquiolitis.

Pero, ¿cómo disminuir esta contaminación? Mientras que una ventilación adecuada de los espacios cerrados puede reducir el olor del humo de tabaco, los riesgos para la salud no se eliminan mediante los métodos de ventilación comunes, si bien algunos de los sistemas de limpieza de aire más eficientes, y siempre bajo condiciones específicas, pueden eliminar algunas partículas del humo de tabaco. Sin embargo, la mayoría de los limpiadores del aire, incluidos los modelos populares para escritorios, no eliminan los contaminantes gaseosos provenientes de esta fuente; aunque algunos están diseñados para este fin, no se cree que sean del todo efectivos. La solución más efectiva es no fumar en interiores, ya sea prohibiéndolo o restringiéndolo a habitaciones concretas que deberán ventilarse por separado del resto.

El Síndrome del Edificio Enfermo

El término síndrome del edificio enfermo (SEE), usado por primera vez en los setenta, describe una situación en la que los síntomas de los ocupantes de un local pueden asociarse temporalmente con su presencia en ese lugar.

Típicamente, pero no siempre, la estructura es un edificio de oficinas. Las quejas más comunes se refieren a irritación ocular y/o nasofaríngea, rinitis o congestión nasal, incapacidad de concentración y malestar general (quejas que pueden sugerir una serie de dolencias comunes, algunas ubicuas y fácilmente transmisibles). El factor clave para determinar que un edificio está enfermo es la desaparición de esos síntomas cuando las personas no se encuentran en el lugar.

De hecho, se cree que se trata del SEE cuando una gran proporción de sus ocupantes sienten una gran incomodidad en el local. Todavía se especula sobre la causa o causas del SEE. Un mal diseño, un deficiente mantenimiento o un inadecuado sistema de ventilación pueden convertir a un edificio en un lugar poco recomendable desde un punto de vista sanitario. La humedad también es un factor negativo (si es alta, puede aumentar la contaminación biológica). Otros aspectos perjudiciales son la poca iluminación, las condiciones ergonómicas adversas, las temperaturas extremas, el ruido y el estrés psicológico.

Pero, ¿cómo disminuir esta contaminación? El personal adecuado -propietario o gerente del local, especialista en investigación de edificios, o epidemiólogos de una agencia del gobierno estatal o local- debe emprender una investigación y análisis del local implicado, especialmente sobre el diseño y los sistemas de calefacción y aire acondicionado, para corregir las condiciones que susciten el problema. La participación de consultores de salud puede requerirse para diagnosticar y remediar los problemas del edificio.

Productos combustibles (cocinas, estufas, calderas y chimeneas)

Además del humo de tabaco en el ambiente, los principales contaminantes derivados de la combustión que pueden representar niveles nocivos son el humo de los aparatos de calefacción averiados o que se utilizan inadecuadamente: chimeneas con mala ventilación, calderas, estufas de carbón o leña, calentadores de agua, secadoras de ropa a gas y calentadores de ambiente a gas o queroseno mal utilizados o sin ventilación. Las emisiones de vehículos o la proximidad a un garaje (o un muelle de carga ubicado cerca de tomas de aire de ventiladores) también pueden ser fuentes de polución.

Los contaminantes gaseosos de las fuentes de combustión incluyen los “atmosféricos prominentes”: monóxido de carbono (CO), dióxido de nitrógeno (NO2) y dióxido de azufre (SO2). Los tejidos de nuestro organismo con más necesidad de oxígeno, como el miocardio, el cerebro y los músculos que se ejercitan, son los más afectados por estos atmosféricos internos.

Y, ¿cómo disminuir esta contaminación?

Se recomienda mantener e inspeccionar periódicamente el equipo instalado, que debe ventilarse directamente al aire libre. En el caso de las chimeneas y las estufas de leña o carbón (el vegetal nunca debe quemarse en el interior), conviene limpiarlas e inspeccionarlas con regularidad antes del invierno, mientras que los artefactos de ventilación deben emplearse siempre que sea posible. Los individuos que se exponen habitualmente a estas fuentes de combustión han de considerar la posibilidad de instalar detectores de monóxido de carbono.