¿Somos unos incultos?

No somos nadie. Cuando nos las prometíamos felices por la positiva evolución de los indicadores económicos y sociales en nuestro país, cuando comenzábamos a disfrutar sin complejos de la ilusión que supone compartir moneda y futuro con países como Alemania o Francia, sale la encuesta de turno y nos devuelve a nuestro humilde sitio en el furgón de cola.
1 febrero de 2000
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¿Somos unos incultos?

Un estudio de la Sociedad General de Autores ha puesto el dedo en la llaga: si por cultura se entiende leer periódicos y libros, asistir a conciertos de música clásica, funciones de teatro o representaciones de ópera, exposiciones en museos o ir al cine de vez en cuando, somos unos incultos. Eso sí, unos incultos perfectamente al día: seguimos al pie de la letra la corriente, porque la TV, la música predigerida y los ordenadores los hemos incorporado decididamente a nuestro “modus vivendi”.

La mitad de nuestros conciudadanos reconoce no leer nunca y que jamás va al cine. Pero hay datos aún más desoladores: para el 90% la música clásica simplemente no existe y dos de cada tres no han disfrutado jamás representación de teatro. Y el colectivo más adicto a la TV, además de los ancianos, son los jóvenes menores de 19 años, lo que indica que la tendencia tiene visos de perpetuarse en el tiempo.

No vamos a decir nada nuevo, pero integrar a la cultura en nuestras vidas resulta imprescindible para dos cometidos fundamentales: para ser un poco más sabios e independientes (conocemos mejor por qué ocurren las cosas a nuestro alrededor, nos entendemos mejor a nosotros mismos y a los demás, comprendemos un poco más la realidad y podemos aspirar a tener opinión propia sobre más temas) y dos, para disfrutar de ciertos placeres cuya degustación exige un cierto entrenamiento, como el arte (literatura, pintura, escultura, música, videoarte…) y el mundo de los conocimientos (historia, ciencia, filosofía, ecología…). Por tanto, nos ayuda a ser más libres, a elegir mejor y a diversificar lo que hacemos con nuestro tiempo libre.

Asumamos, por tanto, que nuestro crecimiento como personas requiere dedicación y esfuerzo y que hasta para pasarlo bien tenemos que poner algo de nuestra parte. No podemos aceptar el papel pasivo y sumiso que la TV y en general el mundo de hoy parecen empeñados en asignarnos. Hemos de intervenir más en el devenir de las cosas y reivindicar nuestra valía como interlocutores.

Seguramente, todos somos conscientes de que (a pesar de que un poco de frivolidad y desentendimiento nos permite afrontar con humor, e incluso soslayar, la rutina y algunos requiebros de la vida) el ser humano tiene también una identidad trascendental que se hace preguntas y piensa. Y que hemos de nutrir con una dieta equilibrada de estímulos y conocimientos.