Ana María Matute, escritora y académica

"El escritor es un ser solitario acompañado de sus fantasmas y obsesiones"

Ana María Matutue (Barcelona, 1926) refleja en su rostro la multitud de historias "con sentimiento" que ha contado y que le gustaría seguir narrando mientras pueda.
1 abril de 2000
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La escritora es la única mujer miembro de la Real Academia de la Lengua (le corresponde el sillón de la letra “k”), y la tercera que, en los tres siglos de vida de la institución, ha merecido tan alto reconocimiento.

¿Por qué escribe Ana María Matute?

Porque es una actividad solitaria. El escritor es un ser solitario que vive acompañado de sus fantasmas y de sus obsesiones. Escribir es una aventura que se realiza en solitario, como la del lector. En mi caso, cuando escribo me enfrento con el libro: o acabo con el libro o acaba él conmigo. Mientras dura esa titánica lucha cuerpo a cuerpo, yo no pienso cuántos lectores voy a tener. Sólo pienso en el libro, en lo que quiero contar o explicar. Mis libros se resumen en una pregunta o en una duda. Con que haya una persona que te lea y que dude contigo, ya es suficiente. Lo que me interesas es que alguien recoja mi llamada, aunque reconozco que lo bonito de escribir es que puedes llegar a infinidad de personas. Ahora bien, los lectores entendidos como número, como hacen los editores, no me interesan. Cada día este negocio se está mercantilizando más. Muchos autores escriben para vender y me parece bien, yo no se lo reprocho.

¿Qué papel juega la imaginación en la tarea y en la vida de una escritora?

La imaginación es fundamental, pero no sólo para escribir. Lo es también para vivir. Hay que tener en cuenta que no es necesaria la misma clase de imaginación para cada libro, y cada escritor es un mundo diferente. Por otra parte, la palabra es lo más bello que se ha creado, es lo más importante que tenemos los seres humanos.

¿Se le pueden agotar los temas a un escritor?

Siempre hay cosas que contar, que reivindicar y que protestar. Yo, alguna vez, he manifestado que escribir es una forma de protestar. Toda mi vida he protestado, desde niña.

¿Qué opina de los premios literarios?

Los premios no tienen importancia, lo importante es el libro. Los premios vienen bien, son útiles, cuando eres jovencita. En los años sesenta, ser escritora resultaba difícil y el premio Nadal de 1961 me ayudo a ser conocida. Los premios literarios no hacen escritores pero crean lectores, y eso también es importante.

¿Va mejorando, en su opinión, la posición de las mujeres en nuestra sociedad?

Ser mujer a la hora de escribir o de trabajar siempre es difícil. Por desgracia, la posición normal es que nos encontremos debajo del hombre. Bien es verdad que la situación está cambiando muchísimo, yo no me quejo; sin embargo, siempre hay cosillas, en una misma circunstancia, por ejemplo laboral, normalmente se inclinará la balanza hacia el hombre. Lo triste es que todavía ocurra esto. Me duelen este tipo de cosas. Aunque también pienso que los jóvenes están cambiando a mejor.

El actual imperio de lo audiovisual y de las nuevas tecnologías de la información ¿está cambiando la literatura, el proceso de creación del escritor?

La literatura va transformándose ligeramente, pero el fondo sigue igual. Cojamos, por ejemplo, la novela Los hermanos Karamazov, de Dostoievski. Lo que importa en ella son los sentimientos, de lo que se habla es del ser humano, y por eso engancha la historia que se cuenta. La televisión e Internet juegan un relevante papel en nuestro mundo, pero si quieren situarse a la altura de la mejor literatura tendrán que trasmitir de modo más auténtico la vida y relaciones humanas. Lo que importa a las personas es el sentimiento: el odio, el amor, el ansia de poder, la envidia…, eso todavía no ha cambiado y de ahí nacen las buenas historias. Yo escribí “Pequeño teatro” con 17 años, y la gente decía: “pero cómo una niña (porque entonces todavía se llevaban calcetines a esa edad) tiene ese desengaño de la vida, ese escepticismo ante el ser humano”, y era porque yo había leído mucho a Shakespeare, Cervantes, Dostoievski, los clásicos griegos… Más tarde, esas experiencias literarias la vida me las enseñaría mejor, a bofetada limpia.

¿Algún consejo para empezar a disfrutar con la lectura, para leer?

¡Qué lean! Sobre todo, los jóvenes. Yo empecé a leer porque era tartamuda y se reían de mí las otras niñas, que eran muy malas, y también porque mi padre, que era un buen lector, tenía una biblioteca muy completa. Y mi madre también leía, con lo cual los libros constituían para mí algo natural, no los veía como algo raro. ¿Sigue siendo una niña? Yo creo que todavía no he pasado de los 12 años, aunque en otros aspectos a los 20, tristemente, era ya una adulta. Yo empecé a escribir siendo una niña, con 5 años. Es que para mí escribir no es una profesión ni una vocación, es una forma de ser, de estar en la vida.

¿Los jóvenes tienen prisa por conseguir el estrellato literario?

La gente joven son mis grandes lectores y tengo la sensación de que conecto muy bien con los jóvenes. A los chavales que comienzan en esto de la literatura, hay que decirles que no se empieza escribiendo la “Divina Comedia”. Pero cuando eres joven hay que pensar que lo que haces es lo mejor de tu vida, con tu criterio, tus miedos y tus censuras… luego ya vendrá el tío Paco con las rebajas. ¡Tenemos tanto que aprender los jóvenes de los viejos y los viejos de los jóvenes, hasta de los animales! Es importante decir a los jóvenes que no hay modelos sino que hay experiencias de vida. Los modelos llevan a situaciones espantosas que todos conocemos.

¿El lenguaje oral es más importante que el escrito?

El lenguaje escrito es lo que queda. Pero es fundamental contar cuentos a los niños, mi tata vasca me narraba historias y más tarde me las leía, ahí empecé a descubrir el maravilloso mundo de los cuentos. Luego, yo me los volví a leer y me decía: cuando sea mayor quiero escribir, escribiré para vengarme de las personas mayores que nos amargan la vida.

¿Es uno consciente de que le llega la Tercera Edad?

Sí, eres consciente y no resulta tan dramático. Si cuando era joven me llegan a decir que me quedan diez años de vida, me hubiese dado un patatús; ahora a mi edad, no. Sientes que has cumplido un ciclo de vida que se agota. La edad lo que te quita con una mano -el tiempo- te lo da con la otra: naturalidad y sosiego para afrontar estos últimos años de la vida. Lo que me aterra de verdad es el dolor físico, soy muy miedosa. Pero si me muero una noche de invierno soñando con los cosacos, pues ya está, se acabó, he vivido mi vida, he dado todo lo que he podido dar, y tengo que estar satisfecha de ello.

¿Su discurso de entrada en la Academia de la Lengua lo tituló En el bosque, por qué?

De pequeña, en Mansilla de la Sierra, me escapaba al bosque y descubrí que era fascinante, que allí la oscuridad resplandece y que el vuelo de los pájaros escribe antiguas palabras donde han brotado todos los libros del mundo. Jamás había experimentado, ni volvería a experimentar en toda mi vida, una realidad más cercana, más viva. En el bosque puede ocurrir todo, lo más espantoso y lo más maravilloso, allí la vida se llena de espiritualidad, allí está el contraste entre la ferocidad y las figuras relucientes.

¿La fantasía se opone a la realidad?

La fantasía forma parte de la realidad, porque nuestros sueños, nuestros deseos y nuestra memoria son parte de la realidad. Por eso me resulta tan difícil desentrañar, separar la imaginación y la fantasía de las historias más realistas, porque el realismo no está exento de sueños y fabulaciones.

La Edad Media es otro de sus lugares emblemáticos, ¿a qué cree que se debe el auge del Camino de Santiago estos últimos años?

Soy una mujer fascinada por la Edad Media, en esa época la gente vivía en un mundo de fantasía, creía profundamente en las hadas, las brujas, el demonio…es mi mundo literario. En cuanto al Camino de Santiago, su éxito se debe a que es un camino europeo e iniciático. Es la eterna búsqueda del Santo Grial y la humanidad lo sigue buscando. Yo hace 74 años que voy tras él.

¿Con caballeros de la Mesa Redonda?

Con caballeros de la mesa redonda y con caballeros solitarios como yo.