Recuperar la confianza en la carne de vaca
Estas Navidades, además de felicitarles las fiestas y desearles lo mejor, hemos de tratar el tema estrella de las últimas semanas. Con la aparición en nuestro país de algún caso aislado de vacas con encefalopatía espongiforme bovina, ha saltado la alarma social y ha calado, entre muchos consumidores habituales y ocasionales de carne de vaca, el temor a contraer la enfermedad de Creutzfeld-Jacob, que puede causar la muerte no sólo en el ganado sino también en seres humanos. Este ambiente de incertidumbre, miedo y desconfianza ha provocado una drástica disminución en el consumo de carne de vacuno en España, a imitación de lo ocurrido en Reino Unido y Francia que acusaron antes y en mucha mayor dimensión el efecto del problema.
La verdad es que, afortunadamente, la situación en nuestro país dista mucho de ser preocupante: no se ha registrado ningún caso de esta enfermedad en personas y sólo se ha detectado (hasta finales de noviembre) en dos vacas. Y algo similar ocurre en otros países europeos, como Dinamarca. Esto es lo que hay, de momento. Y debemos interpretar esta realidad serenamente, sin magnificar la importancia de esta nueva crisis alimentaria. Lo cierto es que el riesgo que entraña comer carne de vaca es mínimo, y que se descarta que la carne limpia pueda trasmitir la enfermedad. Y si se trata de ternera, el riesgo es nulo ya que en los animales jóvenes esta enfermedad no llega a producirse: no se conoce ningún caso en la UE.
Ahora bien, medidas que piensan adoptarse como la prohibición de los piensos con componente cárnico (origen de la transmisión de esta enfermedad, propia de las ovejas), el sacrificio en toda la UE de las vacas mayores de 30 meses que no superen un exigente test de salubridad, la eliminación de los tejidos y órganos de riesgo en todo el ganado bovino que llega a los mataderos y el control analítico masivo para la detección de animales enfermos, son del todo necesarias a pesar de su elevado coste. Y lo son tanto para minimizar la posibilidad de que esta enfermedad afecte a las vacas y se trasmita a las personas como para que el consumidor vuelva a confiar en la carne de vaca y pueda incluirla en su dieta sin mayor preocupación.
Como consumidores, necesitamos recuperar la confianza en la seguridad de los alimentos y hemos de exigir que todas las partes involucradas en la producción de carne y en su control sanitario asuman la parte de responsabilidad que les corresponde. También parece inaplazable la creación y consolidación de instituciones científicas independientes, técnicamente cualificadas, rigurosas y fiables, que estudien primero y expliquen después el alcance de cualesquiera crisis alimentarias, sus motivos reales y lo que se debe hacer para superarlas. Implantar (en toda la cadena de producción y distribución) la trazabilidad de la carne, que permite identificar en cada pieza a la venta el origen de la carne puede servir también de gran ayuda.
Hoy, con las medidas que se están adoptando y con las que vendrán, la carne de vacuno está sometida a más controles de calidad y tienen mayor garantía sanitaria que nunca. Y aunque que el riesgo cero no existe ni en la carne ni en ningún otro alimento, es el momento de volver a confiar en ganaderos y autoridades sanitarias. Que, a su vez, deben proponer soluciones que garanticen la seguridad de este alimento que tradicionalmente ha formado parte de nuestra dieta y que tan interesante resulta desde un punto de vista nutritivo.