¿Pesa la idea de que el Festival es el encuentro con el terror, la sangre, lo más freak o gore, a pesar de la etiqueta de fantástico con la que se presenta?
El género fantástico ha experimentado una evolución con el tiempo. En sus orígenes, salvo excepciones notables, tenía naturaleza de serie B, pero en los años 70, coincidiendo con “La Guerra de las Galaxias” y “Tiburón”, se convirtió en un género con mayúsculas. Hay que entender que lo fantástico abarca territorios no limitados a los vampiros ni a asesinos en serie. Hablamos de ciencia ficción, de terror, de expresionismo surrealista, de películas muy diversas que tienen en común la presentación del subjetivismo, de aquello que la mente humana no alcanza a entender pero que le atrae.
Este octubre se cumple la trigésimo novena edición de un festival que suma adeptos cada año. ¿Tanto nos gusta pasar miedo?
El cine es ya de por sí algo mágico, algo a lo que damos crédito sabiendo que lo que sucede en la pantalla es ficción. Si, además, se trata de maravillarse con lo irreal, con lo oculto, la fantasía se convierte en algo cautivador. Este género despierta cinefilia y arrastra fans que no tienen por qué ser personas raras, sólo están fascinadas por otra realidad.
¿Por qué la actual proliferación de festivales de cine?
Los festivales son un encuentro entre tres estamentos: el público, la crítica y la industria. Su propósito es promocionar películas y ofrecer la oportunidad de visionar cintas que de otra manera no llegan a las salas comerciales. Al mismo tiempo, la gente del cine se encuentra, habla, hace negocios. Es un espacio temporal y físico en el que todo gira alrededor de la gran pantalla. Aunque cada vez haya más, son necesarios, porque además de dinamizar la industria, el público puede digerir mejor aquello que se le presenta, empaquetado bajo un lenguaje similar. En nuestro caso, mucho cine de género espera a octubre para presentarse.
Por Sitges han pasado Tarantino o Jodie Foster, ¿qué importancia tiene la presencia de personas famosas?
Se consigue singularizar el encuentro. De alguna manera, el espectador ve que desaparece la barrera de la pantalla y se encuentra en el mundo real con las personas que conocen por su obra, y eso siempre gusta. No es tanto mitomanía, que también, sino una oportunidad de escuchar el criterio de un protagonista o su interpretación del género. Aunque Sitges se está convirtiendo en un foro-mercado en el que la gente hace negocios, todavía se hacen sin pomposidad. Nosotros hemos tenido mucha suerte con los invitados. Tal vez por su propia atmósfera fantástica, el festival lleva a la gente a no estar presionada. Es un glamour más salvaje y divertido.
¿Cómo prepara el festival?
Se parte de una idea y se sigue fiel a ella, con cierta flexibilidad, porque se trata de visionar 400 cintas, de las que se van cayendo muchas porque no interesan o no van a estar listas. También llegan más de un centenar de películas de manera espontánea, entre las que hay algunas que están francamente bien. Hay que ver mucho cine, leer mucho, investigar, curiosear, preguntar y viajar.
¿Cómo se selecciona el jurado?
Cada día es más complicado, no sólo porque haya muchos festivales, sino porque pasar diez días viendo cine para después tener que juzgarlo no es tarea fácil. Hay pocas personas dispuestas a hacerlo aunque se lo pasen bien, y es que la gente trabaja. Intentamos contar con un jurado representativo de los estamentos que conforman el cine: un actor, una directora, una guionista, un crítico… y también valoramos que procedan de diferentes países, para contar con puntos de vista y culturas distintas. En principio hemos desechado la idea de llamar a estrellas por el mero hecho de estar de moda, preferimos contar con profesionales competentes.
El jurado premió en su día a “Europa”, de Lars Von Trier, o “Terciopelo Azul” de Lynch. ¿Qué supone acertar en el premio con un filme que pasará a la Historia del cine?
En cierta medida es lo que a la larga da prestigio a un festival. Cuando se premió “Reservoir dogs”, Tarantino era un desconocido. Aunque el palmarés es subjetivo y está manipulado por el momento y las modas, es acertado cuando cumple con la misión de descubrir talentos.
Este año se paseará por Sitges David Lynch. ¿Por qué su presencia?
Los últimos años hemos tomado las efemérides como guión del Festival. Cumplimos años con “La Guerra de las Galaxias” y celebramos los 30 veranos de “Tiburón”. En esta ocasión conmemoramos los 20 años de la proyección de “Terciopelo azul”. Aquello supuso un punto de inflexión para Sitges, abandonamos la serie B y nos enfrascamos en autores de primera fila. La proyección de la película de Lynch originó un verdadero debate en la sala. La mitad del cine le aplaudió como loca y la otra mitad le abucheó con rabia. Linch todavía genera esas fobias y filias, aunque para mí es el fantástico. Salvo “Una historia verdadera”, cuyo final es surrealista, sus películas narran historias de personas que están muertas o transcurren en el submundo de una ciudad aparentemente normal. A Lynch le fascinan Dalí y Buñuel. Creo que eso le define bastante.
Resulta también chocante la importancia del cine oriental en este género.
La primera vez que ves cine oriental acusas el choque cultural, que es tremendo. El tiempo narrativo es diferente, la manera de contar historias no se guía por el esquema narrativo griego de tesis, antítesis y síntesis, sencillamente porque en Oriente no se narran las historias así, con independencia del género que utilices o la manifestación de la que se trate. Para contar son anacrónicos. En el cine, por ejemplo, no marcan los flashbacks, algo que en Occidente no se deja a la interpretación salvo excepciones.
Y Hollywood, la industria americana, ¿sigue siendo referente?
No es bueno olvidar el cine americano. Esa postura snob de que el cine americano no interesa no conduce a nada. Es un cine lleno de ideas, con grandes directores y grandes cineastas. Si elaboráramos una lista con las 10 mejores películas del cine cada año, probablemente cinco de ellas estarían hechas en California.
¿Quién diseña los carteles anunciadores del festival, verdaderos iconos de coleccionistas?
El autor es Toni Galindo, un gran amigo mío y gran conocedor del festival que murió este año, y a quien dedicamos esta edición.
La competencia a la gran pantalla es cada vez más feroz: Internet, home cinema en los hogares… ¿Estamos asistiendo a la muerte lenta de la proyección en sala?
Los interrogantes que rodean ahora al cine giran en torno a cómo lo veremos o cómo accederemos a él, pero no va a caducar, al igual que no lo han hecho el teatro, la radio o la música en vivo. Lo que sucede es que estamos en un momento de transición en el que está cambiando la manera de hacer cine, de concebirlo y de proyectarlo.
¿Ganarán la batalla los efectos especiales o se volverá al buen guión?
Se puede hacer una película interesante sin un buen guión y con muchos efectos, pero no se logrará una obra maestra. El guión siempre ha sido muy importante, pero es uno de los elementos más descuidados del cine actual. Se abusa mucho de lo original en un intento de firmar algo nuevo, no visto, y sin embargo, el guión bueno es el que no se nota. “Sospechosos habituales” está escrita para lucir el guión, y con ello pierde la magia o la oportunidad de pasar a la historia. El guión de “El Golpe” es maravilloso pero la historia está por encima, no pretende que la gente salga del cine diciendo qué guión, sino qué película. La película tiene que funcionar sola y, sin embargo, se están construyendo historias al servicio de un aparato de producción. “French Connection” no es un ejemplo de buen cine, pero tiene un guión detrás, que ahora sería considerado arte y ensayo. En definitiva, se están fabricado las películas en la sala de montaje.
Y eso, ¿qué significa?
Se producen errores de bulto en la historia. Tal vez el gazapo del guión no se ve, pero se percibe. Y el error por lo general no es de quien ha escrito la historia, sino de las necesidades repentinas de meterle acción y cambiar el orden de las escenas. Alfred Hitchcock pedía al montador que hiciera maravillas, pero la escena de la ducha de “Psicosis” no se hace en la sala de montaje, cuenta con un story board minucioso.
Sin embargo ahora no hay tiempo. Las películas se hacen para recuperar el dinero de manera rápida y para ofrecerlas en DVD a toda prisa. Pero esto empieza a cambiar. Se va a ir abandonando poco a poco esa obligación de que el final sea feliz o de que todo se entienda muy bien, como cláusulas obligatorias para triunfar y gustar. El cine de los 70 no era nada complaciente y, sin embargo, al público le gustaba. Decía antes que estamos en un momento de transición y esto incluye la vuelta del guionista de los 70, que sabe contar historias perfectamente narradas y que en la sencillez encuentra la coherencia pero sin flaquear en la narración.
¿Con qué director o directora a le gustaría contar en el Festival?
Con uno a quien ya no puedo traer, Stanley Kubrick, que para mí es el mejor. El autor de la película insuperable: “2001, una odisea del espacio”. Nunca veré una película mejor. Dicho esto, y aunque suene a tópico, me gustaría contar con Steven Spielberg. Spielberg consiguió reinventar el cine, y eso no se hace todos los días, ni todos los años. Con “Encuentros en la tercera fase”, con “ET”, con “Tiburón”, hubo una persona que empezó a hablarnos en el cine en un lenguaje que entendíamos. Nos abrió ese mundo. Nosotros entendíamos a los niños que veían extraterrestres, a las gentes que se encontraban con un OVNI o el miedo a los tiburones en la playa. Conectó con la nueva generación que quería ver cine, o que sin saber que quería verlo, de repente se dio cuenta de que sí, de que el cine era eso. No es casualidad que con él cambiara la técnica de hacer cine, de vender cine, de llenar pantallas.