Modificados para mejorar alguna función vital de nuestro organismo
El concepto clásico de “nutrición adecuada” que aporta los nutrientes suficientes (hidratos de carbono, proteínas, grasas, vitaminas y minerales) para satisfacer las necesidades orgánicas tiende a ser sustituido por el de “nutrición óptima”, que incluye, además, la potencialidad de los alimentos para promocionar la salud, mejorar el bienestar y reducir el riesgo de desarrollar enfermedades. Y es precisamente en este ámbito donde aparecen los alimentos funcionales. El papel benefactor para la salud que puede desempeñar el consumo de estos alimentos se basa en estudios científicos que, a lo largo del siglo XX, han confirmado la relación directa existente entre los alimentos que se consumen y el estado sanitario de la población, la prevención y el tratamiento de ciertas enfermedades.
¿Qué son los alimentos funcionales?
Son alimentos a los que se ha añadido (o de los que se han eliminado) uno o varios ingredientes; o de alimentos cuya estructura química o biodisponibilidad de nutrientes se ha modificado; o de una combinación de estos dos factores. Es decir, son alimentos modificados, con la particularidad de que alguno de sus componentes (sea o no nutriente) afecte a funciones vitales del organismo de manera específica y positiva. Pero los componentes de los alimentos enriquecidos se hallan también en los convencionales, por lo que una persona que sigue una dieta equilibrada y mantiene hábitos de vida saludables no necesita consumir alimentos funcionales, ya que ingiere todos los nutrientes que su organismo necesita. Sería conveniente, eso sí, que la Administración legislara (aún no lo ha hecho en nuestro país) sobre los requisitos exigibles a los alimentos funcionales, y que controlara el cumplimiento de lo que en su publicidad prometen al consumidor.
Efectos positivos
Los efectos de los alimentos funcionales provienen de su contribución al buen estado de salud y de su capacidad de reducir el riesgo de padecer enfermedades. Los investigadores han identificado y determinado los beneficios de estos componentes funcionales de los alimentos. Algunos efectos demostrados son:
- disminución del riesgo de enfermedades cardiovasculares gracias a los ácidos grasos omega 3 (pescados azules) y antioxidantes naturales -carotenoides, vitamina C y E, zinc, selenio… (en verduras, hortalizas y frutas);
- disminución del riesgo de ciertos tumores gracias a sustancias antioxidantes (en vegetales);
- regulación de funciones intestinales, del nivel de glucosa y colesterol en sangre mediante la fibra soluble;
- mejora del equilibrio de la flora intestinal y del estado inmunológico por las bacterias lácticas (probióticos)…
Alimentos funcionales y sus repercusiones sanitarias
Existe la creencia de que los alimentos funcionales “curan” enfermedades. Sin embargo, la propiedad funcional está relacionada con el papel metabólico estructural o fisiológico sobre el crecimiento, desarrollo, mantenimiento y otras funciones normales del organismo; y no con la capacidad de tratar una patología. Los alimentos funcionales pueden prevenir, pero no curan.
Leches enriquecidas. La última generación la constituyen las leches enriquecidas en calcio, vitaminas, ácidos grasos omega-3, etc., que representan el 5% del consumo total, un volumen pequeño, pero nada despreciable si valoramos la corta edad del producto.
Probióticos. Un probiótico es un microorganismo vivo que al ser ingerido en cantidades suficientes ejerce un efecto positivo en la salud más allá de los efectos nutricionales tradicionales. Bajo el calificativo probiótico se engloban además de los microorganismos del yogur (Lactobacillus acidóphilus bulgaricus), las últimas generaciones de leches fermentadas con diversas bacterias (Bifidobacterium y Lactobacillus acidófilus y L. casei inmunitas). Mientras que los ya asentados “Bio” aseguran favorecer la regeneración de la flora intestinal por su aporte de bifidobacterias (bacterias que se encuentran de forma natural en el intestino humano) y las nuevas leches fermentadas con lactobacilos sostienen su capacidad de estimular las defensas naturales del organismo; un buen número de estudios clínicos demuestran que todas las bacterias lácticas mencionadas ejercen similares acciones saludables en el organismo.
Prebióticos. Son sustancias contenidas en los alimentos que resisten la digestión en el intestino delgado y son susceptibles de ser fermentadas por la flora bacteriana del intestino grueso, teniendo un efecto favorable sobre la misma e, indirectamente, sobre el organismo humano. Entre los prebióticos se encuentran diferentes tipos de fibra: soluble, lignina y oligosacáridos no digeribles (por ejemplo, los FOS-fructooligosacáridos-), que se incluyen en productos tales como leche, yogures, flanes y margarinas entre otros. Estos compuestos son sustrato de las bacterias que colonizan el intestino grueso, originando ácido láctico y ácidos grasos de cadena corta, metabolitos que estimulan el crecimiento de las bifidobacterias. Diversos estudios sugieren que la ingesta de oligosacáridos no digeribles aumenta la absorción de minerales, en particular del calcio. Este hallazgo abre una nueva vía en la prevención de la osteoporosis.
Los FOS están presentes en numerosos alimentos vegetales (puerro, cebolla, espárrago, ajo, alcachofas, tomates, legumbres), la lignina se encuentra en la parte leñosa de vegetales (lechuga, acelga) y en los cereales integrales y la fibra soluble en frutas, legumbres. De ahí que haya que contemplar variedad de alimentos como parte de una dieta equilibrada.
Productos enriquecidos con ácidos grasos omega-3. Los omega 3, son ácidos grasos poliinsaturados, que se encuentran naturalmente en la dieta: ácido eicosapentanoico (EPA) y ácido docosahexanoico (DHA). Desde hace ya pocos años, concretamente desde marzo de 1996 se comercializan los huevos enriquecidos con DHA. El DHA es un ácido graso que destaca por diversas propiedades: mantiene el equilibrio de las grasas en la sangre, impide la agregación plaquetaria, por lo que incide favorablemente en caso de riesgo cardiovascular y además, se trata de un lípido fundamental para el desarrollo y funcionamiento favorable del sistema nervioso central. Este ácido graso debe ser aportado a través del consumo de productos ricos en este tipo de lípidos, como el pescado azul. Hace unos años, se utilizaba aceite de pescado como complemento del pienso de las gallinas, con el fin de enriquecer los huevos en DHA, pero presentaba sus inconvenientes. El producto podía adquirir sabor a pescado y, además, se necesitaba una serie de procesos químicos y de refinamiento que encarecían notablemente la producción. Sin embargo, una compañía estadounidense fue la que descubrió el tipo de alga que posee un alto contenido en DHA, y actualmente se utiliza como parte del pienso de las gallinas.
Hoy, consecuencia de los avances tecnológicos se añaden estos ácidos grasos a galletas, margarinas, productos lácteos, patés de hígado de cerdo y salchichas de ave, además de los huevos. Pero, al igual que sucede con todos los alimentos que poseen una cantidad mayor de determinados nutrientes, el abuso puede resultar perjudicial. De hecho, el exceso de DHA en el organismo puede provocar defectos en la coagulación de la sangre.
Productos enriquecidos en fitosteroles. Los fitoesteroles son sustancias vegetales similares al colesterol humano. Al aportarlos en la dieta, la absorción del llamado “mal colesterol” (LDL) en el intestino se bloquea. En estas propiedades se basa una margarina, aprobada recientemente como alimento funcional por parte del Comité Científico de Alimentación Humana de la Unión Europea. Este alimento actúa como un fármaco hipolipemiante (capaz de reducir el colesterol), con la ventaja de que la tolerancia es buena y no conlleva los trastornos de otros fármacos con un mecanismo de acción similar, concretamente, las resinas. El consumo de unos 20 gramos diarios de esta margarina, cantidad suficiente para dos rebanadas de pan, basta para obtener reducciones de LDL de entre el 10 y el 14 %. Sin embargo, el consumo de fitoesteroles puede asociarse a determinados desequilibrios, tales como una reducción importante de los niveles de beta-carotenos o provitamina A y la deficiente absorción de las vitaminas solubles en grasa, A y K. Una dieta variada compensa las disminuciones, por lo que no supone ningún riesgo. No obstante, conviene controlar su ingesta en personas con necesidades nutritivas elevadas; niños y adolescentes en periodo de crecimiento, embarazadas y madres lactantes y personas que sufren de alteraciones en el aparato digestivo (maldigestión y malabsorción), situaciones que impiden un correcto aprovechamiento de ciertos nutrientes de los alimentos.
Productos enriquecidos con sustancias antioxidantes. Existe evidencia científica de que la ingesta habitual de sustancias con actividad antioxidante se relaciona con la disminución de la incidencia de enfermedades cardiovasculares. Uno de los principales mecanismos de producción de aterosclerosis (estrechamiento del diámetro de las arterias que dificulta el paso de sangre), origen de la mayoría de enfermedades cardiovasculares, es la oxidación de una de las proteínas que transportan colesterol por la sangre (LDL). Entre las sustancias antioxidantes que reducen este proceso, se encuentran las vitaminas E (aceite vegetal virgen de primera presión en frío, frutos secos, germen de trigo) y C (cítricos, kiwi, pimiento, tomate) así como otros carotenoides como el licopeno (tomate), betacaroteno (zanahoria, calabaza, mango), zinc (carnes, pescados, huevos) y selenio (carnes, pescados, huevos, marisco principalmente), polifenoles (vegetales en general) y compuestos azufrados (verduras de la familia de la col, cebollas, ajos…). Así mismo, el propio envejecimiento y procesos degenerativos como cataratas o ciertos tumores, se relacionan con las reacciones de oxidación en el organismo, por lo que las sustancias antioxidantes tienen un efecto protector.
En la actualidad son numerosos los productos alimenticios, tales como zumos de fruta, bebidas de leche y zumo, entre otros, los que incluyen una o varias sustancias antioxidantes entre sus ingredientes con el fin de paliar los procesos orgánicos oxidativos. No obstante, hay que ser prudentes con las dosis a consumir, ya que existen diversos estudios realizados con sustancias que se sabe que tienen un efecto beneficioso cuando se ingieren como parte de un alimento, como el betacaroteno, que cuando se han administrado a voluntarios en estado puro, fuera de los alimentos, y a altas dosis, dejan de ser antioxidantes para ser prooxidantes (efecto contrario).
En la Unión Europea, el Comité Científico de la Alimentación Humana (Scientific Committee on Food, SCF) que se encarga de formular las opiniones científicas en relación con la salud del consumidor y seguridad de los alimentos en cualquier punto de la cadena alimentaria, tiene en desarrollo actualmente la identificación de los niveles máximos tolerables para la ingesta de vitaminas y minerales, debido en parte al enriquecimiento generalizado de los alimentos, con el fin de evitar la toxicidad como consecuencia de un consumo excesivo de determinadas nutrientes. Aunque los alimentos funcionales son susceptibles de mejorar la salud, hay que valorarlos en su justa medida y disfrutar de ellos sabiendo que, si bien no son la panacea de todos los males, resultan beneficiosos y aportan un complemento saludable a una dieta apropiada y a un estilo de vida activo.
Los fundamentos científicos para considerar como funcionales a diversos alimentos son consistentes, pero cabe preguntarse si no es más razonable divulgar las propiedades saludables bien demostradas de muchos alimentos, naturales o transformados, sin necesidad de crear una nueva categoría, ambigüedades o discutibles alegaciones de promoción de productos que “se suban al carro de lo funcional” sin argumentos válidos que lo justifiquen.
Actualmente son necesarias más investigaciones para la comprobación científica de las propiedades de los alimentos funcionales, identificándose los principios activos y convalidando la seguridad y muy importante, la dosis a utilizar, estableciéndose marcadores analíticos, ensayos clínicos y demostración de efectos bioquímicos y fisiológicos.
Los alimentos funcionales pueden resultar una facilidad o un complemento interesante, pero no una necesidad. En el estado actual de conocimientos, podemos seguir afirmando que una alimentación suficiente, variada y equilibrada, cuya base son los alimentos ordinarios, frescos y procesados, puede proporcionar en conjunto, todos los efectos saludables que nuestro organismo necesita y así mismo, eligiendo adecuadamente estos alimentos, también incluiremos los componentes funcionales de los mismos (carotenoides, ácidos grasos omega-3, fibra, sustancias antioxidantes y otros). Por lo tanto, una dieta correctamente diseñada ya es funcional.