Macroeconomía y vida cotidiana
Los ciudadanos tendemos a no conceder demasiada importancia a los avatares de la macroeconomía, a los datos e informaciones que nos hablan de procesos de concentración en diversos sectores (pensemos, por ejemplo en las recientes macro-fusiones de grandes entidades bancarias o de la distribución), de globalización y mundialización de la economía (el reciente terremoto de Taiwan ha hecho que la memoria de los ordenadores sea, aquí, más cara), de liberalización parcial de sectores anteriormente monopolísticos (energía, telefonía, líneas aéreas,…) o de procesos inflacionarios como el que estamos comenzando a sufrir.
Y ello es comprensible ya que, aparentemente, este convulso mundo de las grandes cifras y de las políticas económicas apenas influye en nuestra vida cotidiana. Pero nada hay más lejos de la verdad. Como consumidores que somos de productos y servicios, estos cambios nos afectan de manera decisiva, y por tanto, algo tendríamos que decir al respecto.
Nadie discute que los procesos de concentración de empresas pueden redundar en disminución de la competencia, con los consiguientes efectos negativos para el mercado y para cada uno de nosotros (en lo relativo a calidad, precio y servicio, porque la competencia es el mejor estímulo para que las empresas mejoren cada día en su gestión). Ni hay que ser un especialista financiero para entender que una inflación alcista repercute en el aumento de los precios en general y de los tipos de interés que pagamos por nuestros créditos.Tendremos ocasión de comprobarlo en los próximos meses.
Los consumidores hemos de exigir que la Administración actúe decididamente para que ninguna circunstancia restrinja la competencia entre empresas y para que los sectores que aún operan en régimen de monopolio o cuasimonopolio (sin ir más lejos: ¿qué pasa con las compañías eléctricas- que tienen repartido el mercado y no compiten, porque el usuario no puede elegir- y con las llamadas locales, beneficiadas por el reciente filón que supone Internet, todavía de gestión exclusiva de Telefónica?) se vayan liberalizando paulatinamente, para que sean los clientes quienes elijan, y, con ello, impulsen, a las empresas más competitivas.
El derecho a la libre elección es una de los fundamentos que debe definir el complejo y globalizado mercado en que nos movemos, y tanto los poderes públicos como las empresas y los consumidores debemos exigir que se respete y se potencie.