Estudió filosofía, pero siempre se ganó la vida haciendo fotos.
Siendo adolescente me fascinaba la técnica fotográfica, el mundo del cuarto oscuro donde se hace alquimia con el tiempo, y como mi familia me podía pagar la carrera pero no la vida diletante que yo ansiaba, me di cuenta que un buen recurso económico era hacer fotos. Así empecé a trabajar en una editorial mientras acababa los estudios, que me acercaron a la antropología, sin duda el nexo narrativo de mi trabajo. Pero lo que más ha determinado mi actual profesión ha sido la lectura. Soy un lector empedernido, no tengo espíritu de aventurero, por lo que dudo que hubiera viajado jamás, pero los libros avivaron mi curiosidad y las ansias de saciarla me hacen recorrer kilómetros.
Un rasgo muy característico de su obra es que siempre utiliza el color. ¿Por qué?
El blanco y negro es por sí una abstracción de la realidad. El mundo tiene colores. Sin embargo, por un condicionante sobre todo técnico -hasta hace relativamente pocos años el color era muy difícil e incómodo para trabajar-, la historia de la fotografía se ha escrito en grises por lo que, al menos para mí, queda mucho más que decir en color. Creo que si bien el pintor debe huir de él esquivando el hecho de que la percepción visual nos lleva a fijarnos lo primero en el color, antes que en la forma, en la fotografía sucede al contrario. Por vulgar que sea una imagen, si está contada en blanco y negro parece algo. De todos modos, igual que ya no se discute si en la pintura debe haber dibujo, se superará esta dicotomía.
Otro gran avance, sin duda, son las nuevas tecnologías aplicadas a la imagen. ¿Qué supone la irrupción de las cámaras digitales en la fotografía?
Ha cambiado el concepto de hacer fotos en todos los ámbitos. Creo que yo seguiré utilizando el soporte químico, aunque mi postproducción es digital. De todos modos, no hay que olvidar que lo que importa es la imagen, y la manera en que se capte tampoco influye tanto. Pero ese vicio que nos permite la tecnología de desechar sin apenas ver, nos sirve para reflexionar sobre nuestra vida actual. No nos damos cuenta, pero vamos a la carrera, sin tiempo para detenernos a pensar qué hacemos.
José Manuel Navia fue editor gráfico en El País, pero lo dejó cuando se dio cuenta que había transcurrido un año sin hacer una sola foto. En la actualidad mantiene su relación con el diario como freelance, publica reportajes en periódicos italianos y franceses y en revistas del prestigio de National Geographic. Premio Godó de Fotografía, se define fascinado por su trabajo, que le permite mantener un particular idilio con la lengua portuguesa y sumar las ocasiones de viajar a países de ese hablar. Siempre solo.
¿Cómo se prepara un viaje?
Leyendo. Si voy a trabajar en Marruecos, lo primero que hago es sumergirme en su literatura, me documento, cartografío la zona y aunque una vez allí no hago lo que tenía pensado, pues en la fotografía las pretensiones se descubren enseguida, la formación no es en balde. Y otra cosa: siempre hay que viajar solo, dos son un grupo, y no te mezclas.
¿No viajan juntos periodista y fotógrafo?
En mi caso, nunca. A mi parecer es mucho más enriquecedor realizar dos obras que se complementan, pero que no intentan explicarse la una a la otra. Si el trabajo fuera resultas de una inmersión simultánea corre el riesgo, y así me lo dice la experiencia, de que la personalidad más fuerte se imponga a la otra. Si el escritor o el periodista tiene mucha fuerza, el fotógrafo acaba ilustrando el escrito y no narra con imágenes; si es a la inversa, el escrito queda convertido en unos pies de fotos de lujo. Cuando Julio Llamazares escribió el “Trás-os-Montes (Un viaje portugués)”, me pasó el manuscrito. Lo leí y viajé a Portugal, pero no con el propósito de apoyar su texto, no intenté enriquecerlo. De hecho, el libro transcurre en julio, y yo viajé allí en el mes de enero.
¿Hasta qué punto hay implicación sentimental del fotógrafo con las personas, momentos o lugares que retrata?
La fotografía no sirve para salvar el mundo. El fotógrafo de guerra comprometido que piensa que lo va a cambiar tiene mucho valor, y buenas intenciones, pero no creo que sirva para nada más que para dar testimonio. En este aspecto soy escéptico. Sí creo que con la fotografía compartes dudas acerca del sentido de la vida, porque el fotógrafo ha de aceptar el azar que la cámara le regala, capta lo que ve, y lo que no ve. Como decía la gran fotógrafa Lisette Model, la fotografía no tiene respuestas, pero con ella nos podemos hacer preguntas, e incluso después, encontrar su respuesta en esa imagen. Por eso, cuando fotografío soy siempre consciente de que estoy trabajando, no me dejo llevar, pues si trato de disfrutar no captaré buenas imágenes, necesito distanciarme y no violentar la realidad.
Y pasar desapercibido.
Recuerdo que haciendo un trabajo en Atlas me vi sorprendido por una fiesta privada de Bereberes. Les pedí permiso para tomar fotografías, y le dediqué pausa, mucho tiempo, y acabé fotografiando a mujeres y a niños. De repente descorrieron la puerta de la Jaima y apareció un colega con un equipo tremendo, y sin decir nada, se puso a disparar. Casi lo matan. La fotografía es muy agresiva aun cuando no lo pretendes. De hecho, los niños dejan de serlo cuando son conscientes de que se les está retratando y pierden la naturalidad.
¿Es cierto, entonces, que sólo fotografía a unas determinadas horas?
Es un poco mito, pero elegir las horas para sacar fotos es sentido común. En esta sociedad que nos hemos inventado la gente vive de forma absurda. ¿Qué hacemos en la calle a la 1 del mediodía un día de calor? En países, tristemente mucho más pobres pero más naturales, a las 6 de la mañana en verano la calle está a rebosar; cuando el sol está en su cenit no hay nadie. Lógico, te puede dar algo. Pues eso que parece tan obvio, lo es para mí a la hora de sacar fotos. En el fondo me adapto a lo que me dicta la naturaleza.
En la actualidad, toda cita que se precie con el arte contemporáneo está obligada ha incluir fotografía. ¿Está viviendo su momento dulce?
Comienza a suceder en Europa, donde le ha tardado en llegar su reconocimiento, pero en toda América la fotografía ha gozado del respeto desde hace lustros. Sin embargo, uno tiene la sensación de que los fotógrafos de verdad, los veteranos que llevan muchos años en este arte, quedan eclipsados ahora que llega un reconocimiento al medio. El desembarco un poco violento de los artistas plásticos que utilizan el soporte fotográfico para desarrollar su obra hace parecer que estos autores se han quedado anticuados sin haber estado nunca en primera fila como les correspondía. Ahora se quieren hacer grandes obras en poco tiempo. ¿Cuánto hay de realidad y cuánto de mercado? Habrá de ser el tiempo quien lo diga.
¿Cuánto dinero debe costar una reproducción de una fotografía?
Quiero pensar que en la fotografía, como en cualquier arte, hay un valor intrínseco. No acepto que la calidad de una fotografía dependa de quién la elige, dónde se expone, quién la compra y por cuánto la compra. Quiero creer que hay algo en la propia imagen que nos dice su calidad. Me niego a aceptar que todo sea mercado.
Defiende la estrecha relación entre la fotografía y la palabra. ¿Qué quiere decir?
Para mí la fotografía tiene mucho más que ver con la literatura que con cualquier otro arte. Es cierto que surge como un desarrollo natural de la pintura, pero con lo que trabaja la fotografía es con el tiempo. La fotografía se produce en una fracción de segundo, ese instante que el ojo humano no es capaz de captar. La foto detiene el tiempo. Eso tiene mucha relación con la memoria. Y, ¿qué es la literatura? Pues un ejercicio de la memoria, la capacidad de recuperar el tiempo pasado, incluso perdido.