Ser inteligente no supone equilibrio ni felicidad
En realidad, estas nuevas teorías no hacen sino racionalizar y estructurar lo que ya sabíamos o presumíamos. Estamos acostumbrados a que personas sin estudios cualificados ni mucha cultura triunfen en casi todo lo que se proponen. Y, al revés, no nos llama la atención que otros individuos muy inteligentes (que entienden todo a la primera, incluso las ideas más complejas; que resumen un libro como si fueran críticos profesionales o que memorizan casi inmediatamente lo que a la mayoría les cuesta horrores) no progresen o no encuentren su sitio en lo profesional ni en lo personal.
Esta aparente contradicción se debe a que hay personas que, si bien no brillan en lo estrictamente racional, son muy habilidosos, muy inteligentes en la gestión de sus emociones y sentimientos. Son, en esta parcela tan relacionada con nuestra calidad de vida, más creativos, eficaces y listos que un eminente catedrático de filosofía o ingeniería industrial.
Hay otra forma de ser inteligente: la de las emociones y sentimientos. Algunos individuos saben afrontar las situaciones y salen airosos de acuciantes problemas mientras otros fracasan y se hunden ante obstáculos nimios. La inteligencia emocional juega un papel decisivo en la explicación a esta bipolaridad tan común. Lograr lo que nos interesa depende más de nuestra capacidad de vivir, de escrutar los problemas y canalizar nuestras emociones, que del razonamiento abstracto o nuestra capacidad para resolver problemas matemáticos.
La historia nos habla de genios (científicos, intelectuales, artistas, políticos, …) cuya vida personal fue un patético desastre. Y, sin embargo, nuestro entorno más inmediato nos muestra personas normales que llevan su existencia (la idea que uno tiene de sí mismo, las relaciones de pareja, las amistades, el trabajo o la capacidad de ser un buen padre o madre) de manera admirable. El complejo mundo de las emociones interviene en cómo resolvemos los problemas. Además, las emociones positivas pueden alterar la organización de la memoria, de modo que se integre mejor el material cognitivo y que ideas antes dispersas surjan relacionadas y fáciles de recordar. Salovey, investigador de Yale, USA, define la inteligencia emocional como “una parte de la inteligencia social, que concierne a la habilidad de comprender sentimientos propios y ajenos y de utilizarlos para nuestros pensamientos y acciones”. Y añade que una sociedad que no fomenta la inteligencia emocional crea individuos insatisfechos e insolidarios.
El coeficiente intelectual no lo es todo.
Otro especialista en esta materia, Goleman, autor del libro “Inteligencia Emocional”, reconoce que no existen pruebas para determinar la inteligencia emocional equiparables a los ya estandarizados tests que miden el coeficiente intelectual de las personas. Pero asegura que las habilidades emocionales son a veces más importantes para nuestro futuro que ese coeficiente. Aunque los individuos con alto coeficiente intelectual son ambiciosos, productivos e incluso tenaces y despreocupados, según este autor, son frecuentemente fríos, inhibidos, inexpresivos, aburridos, quisquillosos e incómodos con la sensualidad. En cambio, las personas con gran capacidad emocional son más comunicativos y agradables y están más a gusto consigo mismos y con los demás. Todos tenemos los dos tipos de inteligencia, si bien en distinta medida.
El coeficiente intelectual incluye habilidades como el razonamiento abstracto, verbal, numérico y espacial. Pero son muchas las situaciones en que el cerebro emocional “piensa” más rápido y mejor que el otro. Las decisiones trascendentales no son resultado de razonamientos abstractos. Están cargadas de sentimientos y visceralidades, noexplicables por la inteligencia lógica.
Desde pequeños, mejor.
Esta capacidad de vivir y manejar las emociones se aprende desde la infancia. Por ello, la familia es la escuela en la que el niño aprende, para bien o para mal, a desarrollar su inteligencia emocional. Pero, desgraciadamente, los padres no siempre son conscientes de la trascendencia que reviste atender, integrar y conducir las emociones infantiles. Los hijos de familias en que se han cultivado bien las emociones, son más sociables y mejores estudiantes, aunque su “otra” inteligencia, la lógica, no sea brillante. Si bien es cierto que la familia y la escuela son fundamentales en el desarrollo de la inteligencia emocional, nunca es tarde para efectuar correcciones y adquirir nuevas habilidades en este terreno. Nos jugamos mucho en ello y, por muy adultos que seamos, podemos desarrollar un dominio más eficaz de las emociones. No olvidemos que las perturbaciones emocionales afectan a la salud.
Gestionar bien las emociones fuertes o negativas, aprender a vivirlas, puede potenciar nuestro sistema inmunológico y cardiovascular. Otra ventaja: en los procesos de selección de personal en las empresas, cada día que pasa se valoran más la madurez y estabilidad emocional de los aspirantes. En la vida de pareja se ha comprobado, asimismo, que la estabilidad de la relación y el éxito en la toma de decisiones dependen mucho de la madurez y estabilidad emocional de sus miembros.
¿Soy emocionalmente inteligente?: cómo saberlo
Aunque no se puede medir psicométricamente con la exactitud con que se determina el coeficiente intelectual, hay indicadores de inteligencia emocional. Entre paréntesis, encontrará la respuesta que daría una persona emocionalmente inteligente a las siguientes cuestiones.
- ¿Sabe usted empatizar, es sensible ante las emociones ajenas? (Sí)
- ¿Controla adecuadamente sus impulsos? (Sí)
- ¿Cómo tolera las frustraciones? (Bien, con perspectiva e intentando positivizar)
- ¿Expresa controladamente sus sentimientos? (Sí)
- ¿Es capaz de afrontar serenamente los conflictos con otras personas? (Sí)
- ¿Cómo sale de los baches emocionales? ¿Derrotado? ¿Le duran mucho tiempo? (Con tranquilidad, fijándome en lo positivo de la nueva situación. Con fuerzas para empezar de nuevo. El bache se supera poco a poco, sin prisa, pero sin pausa)
- Cuando se enfada ¿lo hace con quien debe y cuando debe? (Sí, exclusivamente)
- ¿Se prohíbe llorar? (No, a veces lo hago; y no pasa nada)
- ¿Le parece que reirse a carcajadas o contar chistes es frívolo? (No, en absoluto. El humor es maravilloso )
- Trabaje la empatía, ábrase a los demás. Obsérveles y escuche. Fíjese en sus gestos, en su mirada, en su forma de hablar. Aprenda a sentir lo que ellos sienten.
- Cultive el autocontrol, pero sin suprimir las emociones. Observe y analice hasta qué punto esos sentimientos son eficaces para algo. O si le hacen daño.
- Analice sus tensiones e instintos. Sin reprimirse, ponga orden y canalícelos.
- Rebobine. Después de una discusión o de un día triste, pregúntese por qué. Si su reacción fue proporcionada, si merecía la pena haberse comportado así, …
- Busque oportunidades para reir. La risa y el buen humor nos hacen más felices. Y, además, parece que alargan la vida.
- El placer ayuda a vivir mejor las emociones. Búsquelo. Los instintos reprimidos dan lugar a agresividades desplazadas.
- El mundo no se acaba hoy ni aquí. En situaciones graves o dramáticas, mire hacia detrás (recuerde momentos de plenitud, todos los hemos vivido) y hacia delante (vendrán más). Sobran los motivos para luchar. Un sólo instante de felicidad, aunque sea dentro de un año, merece el esfuerzo que seamos capaces de hacer ahora.