Coherencia en la educación

Se enseña coherencia con los actos

Aprendemos valores y normas imitando las actitudes de quienes nos educan
1 junio de 2004
Img interiormente

Se enseña coherencia con los actos

Enseñar a vivir es acompañar a alguien en el proceso de maduración hacia su propia autonomía. En este camino, quien enseña ha de mantener una postura activa, próxima y vigilante pero también respetuosa, y no pensar o hacer nada que la otra persona es capaz de decir, pensar o hacer por sí misma. Por otra parte, como en todo aprendizaje, y de manera más notoria en el que se hace de la vida, la seguridad que se le ofrezca a quien está aprendiendo servirá como pilar al que aferrarse en el día a día. Respeto y confianza han de ser, pues, bases en las que sostener la educación. Pero antes, y para llegar a ello, quien enseña debe ser coherente con lo que va a enseñar, pues se convertirá en modelo con sus propias palabras, y sobre todo, con sus actos.

Con amor y aceptación

Un buen compañero en el viaje de hacerse persona entrelaza su disponibilidad y compromiso bajo las pautas del amor y la aceptación. El educando debe saberse amado, escuchar que lo es, pero también sentirlo. Se usarán pues con él palabras de afecto, sin olvidar el tacto: a través de su cuerpo aprenderá a sentir que se valora su persona, no a una abstracción o a una realidad conceptual, sino a una concreción que se acaricia y se besa, y no sólo cuando es bebé.

La falta de coherencia entre lo que dice y lo que hace el educador le resta mucha legitimidad ante el alumno

También debe sentirse aceptado tal como es, piensa y siente, aun cuando no coincida con la forma de pensar y sentir de quien le educa. Su seguridad se reafirmará si se le trata desde la aceptación incondicional, que le admite tal cual es, sin reproches, descalificaciones ni etiquetajes. Hay que ser consciente de que aceptación no tiene por qué ser sinónimo de gustar. Puede suceder que la personalidad de quien educamos no nos guste e incluso que se encuentre en la antípoda de la escala propia de valores, pero eso no justifica una no aceptación. Cada persona es independiente y distinta.

Decíamos pues, que la seguridad en uno mismo está en gran parte condicionada por quien en su día nos acompañó en los inicios del aprendizaje de la vida. Toca pues preguntarse: ¿qué reporta seguridad? Sin duda, aquello en lo que se confía, que se conoce de forma empírica y que está avalado por la coherencia. Si el educador se pregunta cómo puede ofrecer esa coherencia que le convertirá en una persona creíble, en quien se puede confiar y, por tanto, en alguien capaz de aportar seguridad, vale repasar su forma de estar en el mundo.

  • Es sincero: piensa lo que dice y dice lo que piensa.
  • Es íntegro: hace concordar sus “hechos” con sus “dichos”, es decir, su conducta con sus ideales, creencias y convicciones.
  • Exterioriza y comunica sus sentimientos, consiguiendo así que no distorsionen el pensamiento ni interfieran en la relación.
  • Su tono y volumen de voz, su expresión y mirada y lo que está manifestando no se contradicen, sino que forman un todo único.
  • Su cuerpo dice lo que sus palabras están diciendo, y eso, logra hacérselo sentir a quien le escucha.

Los valores se transmiten con el ejemplo

Educar es acompañar permanentemente. Significa nutrir, proporcionar y enriquecer las potencialidades y aptitudes de la persona a quien se acompaña en su educación. Y significa, además, sacar lo mejor de ella. Pero, mientras los conceptos y las teorías pueden ser transmitidas con la palabra, e incluso pueden llegar a ser objeto de diálogo y análisis, en el aprendizaje de valores y normas que establecen comportamientos y actitudes lo que cuenta prioritariamente es la imitación de los modelos. En los casos en los que el modelo presenta incoherencia entre lo que dice y lo que hace, la persona a educar se quedará con el dato de lo que se ha hecho, sabiendo que es contrario a lo que se ha dicho, pero pesa, importa y se demuestra más con el hecho. No le falta razón al dicho: “más vale una imagen que cien palabras”. Esta falta de coherencia habrá ofrecido una enseñanza en la que se duda y desconfía, y además, puede llegar a poner en tela de juicio a quien enseña.

Respetarse a uno mismo

Y es que, si bien ser coherente implica ser respetuoso con las ideas, los sentimientos, los momentos y las opciones que toman los demás, también es serlo con uno mismo. Cuando no somos claros y enmascaramos e incluso en ocasiones nos avergonzamos de lo que pensamos, sentimos o decidimos, desatendemos lo que queremos o necesitamos. Esto nos lleva a delatarnos ante quien se es modelo, y genera en el aprendiz una desorientación que se traduce en incredulidad, desconfianza y, en última instancia, en inseguridad. No en vano, la coherencia requiere y denota la responsabilidad con que asumimos nuestras vidas. Si vivimos y nos mostramos comprometidos con nuestro bienestar y felicidad estaremos aportando la mejor a las enseñanzas del arte de vivir. Ese arte de vivir en interrelación, ya que somos personas sociales, se inicia en la armonía con uno mismo, es decir, con la propia autoestima, que después se transmitirá en el ejemplo.

La coherencia como valor educativo

Visto el poder de la coherencia en nuestras vidas y, por tanto, en toda educación que emprendamos, hagamos que:

  • Nuestras palabras reflejen nuestro pensamiento.
  • Nuestras entonaciones, volumen y expresión corporal hablen de cómo nos sentimos.
  • Nuestro comportamiento vaya acorde con nuestros valores.
  • Nos atrevamos a decir sí cuando queremos decir sí y no cuando queremos decir no.
  • Seamos capaces de vivir sin vergüenza nuestras limitaciones y por tanto no pasando por encima de ellas.
  • Sepamos pedir abiertamente lo que necesitemos, sin recurrir a chantajes ni artimañas.
  • Rehuyamos de aparentar desde “lo que se espera de nosotros”, para mostrarnos tal cual somos. La autenticidad es la mejor garantía de nuestra coherencia.