“Creo firmemente que las mujeres van a cambiar el mundo”. Esta afirmación suya está muy lejana de poder comprobarse.
Cuando en Naciones Unidas una mujer accede a la jefatura de un departamento inmediatamente se instauran reuniones de consulta, de intercambio de opinión, no tiene miedo a compartir su poder sin renunciar a su autoridad. Es parecido a lo que hacen las madres cuando tienen una familia, que no les queda más remedio ante la autoridad patriarcal que recoger a sus polluelos y darles a cada uno su valor intrínseco. Esa es la definición de qué debe ser el poder y su forma de ejercerlo. Mira a tu alrededor (la cita tiene lugar en la cafetería del hotel Palace de Madrid), estamos en un lugar habitual de desayunos de trabajo. Sólo hay hombres, obviamente financieros pues no hay escoltas. Esto que vemos aquí todavía no ha cambiado, y no sólo en España, en toda Europa es igual. Que no nos engañen, la mujer hoy en día está muy lejos del poder. Hemos conseguido que el derecho a la igualdad no sea cuestionado, al menos en teoría, pero no nos vale con ese reconocimiento, queremos participar en el reparto y la gestión de la cosa pública. Nosotras, las feministas, siempre hemos mantenido que buscaremos la consulta, el consenso, el reconocimiento de los agentes sociales y el acceso a las decisiones.
Este discurso me hace retroceder en el tiempo. El término feminista parecía superado.
Pues más que nunca debería ser usado, y con orgullo. Cuando comenzaron los movimientos feministas, en los años 60 y 70, ser feminista era ser revolucionaria, pero es que además, se le daba una connotación subversiva, parecía que éramos bolcheviques y que queríamos romper con el poder establecido a costa de todo. Sin embargo, hoy, al menos, se entiende que lo que estamos buscando es la igualdad, y además de entenderse, se acepta que esto es de justicia. Sin duda, hemos avanzado, pero no olvidemos que no es hasta 1993, en Viena, en la celebración de la Segunda Conferencia de los Derechos Humanos, cuando se habla por vez primera en un foro internacional de los derechos de la mujer.
Antes, hace casi 30 años, en 1975, Naciones Unidas celebró la Primera Conferencia sobre la Mujer, en México. Después le siguieron Copenhague, Nairobi y Pekín. ¿Qué ha cambiado en todo este tiempo?
Desde la celebración de la Conferencia de Pekín sólo hemos experimentado retrocesos. Los gobiernos han claudicado de ciertas responsabilidades, felicitándose por los tibios progresos conseguidos, que nos lo muestran como mérito propio cuando son de la sociedad, y además son unos mínimos. Lo que realmente nos encontramos es: más mujeres trabajando, aunque luego ganen menos; ayudas específicas para la maternidad, aunque no se cuantifican correctamente; oportunidades, aunque no igualdad. Es muy poco. Al analizar los centros de poder, la mujer ni si quiera roza la cima; en la política su presencia es muy escasa.
¿Cómo lograr que esto cambie?
Hay que tener claro que quien tiene el poder no lo quiere dejar. Nunca. Y el poder es masculino. Estamos hablando de lograr un cambio fundamental en la sociedad, en la que una parte, las mujeres, pide su inclusión, frente a la otra parte, los hombres, que precisamente ha basado su poder en la exclusión. Pero las cosas no han ido muy bien en el mundo.
Echemos un vistazo al actual panorama: proliferación de armas cada día más sofisticadas, a costa de la propia sociedad, no sólo de quienes padecen las guerras, también los países que las observan sale directamente perjudicados. Esta fantasía del hombre de que el de enfrente se ha de doblegar ante él no nos está llevando a un lugar seguro; en el medio ambiente las cosas no marchan mejor, si queremos escuchar la verdad, el cambio climático es un hecho. No estamos avanzando en aquello que se persigue: hacia una sociedad que disfrute de derechos humanos, que tenga recursos económicos dirigidos al bienestar. Hay que conseguir que el mensaje de inclusión sea el que prime como motor de cambio. Las mujeres, no sólo las feministas, todas ellas, por su condición de mujer, entienden el poder de una manera muy diferente al hombre. Habría que convencer a los señores de que el cambio les beneficiaría también a ellos.
También a la mujer para que se involucre en ese cambio.
La presencia de la mujer siempre es objeto de negociación, de hecho, las noruegas comprendieron que si no llegaban ellas al poder no iba a cambiar nada. Y todas se metieron en las listas, de todos los partidos: progresistas y conservadores. En la ONU, las mujeres que hacíamos mucho trabajo con las delegaciones de los gobiernos, nos dimos cuenta que donde se tomaban las decisiones finales era en el bar. Así que allá nos fuimos. Sabíamos que no íbamos a cambiar las costumbres de forma inmediata por lo que si había que jugar al golf, se jugaba. Un grupo muy numeroso de mujeres confeccionamos una lista en la que pusimos quién jugaba a qué o quién podía ir a cenar habitualmente, y nos repartimos los papeles.
¿Consiguieron algo?
Era la única manera de, al menos, intentarlo. Después tratamos de promover almuerzos y reuniones de mujeres ejecutivas, y ahí se empezó la tradición de que las embajadoras, cuando comienza a la Asamblea General, se reúnen en un almuerzo. Pero sigue sucediendo: donde está el poder, nunca hay mujeres. En el Consejo de Seguridad, sólo ha habido una mujer. En la comisión de desarme, ninguna. Hay que intentar llegar.
Ponía el ejemplo de Noruega. Según un estudio del Centro Reina Sofía, hay siete países de nuestro entorno europeo por delante de España, en cifras de mujeres muertas a manos de sus parejas o ex parejas. Entre ellos están los países nórdicos, donde las políticas de igualdad han sido muy desarrolladas, sin embargo, parece que no han servido para cambiar los patrones culturales de la violencia machista.
El poder mata y lo seguirá haciendo hasta que la educación de nuestros hijos no cambie de forma cualitativa y cuantitativa, desde el núcleo familiar, la escuela y las instituciones públicas. Lo que las nórdicas están haciendo es cambiar las políticas de educación. Son ellas las que están trabajando para dar el modelo a todo el mundo. Se trata de diseñar una educación igualitaria en el sentido de no definir roles determinados por el sexo. Los roles han de ser compartidos e inclusivos. En muchas familias todavía el hombre no lava un plato, todavía se enseñan roles de gran dicotomía: papá hace esto; mamá hace esto, todavía estamos bajo el poder ejercido por el patriarcado, y costará cambiarlo.
Será, pues, a largo plazo, ¿y mientras?
La educación es la clave para acabar con la violencia. Recordemos las torturas a los iraquíes. A la pregunta de una periodista a dos protagonistas sobre si disfrutaban con ello, se vio claro que no tenían ni conciencia de lo que hacían. Ésta es una muestra de que si a la naturaleza humana no la educas, no le llevas por el sendero para autorrealizarse, es perfectamente capaz de llegar ahí. La violencia se ve, se aprende y se imita. Como todo en la vida. Si vives en un entorno de consenso y de diálogo, no tienes que ir a más allá para probar que eres una persona aceptada.
¿Cuándo se comenzó a tomar conciencia de que la violencia contra la mujer era un mal a erradicar?
Fue una conservadora quien puso sobre la mesa la violencia machista. Moulin Reagan expuso en voz alta en Copenhague lo que las progresistas decíamos en los pasillos. El hecho de que fuera una conservadora quien lo expusiera fue fundamental. Cogió el micrófono y denunció los malos tratos que sufren las mujeres de clases altas. Abusos sexuales y físicos. Ella afirmó: “Conozco muchos casos”. Entonces comenzó a discutirse la violencia como un impedimento de la igualdad. Rompió además el mito de que la violencia machista era de borrachos y de clases pobres. De igual manera se produce en países desarrollados y en clases pudientes.
No utiliza el término violencia de género.
No me gusta, y además, es producto de un error de traducción. En inglés “gender violence” encierra claramente una acepción sexual, pero en español el término género tiene un significado completamente diferente. Yo hablo de violencia patriarcal, y si quieres, de violencia machista. Además, la Declaración de las Naciones Unidas no deja dudas, y en su versión en español de lo que trata es de la “Violencia contra la mujer”.
¿Cómo cambiar costumbres que se heredan, y se tiende a dejar en herencia?
Fijémonos en las tareas compartidas en una pareja. Como la mujer tenía reducido su poder al hogar, le molestaba que el hombre interfiriera en el reducido espacio donde podía tomar decisiones y gestionarlas, ésa era su limitada esfera de poder. Pero ahora el problema no es éste. Cuando la mujer se integra en el mercado laboral no llega a todo, y además, intentarlo es perpetuar el modelo tradicional. Es el modelo lo que hay que cambiar: el hombre debe asumir sus responsabilidades en el hogar, para que la mujer pueda acceder en igualdad al mercado laboral.
El lenguaje no sexista, ¿ayuda o caricaturiza la situación?
Una de las medidas que se tomaron a principios de los años 70, en organismos internacionales, fue examinar el glosario de términos, y aplicarlos a las declaraciones y documentos de especial importancia. Se eliminaron palabras y connotaciones que refuerzan roles e ideas de supresión. En inglés existe cierta ventaja puesto que muchas palabras, y sobre todo cargos, no tienen género. Pero sí, se necesita hacer hincapié en asexuar el lenguaje, pues la forma, sin duda, refuerza el fondo.
Tal vez en el lenguaje se pueda incidir, pero ¿qué me dice la publicidad sexista, de los modelos de mujer que impone?
Es una desgracia. Mi madre, que vive en Florida, me pidió que le enviara una revista con imágenes de la boda real. Antes de mandársela la ojeé. Sin entrar a fondo en el tema, sí me sorprendió una cosa: los diseñadores de moda tienen diferentes modelos de chaqués, también de corbatas, de zapatos, y sin embargo, no encontré ninguna referencia a ello. Sucede parecido en las revistas supuestamente femeninas. Los modelos que presentan esclavizan a la mujer, porque la obligan a juzgarse a sí misma sólo desde el punto de vista de la belleza y la atracción sexual. ¡Y son las propias mujeres quienes las compran!
¿Se puede pensar que la mujer occidental está más liberada?
En la Convención de Nairobi se abrió el espacio para que hablaran las mujeres africanas. Eran más militantes feministas que nosotras, las occidentales, e incluso nos reprocharon las posibilidades que habíamos tenido y que habíamos desaprovechado. Por ejemplo, hubo una llamada de atención a la mujer israelí, porque no haberse involucrado más en los movimientos de paz. También la primera mujer que habló contra la ablación de una manera pública era musulmana y africana.
Los Derechos Humanos, protocolos, convenciones… ¿No duda a veces si tanto papel es realmente eficaz?
Es tiempo de recuperar los tratados y hacerlos cumplir a los gobiernos que los han rubricado. Si sólo nos limitamos a confeccionar nuevos, estaremos inventando el huevo todos los días. Costó mucho llegar a la Resolución de la Violencia contra la mujer, donde queda perfectamente definida qué es la violencia contra la mujer. Y esta resolución ha sido acordada por todos los países del mundo, pero hay que darle vida. Uno de los compromisos de estos tratados es que se les dé difusión, a través de los organismos gubernamentales, y también a través de las ONG, pero no se hace. Los tratados internacionales deberían formar parte de los manuales que se estudian en las escuelas, como un material didáctico más. Hay funcionarias, hay concejalas, hay directoras de áreas, ellas son quienes debieran valerse de estos tratados para impulsarlos.
Isel Rivero es una activista a los derechos de Cuba. Sus ideas, lo hemos visto, son claramente progresistas. ¿Qué piensa de la mirada condescendiente sobre Castro en Europa, seguramente en sus círculos ideológicos más cercanos?
Es una pregunta que me la he hecho muchísimas veces. Siendo defensora de la democracia soy muy crítica con los partidos políticos, pues creo que atan la libertad de pensamiento de las personas de una manera terrible. Por alguna razón, la izquierda considera que Cuba es el paradigma de la independencia contra el imperio, contra USA. No importa lo que haga Castro en su casa, puede maltratar a la mujer, al homosexual, al político contrario, y sigue siendo un símbolo. Si lees los discursos de Castro puedes estar en muchas cosas de acuerdo. Además, en ocasiones es el único que se atreve a decir lo que muchos piensan, pero como Cuba lo tiene todo perdido, le dejan ese papel. Los países no alineados apoyan a Castro, pero sin enfrentarse a Estados Unidos. También la derecha ha realizado un discurso dogmatizado, aprovechándose de la situación y amparándose en lo que hace Castro para rechazar sus ideas. Creo que ha habido una especie de pacto de silencio para no criticar a Castro, e intereses económicos, no lo olvidemos que el capital turístico en Cuba no es cubano, es español, francés, canadiense… Pero el pueblo está sufriendo de una manera espantosa. Y aquí somos indiferentes. Y no sólo con Cuba. En Guantámano, los Estados Unidos está vulnerando los tratados de Ginebra, y debería haber un clamor universal contra lo que está pasando.