Un verano de contemplación

Redescubrir lo que nos rodea, tarea placentera y saludable

Aunque es habitual que acarreen bastante dedicación previa y alguna que otra tensión ante tantas decisiones que a veces hay que tomar, casi todos nosotros ansiamos que lleguen las vacaciones
1 julio de 2000
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Redescubrir lo que nos rodea, tarea placentera y saludable

Desde estas páginas vamos a proponer algo diferente: dedicar unas pocas horas de algunos días de vacaciones a la contemplación. La palabra nos suena, de entrada, poco atractiva e incluso contradictoria con nuestro modus vivendi: la asociamos a no hacer nada, a estar en babia o a la vida espiritual y ensimismada de los monjes.

El diccionario define contemplar como “aplicar la mente a un objeto material o espiritual con atención y particular afecto”. La propuesta es la siguiente: realizar ejercicios de recuperación de equilibrio emocional aprovechando estas vacaciones. Vivimos de prisa, y muy preocupados por trabajar con eficacia y buenos resultados para así progresar económicamente o, cuando menos, obtener unos ingresos que nos permitan cubrir nuestros gastos y descansar, para a su vez poder seguir trabajando. Es un círculo vicioso y vertiginoso, y la sociedad en que vivimos nos mueve a apetecer constantemente lo que no tenemos y a fijar el deseo como gran motivo (a veces, inconsciente) de nuestras existencias.

Esa distancia entre lo que poseemos y lo que ansiamos crea una tensión que puede generar frustración, el origen de la insatisfacción permanente y de ciertas neurosis que minan nuestro bienestar emocional. Circular a esa velocidad vital es peligroso para nuestro equilibrio personal, porque apenas habilitamos tiempo para lo que nos depara satisfacción profunda (ese paseo, esa conversación relajada, esa reflexión a fondo y sin prisas, ese dejar pasar dulcemente el tiempo mirando al horizonte..), para la degustación y el disfrute de lo que poseemos, de lo que no cuesta dinero ni esfuerzo, porque ya está ahí: los objetos, los paisajes y los seres humanos que nos rodean.

Pero lo pernicioso es que las cosas que conseguimos, lamentablemente, a veces dejan de interesarnos en la medida que ya las poseemos, porque pasan a ser objetos coleccionados, los devoramos o los arrinconamos sin disfrutarlos en su plenitud. Y lo peor es que en muchos casos mantenemos la misma actitud con las personas: la costumbre y la rutina hacen que los seres queridos pierdan la capacidad de estimularnos, de sorprendernos, y pasen a ser casi un elemento inerte más de todo lo que nos rodea. Y sólo percibimos la importancia de nuestros familiares y amigos cuando nos faltan. En esto no cambiamos, por mucho que transcurran los años.

La comtemplación, un placentero freno

Esta sinrazón de la velocidad vertiginosa que algunos imprimimos a nuestras vidas puede tener un contrapunto en la medida que seamos capaces de frenar a tiempo, de parar para contemplar. Y las vacaciones constituyen una gran oportunidad para entrenarse en esta saludable práctica. Contemplar es redescubrir cosas y personas como si fuera la primera vez que las vemos y sentimos, darse cuenta del mundo exterior, entrar en contacto sensorial profundo con objetos y seres, aquí y ahora: lo que veo, oigo, toco, huelo, palpo, saboreo… Pero también podemos aplicar la contemplación al mundo interior. Lo que siento debajo de mi piel, las tensiones musculares, los movimientos, las manifestaciones físicas de los sentimientos y emociones, las sensaciones de molestia o agrado…

Aprovechar las vacaciones para redescubrir la vida es la mejor forma de recuperar tanto tiempo perdido en ese viaje de tensiones y esfuerzos rutinarios que no nos lleva a ninguna parte. Porque la felicidad y el equilibrio personal están dentro de nosotros, y hemos de trabajar por descubrirlos y alimentarlos, con la ayuda de todo lo que nos rodea:Ñ los paisajes, los objetos, los animales y, por supuesto, lo principal: las personas.

Estrategias para la contemplación

Veamos unos sencillos ejercicios para practicar estas vacaciones la contemplación, como elemento necesario para el equilibrio emocional y la salud mental.

  • Escuchar el propio cuerpo. Comience por tenderse en el suelo, al aire libre o en casa. Una buena postura es acostarse de espaldas con las piernas encogidas hasta que los pies se apoyen horizontalmente en el suelo y las rodillas se apoyen ligeramente entre sí. Cierre los ojos y contacte con su cuerpo… ¿Está cómodo? Vea si puede ponerse aún más cómodo, cambiando su posición… Ahora tome conciencia de su respiración… Perciba todos los detalles de su respiración… Sienta cómo el aire se mueve a través de su nariz o boca… y garganta abajo, y dentro de sus pulmone. Note ahora cómo hay pensamientos e imágenes que interfieren, y se cruzan con las sensaciones físicas de su respiración. No detenga los pensamientos y céntrese en su respiración… Cuando su atención comience a perderse, vuelva a enfocarla hacia las sensaciones físicas de su respiración… Preste ahora atención a su cuerpo. ¿De qué partes de él somos conscientes? ¿y de cuáles lo somos menos? Un movimiento, un sentimiento, una imagen, pueden desarrollarse a partir de aquello en que está enfocando su atención. Permita ese cambio sin interferirlo. Deje a su cuerpo hacer lo que quiera y permitaque suceda lo que quiera suceder. Continúe cinco o diez minutos y fíjese qué ocurre a partir de este enfoque de su atención.
  • Escuchar lo que nos rodea. Mire a su alrededor y percátese de todo lo que le rodea. Contacte con cada cosa y permita que cada una “le hable” de sí misma y de su relación con usted. Tómese unos minutos para permitir que las cosas de su entorno le hablen. Atienda a estos mensajes. Podrá darse cuenta del efecto que le producen esas cosas sin que usted se hubiera antes dado cuenta de ello. Y hacer su ambiente más cómodo y amable. Los objetos personales, la ropa, los muebles, los paisajes urbanos habituales esperan a que los redescubramos y contemplemos. Y a que dimensionemos toda la capacidad de significación que han tenido para nosotros y para otras personas.
  • Redescubrir a las personas. Contando con su aprobación, párese frente a alguien muy allegado y mire su cara durante unos minutos, tratando de percibir en toda su integridad física a esa persona. Dése cuenta de sus rasgos, formas, piel y textura, ojos, boca, pelo, gestos… Pregúntese qué sabe realmente de esa persona. Si la conoce o si simplemente cree que la conoce. Si sabe sus preferencias, sus pensamientos, sus habilidades, sus virtudes, sus defectos. Rebobine y, echando una ojeada en los recuerdos, rememore cómo apareció en su vida, y de qué manera ese encuentro puede haber incidido en su forma de ser y su vida. Piense qué querría decirle si esta fuera la última oportunidad de hacerlo. Valore si merece la pena dejar para otro momento, que tal vez no llegue nunca, trasmitirle esas importantes cuestiones que algún día debería comunicarle.