Otra cosa es que institucional y empresarialmente se haga lo suficiente para potenciar la viabilidad, rentabilidad y, en última instancia, implantación masiva de las energías renovables y menos contaminantes, pero nadie discute que la situación actual compromete el futuro económico y la sostenibilidad del planeta.
La fuerza del viento enciende la luz
La subida del coste de la gasolina, el fuel y otros combustibles derivados del petróleo no sólo abre los informativos de TV, sino que se lleva un buen dinero (no previsto) de los consumidores, eleva la inflación, que a su vez encarece los créditos que pagamos. Desde una perspectiva medioambiental, esta crisis del petróleo podría haber tenido un efecto beneficioso: la reducción del consumo y el impulso de energías renovables, como la solar o la eólica. Pero todos sabemos que de eso, poco o nada. El consumo de petróleo en el mundo no desciende y las energías renovables, mucho más compasivas con el medio ambiente, siguen desempeñando un papel simbólico en la generación y consumo energético en nuestro planeta. En noviembre del año pasado un litro de gasolina super costaba 130 pesetas, hoy ronda las 160; en cuanto al gasoil, para llenar un depósito de 50 litros de un coche diesel, hace un año se necesitaban 5.000 pesetas mientras que hoy nos exigirían 6.300 pesetas, un encarecimiento del 26% en un año, diez veces más que la inflación prevista para ese periodo. Y la mayoría de la electricidad que consumimos en nuestro país sigue procediendo de las centrales térmicas, que funcionan a base de carbón y fueloil, que en absoluto son fuentes renovables de energía. O de las centrales nucleares, en clero declive y con insosyables carencias medioambientales.
El reto del futuro es conseguir una fuente de energía barata, no contaminante, renovable y accesible para todos los países del mundo, que permita a transporte, industrias y hogares mitigar la servil dependencia que hoy muestra ante el petróleo. ¿Podría dicha energía provenir del viento? Hasta hace pocas décadas, la ciencia y la técnica no acertaban a ganar la batalla al dios Eolo para aprovechar la fuerza de los vientos y conseguir energía de forma rentable y en cantidad suficiente.
Fueron necesarios muchos años de estudios, experimentos y fracasos en prototipos de aerogeneradores hasta que, por fin, lograron alzarse sobre nuestras colinas, playas y dehesas unos molinos que poco tienen que ver estéticamente con los que estampan desde hace siglos La Mancha, pero que sirven para convertir la fuerza del viento en energía eléctrica. Hoy parece que su utilidad y rentabilidad es incuestionable.
La primera entre las renovables
Se estima que dentro de diez años, la energía eólica representará en España 9.000 megavatios (MW) anuales en generación de electricidad, un 15% de la que se consume en nuestro país. Muy lejos de esta importante cifra quedan otras fuentes renovables como la solar, a pesar de las numerosas horas de sol de que disfruta la península y aún más lejos figuran los dispositivos tecnológicos para aprovechar la fuerza de las olas y las mareas. Pero no todo es pesimismo: los expertos calculan que en 2006, el 8% de la energía consumida en España será renovable. Estos porcentajes pueden parecer exiguos, pero adquieren su verdadera dimensión cuando se co coteja con un dato esclarecedor: hace tan sólo dos años, las centrales térmicas, nucleares e hidroeléctricas suministraban el 98% de la energía a la red eléctrica y sólo un 2% provenía de fuentes renovables. De estas, y con permiso de la energía solar, hoy el ranking está liderado por la energía eólica, que utiliza como materia prima un bien renovable y abundante: el viento. La energía eólica se aprovecha de dos formas bien diferenciadas. En una de ellas, sirve para que unas aerobombas -el modelo más común son los molinos multipala del tipo americano- saquen agua de los pozos sin más ayuda que el viento; en otra, los molinos incorporan un generador eléctrico y producen corriente cuando sopla el viento; se llaman aerogeneradores. Los molinos que generan energía eléctrica tienen tres palas, y, por su creciente implantacion, ya resultan casi familiares en el paisaje de muchos puntos de nuestra geografía.
Los aerogeneradores pueden producir energía eléctrica de dos formas: en conexión directa a la red de distribución convencional y de forma aislada. La primera utiliza molinos de viento de gran potencia que vierten su energía a la red eléctrica. Conviven con este sistema, aunque de manera casi testimonial, las aplicaciones aisladas de generadores de pequeña o mediana potencia para usos domésticos o agrícolas: iluminación, pequeños electrodomésticos, bombeo, irrigación…
Los sistemas más desarrollados y rentables se denominan parques eólicos y consisten en agrupaciones de varios molinos que envían energía eléctrica a la red. La capacidad de producción de la energía eólica, tan dependiente de las condiciones meteorológicas, es en cierto modo imprevisi ble, pero se considera que su grado de penetración en las grandes redes de distribución eléctrica puede llegar sin problemas al 15% al 20% del total, sin especiales precauciones en la calidad del suministro ni en la estabilidad de la red. En Fuerteventura (Canarias), los 20 MW producidos por el parque eólico de Cañada del Río cubren el 25% de las necesidades eléctricas de la isla. En Navarra, el 6% del consumo total en 1999 lo proporcionaron sus numerosos parques eólicos.
Tampoco estamos hablando de alta tecnología: salvo las paletas de material ligero y las turbinas controladas por microprocesador, los aerogeneradores comerciales no incorporan novedades sustanciales respecto a los que se construyeron hace 50 años. La energía eólica es por tanto, un proyecto viejo que madura día a día.
Respeto al medio ambiente
El proceso de obtención de la energía eólica ha de ser coherente con el respeto medioambiental que predican sus promotores y está sujeto a una normativa específica. Antes de proyectar un parque eólico, por ejemplo, es obligatoria la realización de un estudio de impacto ambiental que determinará su viabilidad; una instalación rentable puede perfectamente desestimarse por los efectos negativos que ocasiona al entorno. El estudio analiza el emplazamiento elegido, el tamaño de la instalación y la distancia entre el parque eólico y áreas sensibles, como asentamientos humanos y espacios naturales protegidos. Si no se cumplen los requisitos, se deben detener las obras hasta ajustarlas a la normativa. Asimismo, al finalizar la instalación y durante la explotación se deben presentar informes medioambientales periódicos.
Y cuando termina la vida útil de los aerogeneradores (se estima en unos 25-30 años), y en caso de que no continúe la actividad productiva, se deben retirar los molinos y revegetarse el hueco que dejaron, en el que quedarán enterrados las zapatas y los cables.
La proliferación de parques eólicos está provocando reacciones sociales muy encontradas. Y, como casi siempre ocurre, muchas de ellas están justificadas. Comenzando por lo quizá más anecdótico, el viento es un buen transmisor del ruido y en algunas poblaciones cercanas a los parques eólicos se han recogido quejas por el aumento de la contaminación acústica, aunque hay quien señala que el ruido procede más del propio viento que de los molinos. Lo innegable es que la instalación de un parque de estos molinos produce impactos ecológicos y paisajísticos en el terreno en que se asienta. Se requiere, y normalmente ocurre en espacios aislados y de gran valor ecológico, el movimiento de tierras y la construcción de carreteras y pistas de acceso al parque eólico, cuando antes sólo había sendas naturales y de nulo impacto medioambiental.
La normativa establece que las zonas excavadas durante la obra han de cubrirse con tierra vegetal. Y que al finalizar la instalación de los molinos se ha de iniciar el plan de revegetación y recuperación de suelos, con la siembra de especies autóctonas de crecimiento rápido. Hoy, los aerogeneradores se construyen de un tamaño lo más reducido posible y se pintan con colores que perturben menos el paisaje, aunque su presencia en modo alguno pasa desapercibida. Pero lo que más preocupa a ecologistas y defensores de la naturaleza es la negativa repercusión de estos molinos de viento en las aves. En el estudio previo a la instalación de un parque eólico, se ha de reflejar la presencia y el paso de aves, acompañado por un inventario de especies. La muerte de las aves se produce cuando chocan contra las aspas del molino y por electrocución con las líneas de alta tensión.
En defensa de los molinos de viento, cabe señalar que, según algunas opiniones, las aves (incluso las especies migratorias) se acostumbran a la existencia de las palas y las evitan en su trayectoria, como hacen con los árboles y otros obstáculos naturales. Con las líneas de alta tensión el problema es más complicado, ya que las aves chocan contra los cables porque no los ven en pleno vuelo, lo que se intenta evitar con elementos que destaquen las líneas, como cintas, balones o espirales. La colocación de estos cables de alta tensión también ha de estudiarse: irán en paralelo con las líneas de aerogeneradores haciendo corredores por donde puedan pasar las aves. Y en caso necesario, se puede obligar a los promotores del parque eólico a enterrar los cables.