¿Por qué conviene ser cultos?

1 octubre de 1999
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¿Por qué conviene ser cultos?

Tradicionalmente, atribuimos la codiciada categoría de “persona culta” a las que, además de haber cursado una carrera superior, son muy leídas. O a quienes están al día de lo que ocurre entre nosotros y en el resto del mundo. O a las que se desenvuelven con cierta soltura en la historia, la ciencia, la filosofía, la economía o la literatura y las demás manifestaciones artísticas. No es fácil, por tanto, ser una persona culta. Pero, ¿no hay otras acepciones para este término de cultura? Maslow, científico de la psicología y experto en la investigación de las conductas humanas, describió y catalogó hace ya varias décadas las necesidades de las personas y las clasificó en “básicas” y de “crecimiento”.

Dentro de las necesidades básicas (las que hemos de satisfacer para poder aspirar a un mínimo desarrollo como seres humanos y a un cierto equilibrio personal), situaba la de ser personas cultas. Pero no especificaba qué nivel de cultura es el que consideraba básico. De ningún modo instaba a las personas a coleccionar títulos universitarios o (en los países pobres) a imitar los patrones culturales de los países económicamente privilegiados.

En términos abstractos, puede decirse que el desarrollo cultural de las personas se concreta en la adaptación inteligente al medio en que viven, para poder así interpretarlo y transformarlo según sus necesidades y deseos. Pero es este es un proceso que no puede producirse individualmente: se requiere la comunicación entre los individuos y los grupos, que comparten saberes, actitudes, experiencia, emociones, …. Para participar en este proceso, dinámico por naturaleza, cada persona ha de saber comunicarse, y poseer los códigos necesarios para interpretar el pensamiento, las vivencias y los “descubrimientos” de los demás. Por eso, hemos de aprender y perfeccionar continuamente esos lenguajes, mediante la lectura, la conversación, la interpretación de las bellas artes, de las imágenes audiovisuales, de Internet ….

La experiencia, madre de la cultura

El acceso a la cultura es un proceso personal, de transformación interior. Nuestra cultura individual inicial nos la proporciona la propia vida, las experiencias que hemos ido acumulando. Sin duda, hay mucho de cierto en el rotundo aserto popular de que “la mejor universidad es la propia vida”. Pero sabemos que no es suficiente. Si bien la vida nos permite acumular experiencias y conocimientos insustituibles, nuestro objetivo de una existencia equilibrada y plena nos exige acercarnos a vidas ajenas y distintas a la nuestra, a otros contextos culturales, económicos y geográficos. No estamos solos, la vida es una aventura apasionante que compartimos miles de millones de personas en todo el mundo. Y para comprender lo que ocurre a nuestro alrededor, necesitamos acceder a lo que piensan, sienten y hacen los demás, y no sólo quienes nos rodean en nuestro entorno más inmediato. Interpretar el mundo sólo a través de lo que nos ocurre a nosotros nos conduce a una percepción pobre e incompleta. Hay, por ejemplo, quien piensa (por sus negativas experiencias personales) que el ser humano es competitivo, egoísta y malo por naturaleza, o que tras la amistad sólo hay interés y que, por tanto, la principal actitud a adoptar es la desconfianza y mantenernos siempre a la defensiva. Esta mentalidad, de miras tan estrechas como equivocadas, deforma la interpretación de la realidad y repercute negativamente en las relaciones con las personas que nos rodean, y en nuestra propio bienestar emocional.

El amor, la amistad, la solidaridad, la ilusión por aprender y descubrir cosas nuevas, son resortes humanos esenciales en los que merece la pena creer. Cuando extraemos lo positivo de nuestras vivencias, cuando nos interesamos por cómo disfrutan o padecen los demás, nos situamos ante el mundo de una forma más abierta y receptiva, que nos permitirá sacar más rendimiento a nuestra vida. Y comprender mejor cuáles son las circunstancias que la condicionan.

Hay muchos tipos de cultura

El concepto cultura, entendido en su sentido más abierto, podemos dividirlo en varias áreas.

  • Cultura emocional-psicológica: mantener un cierto equilibrio personal, una actitud constructiva, un manejo positivo de nuestra agresividad, saber afrontar las situaciones difíciles, una disposición a asumir ciertos riesgos que puedan conducirnos a vivir más intensamente.
  • Cultura intelectual y artística: el gusto por el conocimiento de lo que acontece en nuestro país y en el mundo, y los motivos de que así ocurra: estar informados, mediante radio, TV, prensa, libros, conferencias, jornadas culturales,… de lo más relevante. También podemos incorporar la lectura, los espectáculos (cine, teatro, música, danza, …), los museos y exposiciones artísticas a nuestros hábitos sociales. Y hacer ejercicios de memoria, para conservarla ágil. O practicar juegos intelectuales, como el ajedrez, el trivial y otros.
  • Cultura física: mantener el cuerpo sano mediante hábitos alimenticios saludables y coherentes con nuestra edad y características personales. Realizar ejercicio físico, que nos haga sentirnos flexibles y en forma. Practicar la relajación y descansar lo suficiente. Mimar nuestro cuerpo, teniendo presente que es nuestro continente, que somos personas a través de él.
  • Cultura profesional: reciclarnos en el trabajo permanentemente, para disfrutar de él y huir de la rutina, implicándonos en nuestras tareas y buscando el progreso personal también en lo profesional.
  • Cultura del ocio: que en nuestro tiempo libre no falten el paseo, la asistencia a fiestas populares y espectáculos, los bailes, las salidas para conocer nuestros pueblos, nuestro arte, nuestros montes o senderos, playas, etc.. Organizar tertulias y encuentros, donde gocemos de la compañía y el intercambio de opiniones.

La cultura, en suma, no se limita exclusivamente al mundo de los conocimientos académicos, ni a lo que está escrito en los libros. Cultivar muchos de estos apartados nos hará, probablemente, personas más sanas, equilibradas y ricas en conocimientos, además de más libres e independientes. Nos permitirá, además, una percepción del mundo más rica y más personal. Y nos conviertirá en individuos más libres, menos manipulables y menos atados a prejuicios, tópicos o supersticiones. Todo ello, sin olvidar que nos abre un infinito abanico de posibilidades para cubrir a plena satisfacción nuestro tiempo libre.