José Antonio Marina, profesor y escritor

"La libertad no debería ser el valor máximo"

En José Antonio Marina hallamos a uno de esos intelectuales humanistas a los que apetece preguntar sobre casi cualquier cosa, con la presunción de que la respuesta será brillante y comprensible, además de instructiva.
1 octubre de 1999
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¿Cómo podríamos definir a una persona inteligente?

La función de la inteligencia es dirigir el comportamiento humano para que pueda salir bien librado de las diferentes situaciones. Para actuar correctamente, en primer lugar, se necesita evaluar bien las cuestiones. Y es ahí donde entran, y se revelan fundamentales, los sentimientos y la voluntad, para posteriormente actuar en consecuencia. La culminación de la inteligencia es la ética y no la ciencia. Actualmente, se maneja un concepto erróneo de la inteligencia: para muchos es más inteligente quien resuelve ecuaciones de primer grado que quien organiza perfectamente una familia y es feliz, cuando bajo mi punto de vista es todo lo contrario. Un nuevo concepto que va a dar que hablar en los próximos años es el de la inteligencia de los grupos: de la familia, de la empresa, de los partidos políticos, etc. Por ejemplo, una familia inteligente sería la que resuelve los problemas de comunicación y, por consiguiente, tiene más posibilidades de ser feliz. En el otro extremo, hay partidos políticos que frenan sus posibilidades de acercamiento a la sociedad al no presentar ideas propias o nuevas que atraigan a los ciudadanos, porque les falta inteligencia social.

¿Qué es, entonces, una persona lista?

Simplificando, un listo es una persona ingeniosa, astuta, egoísta y que va a lo suyo. En España, se valora muchísimo este modelo, ahí están los pícaros y la picaresca, los tratantes, los ingenieros financieros, los que viven del cuento y a los que la mayoría de la sociedad se quiere parecer. Aplaudimos a las personas listas que son capaces de llevarse cinco millones de pesetas por acostarse con una persona famosa y contarlo en televisión. Ese es, tristemente, el modelo de muchos de nuestros jóvenes de hoy, la copia y la mediocridad.

¿Qué opinión le merece un concepto, hoy tan poco específico y universalmente alabado como la libertad?

Para mí es un error convertir a la libertad en el máximo valor social, o dicho de otro modo, la convicción de que no hay otro valor superior. Según esta máxima, no tendría que pagar impuestos para combatir la desigualdad porque soy libre de hacer lo que me plazca.Valores como la justicia, la igualdad o el amor, por ejemplo, estarían, así, supeditados a la libertad, y yo creo que están por encima. Además, el ser humano no es libre: nace en el seno de una familia y con unos condicionamientos físicos y sociales. Lo verdaderamente importante es la liberación, por ejemplo, de las situaciones de miseria o de las políticamente injustas. Y en cuestiones más individuales, creo fundamental liberarse de cuestiones como el miedo, la agresividad o la sexualidad obsesiva. Para mí, lo importante es el concepto de autonomía, esto es, yo decido mis objetivos evaluando todas las circunstancias y luego elijo confraternizar y colaborar con otras personas. En definitiva, yo limito mi libertad porque me parece bueno compartir mi vida con otras personas.

¿La ética esta contrapuesta al éxito personal?

Siempre, y no sólo ahora, ha valido todo para triunfar. Pero hay que tener en cuenta que en los triunfos que no son justos siempre alguien sale perjudicado. La ética se podría definir como el conjunto de soluciones que ha inventado la inteligencia humana. Pero quien se sale de los valores éticos para solucionar sus problemas o para triunfar, está propiciando la ley de la selva. Así, llegamos al todo vale y nos convertimos en criaturas crueles.

¿Considera cierto el tópico de que la juventud tiende más hacia lo individual que hacia lo colectivo?

Los jóvenes de hoy son muy individualistas, aunque hay una minoría que piensa en lo colectivo y colabora solidariamente, por ejemplo con las ONG. Pero es cierto que la juventud es enormemente individualista, y la razón hay que buscarla en el escepticismo que vivimos. Los jóvenes piensan que la acción individual no va a cambiar nada, por lo tanto creen que la acción es inútil, y se retiran de esta pelea, convirtiéndose en seres pasivos. Corregir todo esto pasa por resolver las deficiencias de los procesos educativos y recuperar la idea de que cada uno de nosotros puede aportar algo para mejorar la sociedad. Hemos de conseguir activar la inteligencia del grupo y convencernos de que la acción puede generar resultados positivos para toda la comunidad.

¿Qué influencia atribuye a los medios de comunicación en la configuración de nuestros comportamientos?

La televisión pone de moda unos hábitos que la mayoría de la sociedad asume como naturales. Lo convierte todo (noticias, debates, concursos…) en espectáculo, lo que trae como consecuencia el embobamiento general y una cuestión añadida: fomenta la inactividad. Cada vez las personas tienen más dificultad en prestar atención de manera voluntaria. Por ejemplo, los niños de hoy exigen que se les divierta desde fuera: ellos no participan, sólo contemplan. Me estoy encontrando con gente joven que no entiende argumentos escritos, porque están acostumbrados a seguirlos mediante la imagen, que difícilmente puede explicar conceptos.

¿Internet acrecenterá más este problema?

El problema de Internet es que para que sea digerible la información, hay que reducir y simplificar los mensajes. Uno no entra en un chat para que otro internauta le suelte un rollo de cinco folios. Los mensajes tienen que ser cortos y elementales. No se profundiza, y lo importante es que no me aburra, que me divierta, que me entretenga. No hay más que comprobar cuáles son las páginas web más visitadas, las que dan espectáculo y diversión.

En cuanto a la solidaridad, ¿cree usted que comienza en España a partir de las 200 millas, que no vemos al pobre de la esquina?

Se tiende a compadecer más a las personas cuya cercanía no sufrimos. Soy solidario con los hondureños o timorenses porque no hacen ruido por la noche, o no me estropean el paisaje urbano. Ser solidario con el Tercer Mundo me exige muy poco, la lejanía produce la esterilización de la pobreza y no reduce mi confort doméstico. Quienes viven aquí en la miseria no estuvieron siempre así, de repente se han visto convertidos en pobres o marginados. Son personas con muchos problemas, no forzosamente encantadoras y frecuentemente malvestidas, malhumoradas… La pobreza o la drogadicción embrutecen a la gente. Los drogadictos no son personas fáciles de tratar, están hechos papilla, y por eso nos cuesta cuesta ser solidarios con ellos. La única manera de afrontar esa ayuda es ser conscientes de que tenemos que dignificar la vida de los marginados. Como decía Ortega y Gasset: “Yo soy y yo y mis circunstancias. Y si no se salvan mis circunstancias, tampoco me salvo yo”.