Todavía, en pañales
El sol es, desde los albores de la historia, una fuente inagotable de recursos para el hombre y para los seres vivos. Y en este final de siglo nos preguntamos si la espectacular revolución tecnológica que vivimos desde hace pocas décadas ha servido para algo en el aprovechamiento de esta incomparable opción energética.
Las cifras revelan que para bien poco: en 1999, el sol habrá suministrado a la Tierra cuatro mil veces más energía que la consumida por todos los países del mundo. España, por su privilegiada situación y climatología, se ve favorecida respecto al resto de Europa, ya que cada metro cuadrado de suelo en nuestro país recibe al año unos 1.500 kilovatios-hora de energía, suficiente para cubrir diez veces las necesidades energéticas anuales de la ciudad de Barcelona y 30 veces la de su consumo eléctrico. Pero la cruda realidad se impone: en nuestro país, la energía obtenida del astro rey representa sólo el 0,003% del consumo energético total. Es decir, una parte de cada treinta y tres mil.
Las ventajas de esta fuente de energía son apabullantes: es limpia e inagotable. Y puede, por tanto, liberarnos de la dependencia del petróleo y de otras alternativas menos seguras (centrales nucleares) y más contaminantes (centrales térmicas y nucleares). Su principal punto débil es que la radiación solar en invierno (cuando más energía necesitamos) es menor. Por otro lado, deviene imprescindible desarrollar la tecnología de captación, acumulación y distribución de energía solar para que pueda ser competitiva frente al resto de opciones energéticas que se ofrecen al usuario.
Qué hacer con la energía del Sol
Se puede obtener calor mediante colectores térmicos, y electricidad a través de módulos fotovoltaicos, si bien ambos procesos nada tienen que ver entre sí en tecnología ni en aplicación. Fotovoltaica es la energía solar producida por celdas fotoeléctricas, capaces de convertir la luz en un potencial eléctrico sin sufrir un efecto térmico (se aprovecha entre un 9% y un 14% de la energía del Sol). Por otra parte, la energía térmica se logra con colectores solares o placas solares térmicas, que convierten en calor entre un 40% y un 60% de la materia prima recibida. El colector solar está compuesto por dos tubos unidos entre sí por canales paralelos de menor diámetro. Estos últimos llevan unas aletas que transmiten el calor hacia el tubo, por el que circula un fluido (normalmente, agua) que lo transporta. Para conseguir mayor rendimiento, todo el conjunto se introduce en una caja, con un cristal en la cara superior y un aislamiento en la cara inferior, que disminuye la pérdida de energía hacia el exterior. Se estima que un sistema de cuatro metros cuadrados de placa solar y un acumulador de la energía generada es suficiente para cubrir el consumo de agua caliente de una familia de cuatro personas.
Según los defensores de este sistema, otro ejemplo de sus beneficios está en la agricultura: con invernaderos solares se recogen mayores cosechas en menor espacio de tiempo. Además, los secaderos agrícolas consumen menos energía al combinarse con un sistema solar, mientras que las plantas de purificación o desalinización de aguas pueden funcionar sin combustible.
La energía solar se perfila hoy, además, como una solución al problema de la electrificación rural por sus ventajas respecto a otras alternativas: no contamina ni produce ruidos, no necesita combustible ni mantenimiento, y, aunque con menor rendimiento, los sistemas solares agrícolas funcionan también en días nublados, captando la luz que se filtra a través de las nubes.
Energía barata, pero sólo a largo plazo
El principal problema en el aprovechamiento de la materia prima irradiada por el sol es el económico. El precio de las células solares resulta todavía elevado pero es muy probable que una vez se inicie su fabricación a gran escala una parte importante de la electricidad consumida en los países más soleados tenga su origen en la conversión fotovoltaica; sin olvidar que ésta puede compatibilizarse, al menos inicialmente, con otras fuentes convencionales para evitar un importante desembolso en la reforma de las instalaciones.
Si bien el coste de una caldera de gas asciende a unas 100.000 pesetas, mientras que cuesta 300.000 pesetas una instalación de placas solares con su acumulador, el recibo del gas se debe pagar periódicamente mientras que el suministro de energía solar es del todo gratuito. Además, la Administración contempla subvenciones para impulsar este tipo de instalaciones solares. Un equipo térmico compacto, con instalación para una familia de cinco personas, cuesta algo más de 300.000 pesetas, mientras que un sistema básico de iluminación fotovoltaica para fines de semana en una caravana sale a unas 56.000 pesetas. Y un equipo de iluminación para una vivienda rural está por debajo de las 250.000 pesetas.
Impulso a la energía solar
Los defensores de esta energía renovable se preguntan por qué todavía no es mayoritariamente utilizada, ni siquiera en aplicaciones donde está probada su eficacia. Aseguran que es un error comparar la energía solar con otras fuentes de energía teniendo en cuenta únicamente factores económicos, ya que esta energía presenta ventajas a medio y largo plazo que compensan sus limitaciones. En contra de este argumento, las grandes compañías petroleras y eléctricas anteponen el control de las fuentes energéticas, en la medida que la energía solar es incontrolable, no se encuentra en pozos ni en reservas de explotación, ni es posible envasarla para su distribución. Así, la alternativa solar no termina de convencer a las empresas energéticas. Algunas lo intentaron: acotaron grandes espacios naturales sin valor ecológico especial, donde construyeron gigantescos receptores concentradores de la luz, para transformarla en energía eléctrica y, una vez cautiva en las redes de distribución convencionales, venderla al usuario al igual que si se tratara de electricidad proveniente de centrales térmicas o nucleares. No tuvieron éxito.
- Perfeccionar los controles de calidad de colectores solares y módulos fotovoltaicos para, más que garantizar un mayor rendimiento, lograr una durabilidad de al menos treinta años con un mínimo mantenimiento.
- Contemplar en las normas de edificación la posibilidad de una futura instalación solar. Así, se habilitarían superficies libres bien orientadas, e, incluso, se facilitaría una preinstalación durante la propia construcción del edificio o vivienda.
- Incorporar en los nuevos edificios de la Administración receptores de energía solar para, al menos, el calentamiento del agua y la electrificación básica.
- Ofrecer al usuario la oportunidad de autogenerar, al menos, parte de la energía eléctrica que consume, posibilitando la instalación de módulos fotovoltaicos conectados directamente a la red de distribución eléctrica.
- Potenciar una educación ciudadana tendente a frenar el creciente consumo energético.
- Al efectuar comparaciones de rentabilidad económica de la energía solar frente a otras alternativas, hacerlo en toda su dimensión, es decir, sin olvidar los costes sociales y de prevención de riesgos de algunas instalaciones (por ejemplo, las centrales nucleares), que se presentan como más económicas que la alternativa solar.