El colapso de los aeropuertos españoles, la política de infraestructuras viarias, los experimentos con la privatización de la sanidad pública, la liberalización de servicios como la energía o la telefonía, la fragilidad del sistema de pensiones, el sinsentido de la mayoría de las TV públicas que, además de dilapidar recursos públicos, no cumplen con el cometido que tienen asignado, … son muchos y complejos los frentes que se nos abren a los usuarios y que determinan nuestra vida cotidiana, que comparten una preocupante característica: la exigua capacidad de maniobra que nos dejan a sus destinatarios, los ciudadanos, los consumidores.
Nuestra opinión debe contar
¿Qué hacer? No decimos nada nuevo si afirmamos que los foros de discusión y decisión de estas y otras cuestiones se alejan cada vez más de nuestro ámbito de actuación. Unas veces serán intereses políticos, otras influirán acuerdos internacionales, las más de ellas se regirán por el mercado, pero rara vez contará la opinión de los consumidores. Y no será porque no existe un entramado de colectivos consumeristas privados y de departamentos institucionales que intentan defender los derechos e intereses económicos de los consumidores.
Lo que falta es la articulación efectiva de toda esta actuación consumerista para que, cuando se adoptan decisiones que nos afectan, se tengan en cuenta nuestras opiniones. Porque es ya lugar común que los consumidores de todo el mundo compartimos intereses e ideas que pueden y deben adquirir relevancia cuando, por ejemplo, se toma una determinación sobre las limitaciones de la comercialización de los alimentos modificados genéticamente.
Es una tarea en la que debemos comprometernos todos, si deseamos que la sociedad que verá el próximo siglo sea más justa, más solidaria con las personas por una u otra razón excluidas del bienestar, y más sensibilizada con los problemas medioambientales que el afán desarrollista se empeña en ignorar. El reto es de enormes dimensiones, pero la trascendencia de sus repercusiones bien merece un esfuerzo de cada uno de nosotros.