Respetar el entorno natural y producir alimentos de calidad. Estas dos máximas se han convertido en los pilares que sustentan lo que hoy conocemos como agricultura ecológica, una alternativa que ha supuesto la aparición de un mercado especializado y en constante expansión.
Alimentos que respetan la naturaleza
El crecimiento del subsector de agricultura ecológica, sostenido entre 1991 y 1998, ha propiciado que el número de personas empleadas pasara en ese periodo de 396 a 7.782 operadores (productores, elaboradores e importadores), y que la superficie total cultivada se extendiera de 4.235 hasta cerca de 270.000 hectáreas: olivar (49% del total de la superficie), cereales (22%), frutos secos (12%), barbecho (7%), vid (5%) y hortalizas, frutales y cítricos (2%).
Estas cifras resultan alentadoras para un mercado incipiente como éste, pero un análisis de la producción agrícola global española demuestra que su relevancia verdadera es escasa, en la medida que el número de personas ocupadas (cerca de 7.800) tan sólo representa el 0,75% de las dedicadas en total a la agricultura y las hectáreas cultivadas (270.000 Has), únicamente el 1%.
En cualquier caso, los especialistas consultados coinciden en realizar una lectura positiva de estos datos ante la progresiva aceptación por el mercado de un sector que se presenta como la alternativa a la explotación agrícola industrial. La agricultura ecológica utiliza como modelo a la propia Naturaleza y extrae de ella toda la información posible para, posteriormente, aplicarla a los procesos productivos. Esta orientación, según sus defensores, permite obtener alimentos de mayor calidad (los ecológicos), garantiza la protección del ecosistema agrícola ante la amenaza de impactos externos (propios de la explotación agrícola convencional), y potencia la fertilidad natural de los suelos sin agotar su capacidad productiva.
Esta peculiar filosofía de lo rural, que fomenta el respeto de los ciclos naturales en los cultivos, propicia también que en la explotación de la tierra no se empleen sustancias que puedan mermar el valor nutritivo de los alimentos o resultar perjudiciales para la salud del consumidor. Este control adicional de calidad es, según los agricultores ecológicos, uno de los factores que aumentan el coste final de los productos ecológicos, cuyo precio, en nuestro país, puede encarecerse hasta en un 30% respecto a los convencionales. En Estados Unidos, este sobreprecio se sitúa entre el 15% y el 20%, mientras que en Alemania representa entre el 30% y el 40%, y en Italia supone entre el 30% y el 50%.
Recuperar la agricultura tradicional y mejorar el medio ambiente
Según los defensores de la agricultura ecológica, la macroexplotación industrial de la tierra conlleva consecuencias nefastas para su conservación: pérdida de cultura agrícola, alteración de los procesos naturales y de las especies propias de cada zona, cambios en los ciclos de cultivo determinados por el clima y el suelo, y el fin del aprovechamiento íntegro y sostenible de los recursos naturales.
La agricultura ecológica, aseguran sus impulsores, no significa sin embargo un retroceso en las explotaciones, en la medida que trata de compatibilizar la cultura campesina con los modernos conocimientos técnicos y científicos. También advierten de que los abonos químicos se han convertido en el principal agente contaminante de aguas dulces en los países que, como el nuestro, cuentan con una agricultura convencional poco sensible a estos temas. Los nitratos alcanzan las aguas subterráneas, mientras que abonos e insecticidas se acumulan en el suelo y envenenan los microorganismos (base de la fertilidad), en un proceso que se prolonga durante años. Además, tanto la fabricación de estos productos químicos como la constante mecanización de las explotaciones agrarias implican un elevado consumo de energía.
Otras ventajas
Los productos de la agricultura ecológica, siempre según sus defensores, contienen más principios nutritivos que los procedentes de explotaciones convencionales si bien la afirmación está por demostrar, al no existir estudios concluyentes al respecto.
También argumentan que la agricultura ecológica permite mantener un paisaje más rico y variado, mediante la conservación y creación de setos vivos y cultivos diversificados. Esta diversificación de tareas y la especialización de la oferta favorece la creación de nuevos empleos, un factor a tener muy en cuenta vista la tendencia de los últimos años hacia el progresivo abandono de las zonas rurales.
La comercialización de productos ecológicos mantiene un crecimiento sostenido en el mercado. Por ello, conviene que el consumidor sea capaz de diferenciar el producto ecológico con una rápida lectura del etiquetado, en la publicidad o en los documentos comerciales, donde se debe especificar si el artículo de compra en cuestión cumple los requisitos de cada país o, en su defecto, comunidad autónoma.
En un principio, el Consejo Regulador de la Agricultura Ecológica (CRAE) era el único organismo que controlaba, a nivel nacional, la producción de agricultores e industrias, siempre según las normas establecidas por la entonces Comunidad Económica Europea. A partir de 1991, comenzaron a formarse los comités territoriales, dependientes cada uno de ellos de sus comunidades autónomas, lo que provocó la desaparición del CRAE y la aparición de un nuevo organismo (Comisión Reguladora de la Agricultura Ecológica), de carácter consultivo.
En este ámbito también trabajan asociaciones y cooperativas de consumidores y productores ecológicos que surgieron en su día, ante la creciente demanda de estos productos, que no se podían encontrar en cantidad y calidad suficiente, así como de la necesidad de los agricultores de comercializar sus producciones cuando no contaban con una red adecuada para ello. En la actualidad, la gestión de estas asociaciones y cooperativas se caracteriza, según afirman sus responsables, por la ausencia de ánimo de lucro y por contar con la colaboración altruista de socios, así como por mantener una óptima relación calidad/precio en su productos y por permitir el contacto directo entre productor y consumidor. Según afirman, también favorecen el desarrollo de economías locales (no globalizadoras).
En la agricultura ecológica, se pretende lograr el máximo rendimiento de los recursos naturales (suelo, agua, espacio y luz), mediante la aplicación de estas técnicas, siempre respetuosas con el entorno natural.
- Rotación de cultivos Indispensable para mantener la fertilidad de los suelos y evitar los problemas fitosanitarios. Se deben alternar plantas de familias distintas, favorecer o evitar ciertos cultivos precedentes y, por último, introducir abonos naturales y leguminosas.
- Asociaciones de cultivos Mediante el cultivo de dos o más especies diferentes en la misma parcela (por ejemplo, cereales y leguminosas), éstas se benefician mutuamente. Es conveniente buscar plantas que crezcan mejor juntas que aisladas y que resulten inmunes a las secreciones de la otra.
- Setos y vegetación de los márgenes Además de los beneficios sobre las condiciones climáticas que aportan los setos, podemos favorecer otras relaciones positivas como atraer los insectos polinizadores mediante plantas que florezcan en el momento adecuado, o insectos útiles, con el cultivo de especies que les sirvan de refugio o alimento.
- Cubiertas vegetales En los cultivos leñosos, donde las rotaciones se producen en largos periodos de tiempo y las asociaciones son escasas, la conservación de cubiertas verdes permite una elevada diversidad biológica. Esta técnica propicia efectos positivos: reciclado de elementos nutritivos, mejora de la estructura del suelo, una elevada actividad microbiológica y una mayor cantidad de materia orgánica.
- Integración de la ganadería y la agricultura Los animales desarrollan un papel muy importante en el buen funcionamiento de los sistemas agrícolas, ya que propician cambios en el entorno natural, producen estiércol, aprovechan zonas que no pueden ser empleadas para cultivos y juegan un importante papel al cerrar los ciclos de nutrientes.
- La fertilización La normativa sobre agricultura ecológica establece que tanto la fertilidad como la actividad biológica del suelo deberán conservarse, o incrementarse, en los casos que presenten las condiciones apropiadas mediante: el cultivo de leguminosas, abonos verdes o plantas de enraizamiento profundo (con arreglo a un programa de rotación plurianual) y/o la incorporación al terreno de abonos orgánicos obtenidos de residuos procedentes de explotaciones cuya producción se atenga a la normativa. Respecto a la activación del compost, esta regulación contempla que pueden utilizarse preparados biodinámicos con microorganismos o vegetales.