Hasta el individuo más primario intuye que la calidad de vida no depende sólo de cosas materiales (salud, trabajo, estudios, dinero, tiempo de ocio, …), ya que hay otros factores que inciden en nuestro bienestar emocional. Uno de ellos es cómo nos va en el a menudo espinoso ámbito de las relaciones personales. Y dentro de este espacio tan amplio, no es el menos importante cómo nos desenvolvemos ante esas personas a las que, por la razón que sea, no soportamos, no podemos ni ver.
"Me hace la vida imposible"
“Me crispa”, “no le aguanto”, “me hace la vida imposible”, “me pone de los nervios” son afirmaciones que no por enfáticas y aparentemente desmesuradas son menos representativas de una realidad que puede acabar por desquiciarnos. Cada uno es como es, sin duda, y hemos aprendido, mal que bien, a llevarnos al menos medianamente con la gente con que congeniamos poco pero que, a nuestro pesar, vemos con cierta frecuencia. Pero, ¿qué podemos hacer cuando la incompatibilidad es manifiesta, cuando alguien que aparece en nuestra vida con regularidad nos resulta literalmente insoportable?.
Exceptuando a esos seres angelicales incapaces de llevarse mal con nadie y que tienden a ver sólo lo positivo en los demás, somos mayoría quienes nos encontramos, en espacios que no dominamos (trabajo, estudio y parientes, principalmente) con gente insufrible, ya sea por su vanidad, soberbia, egocentrismo, autoritarismo, egoísmo, … cada uno tiene sus manías, pero parece evidente que algunas personas tienen el dudoso mérito de granjearse antipatías por doquier.
Cada uno de nosotros es un ser único e irrepetible, ahora bien, todos debemos esforzarnos en que nuestra relación con los demás, y especialmente con quienes tratamos a menudo, discurra por unos cauces, si no afables, al menos correctos. Pero, a pesar de todo, hay personas con las que no nos sentimos a gusto, o con las que no tenemos nada en común. E incluso hay hombres y mujeres con quienes nos sentimos realmente mal: nos es desagradable tan sólo pensar que tenemos que compartir unos minutos con ellos. El miedo preside este tipo de relaciones y puede bloquearnos de forma que no podamos afrontar la relación de forma satisfactoria. Este miedo nos crea cierta dependencia, ya que si estamos en contra de alguien por su comportamiento hacia nosotros, estaremos siempre dependiendo de esa persona, de lo que haga o diga.
Si se puede, evitemos el contacto
Distingamos: una cosa es que haya personas que intentan hacernos la vida imposible y otra bien distinta que nosotros aceptemos el juego y consintamos en nuestro papel de víctimas. Si nos persiguen -cosa poco habitual, por otra parte- no tenemos muchas opciones, más allá de reflexionar sobre los motivos de que la hayan tomado con nosotros, y adoptar las medidas oportunas, que siempre las hay. Será difícil actuar en la persona que tanto daño nos genera. Resulta más apropiado aprender a situarnos en una posición defensiva y lúcida desde la cual no suframos ese malestar y donde el miedo no anule en nosotros la capacidad de generar esa respuesta racional y ponderada que ansiamos dar al problema. Porque si la convivencia con esa persona insoportable no es ineludible, la solución es evidente: evitar encontrarnos con ella. Parece una obviedad, pero no pocos de nosotros, por convencionalismos sociales o por una mal entendida cortesía, mantenemos relaciones banales que no nos aportan nada e incluso algunas que nos suponen incomodidad o malestar. Y, sin embargo, continuamos sin cortar con tales relaciones. Acabamos criticando encendidamente a esas personas, pero quienes salimos dañados somos nosotros mismos.
¿Y si no podemos hacer otra cosa que aguantar?
En la mayoría de los casos en que mantenemos relación con personas que nos resultan insufribles, el motivo de que no tomemos la decisión más lógica (cortar por lo sano, y dejar de tratarlas) es que, sencillamente, no podemos. O no nos conviene, que viene a ser lo mismo. Un jefe o la compañera de enfrente en el trabajo, una profesora o un colega de estudios en la universidad, un pariente que vemos cada semana, un amigo al que los demás aprecian y que la tiene tomada con nosotros, … Partamos, por esta vez, de que el culpable es el otro.
¿Qué hacer para convivir en una mínima armonía con esa persona? Ignorar el problema y mirar a otro lado es como pensar que, porque no las vemos, las cosas no están ocurriendo. La realidad existe y, si es problemática y atenta contra nuestro bienestar emocional, hay que plantarle cara y mirarla de frente. Podemos hacer algo también ante ese tipo de personas: abordar la situación de tal manera que consigamos no sentirnos mal y por tanto que no se nos agolpen tantos sentimientos que pueden minan nuestra autoestima e incluso aumentar nuestra agresividad.
Qué hacer ante los “insufribles”
Caben varios tipos de actitudes: la más sencilla, evitar el encuentro. No arreglaremos el mundo, pero es una medida práctica aunque no siempre posible. Queda lejos de la solución óptima, porque nos podría quedar la insatisfacción de haber sido débiles, cómodos, o insuficientemente tolerantes con la persona en cuestión. Hay otra opción: el ataque, que cuenta con fieles adeptos entre quienes ven a los demás como culpables de todo lo malo que les ocurre.
Esta actitud es la más frecuente en personas con escasa capacidad de autocrítica, aún menos sentido del humor y con ciertos atisbos de paranoia: ven agresores por todas partes. Pero no es más defendible la postura contraria, la de quienes se sienten culpables de todo, incluso de la estupidez o malos modos ajenos. Normalmente, se trata de personas que han crecido en la minusvaloración personal y en el miedo a quienes ejercen cualquier tipo de poder. Ante cualquier conflicto interpersonal, se hunden y se perciben impotentes y culpables. Mala cosa. Otra opción es la negación del problema, la favorita de los falsos optimistas, que dan así con “su” solución pero sin afrontar (y, mucho menos, resolver) el problema. Normalmente, se lo endosan a los demás.
Es una postura muy conservadora (no aborda las circunstancias que originan las dificultades de relación, nada hace para cambiarlas) y poco solidaria: espera a que sean otros quienes resuelvan el problema. Otra alternativa: el pacto. Siguiendo el lema “si no puedes vencer a tu enemigo alíate con él”, hay quienes intentan alianzas con esa persona que le hace la vida imposible. No es un mal camino, a veces resulta y pueden producirse sorpresas positivas, pero es muy probable que el otro, al no haber pedido él el pacto, quede en posición de vencedor y vuelva a las andadas.
Cuando no hay solución
Si se se sopesan todas las alternativas y se llega a la conclusión de que no hay nada que hacer (y las circunstancias nos lo permiten) habrá que romper con la relación. No siempre uno puede despedirse del trabajo, pero si no podemos evitar coincidir y tratar con esa persona que nos amarga la vida, y razonablemente es posible, habrá que hacerlo. Lo mismo cabe decir de una relación de pareja irreversiblemente insoportable: la solución menos mala, para todos, es la separación. Una opción comodín, que sirve para todo, y también ante la gente insoportable, es buscar otros apoyos. Siempre hay alguien que nos puede entender. Pruebe a contar lo que le pasa. Comprobaremos que el mundo no se acaba en esa relación conflictiva. Siempre encontramos alguien que nos quiere y comprende, y que está dispuesto a escucharnos y ayudarnos.
Las técnicas de relajación, por su parte, ayudan a soportar las situaciones desagradables. Que no cambiarán, porque seguirán ahí. Pero sí lo hará, y a bien, nuestra actitud ante ellas. Utilizar la inteligencia y reflexionar nos servirá para percatarnos de que, increíblemente, hay personas que disfrutan haciendo daño a los demás. Ignorémoslas y compadezcámoslas, aunque seamos nosotros los perjudicados. Porque ellos son los realmente desgraciados.
- Preguntarnos si las cosas son tal y como las percibimos, cuestionarnos si no nos estamos dejando llevar emocionalmente y ello nos impide hacer una análisis racional y preciso de lo que ocurre. A veces se mezclan la rabia, el odio, la envidia, la impotencia, la incapacidad o la desvalorización personal y esta mescolanza conduce a que distorsionemos la realidad, la percibamos parcialmente y, por tanto, la vivamos mal.
- Discernir desapasionadamente qué parte de responsabilidad de esta mala relación es nuestra. Es un buen momento para saber más de nosotros mismos.
- Si es posible, hablemos (con la persona que tanto desagrado nos causa) sobre los sentimientos y las reacciones que me producen sus actitudes o comportamientos. Intentemos llegar a acuerdos sensatos y prácticos. Es difícil cambiar a los demás. Démonos por satisfechos si conseguimos que la relación se llevadera.
- Seamos realistas: no podemos congeniar con todo el mundo, ni falta que hace. Pero las reglas de convivencia con esas personas con las que no nos llevamos bien deben ser al menos correctas. Si no, nuestro bienestar emocional se resentirá.
- Por mucho que alguien quiera hacernos daño, casi nadie tiene sobre nosotros esa facultad si no se lo permitimos. Pero no se trata de”pasar”, ni de”fortificarme” con un escudo manteniendo una actitud beligerante, sino en “fortalecerme”: saber más de mí, qué quiero, qué siento y dónde estoy respecto a esa persona. Y tomar una decisión sobre cuál será mi comportamiento con ella, que me lleve a estar bien y en paz conmigo mismo.
- Puede haber momentos en que nos topemos con alguien que parece pretender hacernos la vida imposible. Pero soy yo quien tiene la primera y la última palabra de que mi vida sea como quiero que sea. Es mi vida y mis circunstancias, y tan sólo depende de mí el que deje que estén por encima de mi vida, las conceda más importancia, tiempo y dedicación que a mí mismo.