No hay fórmulas mágicas para perder peso
La periódica obsesión por perder los kilos acumulados en invierno se ha vuelto a instalar entre nosotros. Y para ayudarnos a rebajar peso, también han reaparecido innumerables reclamos de píldoras, hierbas, sustitutivos de las comidas, dietas milagrosas e intervenciones quirúrgicas. Sin embargo, expertos en nutrición alertan un año más sobre la escasa fiabilidad de todos estos métodos para lograr la ansiada figura. La Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN) y la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO) se han movilizado para concienciar a las autoridades sanitarias y a la opinión pública sobre la enorme cantidad de información tendenciosa que se publica en los medios de comunicación, haciendo especial hincapié en los peligros que conllevan los métodos que prometen perder peso de forma rápida y sin esfuerzo, que carecen del menor fundamento nutricional y científico. La urgencia de poner orden al caos alimenticio actual no es casual y se basa en una premisa fundamental: el equilibrio nutricional es el pilar básico para un óptimo estado de salud. Por ello, las dietas deben seguirse siempre bajo riguroso control médico.
Modalidades dietéticas
Las dietas populares, basadas mayoritariamente en falsas creencias, tienen en común el erróneo aporte de grupos de alimentos (abuso de proteína, exceso de grasas, insuficiente cantidad de hidratos de carbono, etc.), lo que conduce a desequilibrios en el organismo, con repercusiones más o menos graves para la salud. Se trata, generalmente, de dietas en las que predomina un macronutriente (proteínas, grasas o hidratos de carbono), por lo que el régimen tiende a resultar monótono y poco apetecible. Como consecuencia, quienes siguen este tipo de dietas optan por comer menos y su peso disminuye por una baja y poco saludable ingesta calórica.
- Dietas pobres en proteínas: Se pierde peso a expensas de la masa muscular y de proteína visceral (la que forma parte de los órganos vitales: corazón, riñones…), desciende la presión arterial e incluso se han dado casos de arritmias cardiacas intratables.
- Dietas ricas en proteínas y pobres en hidratos de carbono: Prometen resultados rápidos sólo si se come carne, tocino, huevos y otros alimentos hiperproteicos, y si se suprimen o limitan al máximo alimentos ricos en hidratos de carbono, como cereales y derivados (arroz, pasta, pan), patatas, legumbres, verduras y hortalizas y frutas.
- Un aporte excesivo de proteínas pero insuficiente de hidratos de carbono puede ocasionar descalcificación ósea y daños renales por exceso de nitrógeno. También pueden causar fatiga y mareos por falta de hidratos de carbono, ya que la glucosa, un sustrato deficiente en estas dietas, es la fuente de energía preferida por el organismo. Además, estos regímenes provocan a una gran pérdida de líquido y electrolitos -lo que favorece la deshidratación- y elevan los niveles de colesterol y triglicéridos, factores de riesgo cardiovascular.
- Por si todo lo anterior fuera poco, aumentan los niveles de ácido úrico y pueden provocar ataques de gota en personas con hiperuricemia (niveles de ácido úrico alto). A corto y medio plazo se pierde proteína muscular e incluso proteína visceral, puesto que el organismo la emplea como fuente de energía. Con el tiempo, la falta de hidratos de carbono produce un exceso de acetona y otros cuerpos cetónicos en el organismo (cetosis), ya que el organismo se adapta a la situación y utiliza las grasas como sustrato energético, con el fin de preservar la degradación de proteína muscular y visceral.
- Dieta rica en grasa y colesterol: este tipo de dietas constituyen una de las formas más peligrosas y extendidas en el tratamiento de la obesidad. Se basan en una reducción en la ingesta de hidratos de carbono, que se sustituyen por grasas. Algunos de los modelos dietéticos pueden proporcionar hasta 1.500 mg de colesterol al día, además de grasa saturada, a pesar de que quienes recomiendan este tipo de dieta pasan por alto su elevado aporte graso. Al aumentar los niveles de colesterol y de triglicéridos en sangre, aumenta el riesgo de enfermedad cardiovascular. Por su desequilibrio nutricional provocan una disminución de las reservas de glucógeno (sustancia de reserva que una vez utilizada por el organismo se transforma en glucosa), y del agua ligada a él, lo que provoca una pérdida de peso rápida que se recupera cuando se vuelven a ingerir alimentos ricos en hidratos de carbono.
- Regímenes sin grasa: No permiten tomar aceites, mantequilla, margarina ni cualquier otro tipo de grasa. Siguiendo estas dietas hay riesgo de carencia de ácidos grasos esenciales y vitaminas liposolubles (A, D, E).
- Otras dietas: consisten en consumir una gran cantidad de un determinado alimento. Son aburridas y nada atrayentes, además de desequilibradas nutricionalmente y sin base científica, y pueden producir trastornos digestivos y psíquicos, ya que rompen el ritmo alimentario normal.
El principal riesgo de estas dietas reside en la inadecuada manera en la que se pierde peso con ellas, consecuencia bien de una reducción importante de las calorías ingeridas o bien de desequilibrios orgánicos que se originan al emplear alimentos en cantidad y calidad inadecuada. Es decir, se adelgaza a expensas de perder líquidos, electrolitos, en menor proporción reservas de proteínas -músculo principalmente- y todavía en un menor porcentaje grasa, que es lo que realmente interesa perder.
La gran aceptación de estas dietas radica en que, aun sin fundamento nutricional, permiten perder peso más o menos rápidamente a costa de ingerir menos calorías, por lo que en poco tiempo “convencen” a quien las realizan de continuar con ellas.
No obstante, resultan del todo inadecuadas para lograr pérdidas de peso sostenidas, ya que además de peligrosas para la salud, no enseñan a adquirir hábitos alimentarios correctos ni garantizan que se mantendrá a largo plazo la pérdida de peso.