Los olvidados riñones del planeta
La preocupación mundial por conservar y cuidar los humedales, esas reservas naturales o artificiales que albergan el agua que consumimos, reside precisamente en la desatención e ignorancia que tradcionalmente ha pesado sobre ellas. ¿Quién no ha escuchado contar, o incluso recuerda, cómo en aquella zona en que ahora vemos un complejo de viviendas o una nave industrial existía una laguna donde algunos pescaban y otros se citaban para bañarse, pasear por la orilla o charlar? Según fuentes ecologistas, desde 1990 se han destruido más de la mitad de los humedales del mundo.
¿Qué es un humedal y para qué sirve?
Podemos describirlo como cualquier sistema natural o artificial de agua dulce, salada o mezclas de ambas, que existe de manera temporal (charcas) o permanente (lagos, ríos, lagunas, marismas…). Se estima que el 6,4% de la superficie terrestre, una extensión superior a la de Europa, está cubierta por humedales en los que habitan especies animales, vegetales e hidrófilas.
En verano, se convierten en imprescindibles para afrontar la sequía; por ello, se repiten cada año en la época estival los llamamientos ecologistas para que se adopten medidas para conservarlos. Se pretende que los humedales puedan seguir funcionando como lo que son: instrumentos para la gestión sostenible del agua.
Al tiempo, se potencian las campañas para que los consumidores tomemos conciencia de que nuestros hábitos están muy relacionados con la salud de las aguas, y que los humedales no sólo embellecen praderas, costas o cimas, ni se limitan a dotar de agua potable pueblos y ciudades a través de las cañerías. Su función en la naturaleza es esencial: mantener la vida en un ecosistema privilegiado. Y eso no es todo.
Los humedales se han convertido en imprescindibles para obtener agua potable a largo plazo. Por ello, se les ha rebautizado como “riñones del planeta”, por realizar los procesos naturales de filtración: cuando el agua pasa de un humedal al acuífero subterráneo, además de renovar el agua que discurre bajo tierra, convierte el líquido en apto para el consumo humano. Parte de ese cauce lateral subterráneo aflorará después a la superficie en otro humedal, como descarga de agua subterránea, y así continuará el ciclo.
Reguladores de caudales
Muchos ríos siguen constituyendo una fuente de agua todo el año gracias a que su caudal se desvía del cauce principal hacia las zonas de turberas, pantanos y ciénagas de la cuenca. Los humedales consiguen así que el agua en la estación de lluvias fluya más lentamente, y amplía la cantidad de agua disponible en las época secas. Si se desvían las corrientes y se eliminan lagunas o marismas, las riadas que siguen a las tormentas provocan el caos, incluso catástrofes, y la aceleración de las corrientes nos deja sin agua con la que afrontar la sequía del verano.
La mayoría de los peces que nos sirven de alimento dependen de los humedales en algún momento de su ciclo vital, mientras los pastizales de las llanuras aluviales sustentan millones de cabezas de ganado bovino y de animales herbívoros que dependen de especies silvestres. También son hábitat natural de uno de los principales cereales alimenticios, el arroz, la mayoría de cuyas variedades se cultivan en un humedal modificado por el hombre, pero respetado en su entorno. La relevancia económica de los humedales no termina ahí: en ocasiones, la producción pesquera de un determinado lugar depende de estas superficies cubiertas de agua. Y en otras, atraen un turismo ecológico que cada día más acusadamente prima la calidad del entorno, huye de las aglomeraciones y disfruta, por ejemplo, entre los juncales de las riberas de los lagos. La artesanía, por otro lado, ha aprovechado siempre esos juncales para elaborar papel y artículos de cestería.
Estos ejemplos no son sino microeconomías de las que dependen parcialmente el desarrollo y la riqueza de alguanas zonas.
Benefactores del clima
La evapotranspiración que propician las reservas de agua mantiene los niveles locales de humedad y de precipitaciones pluviales. En los humedales con vegetación arbórea, gran parte del agua de las lluvias vuelve a pasar de los árboles a la atmósfera por evaporación o transpiración, y a caer en forma de lluvia en la zona circundante.
Se cree que la destrucción de los humedales ocasiona una disminución de las precipitaciones pluviales en la zona afectada, con efectos adversos (entre otros) en el rendimiento de los cultivos. En los valles de la región sudoccidental de Uganda, la pérdida de los humedales alteró el microclima local, esto fue el factor determinante para prohibir su supresión.
La amenaza pesa sobre
Detrás de la pérdida de tan valiosos ecosistemas ha estado muchas veces, según los especialistas, el simple desconocimiento de su importancia. Durante décadas, se ha considerado que eliminar humedales equivalía a progreso, porque atenuaba los riesgos de inundaciones, mejoraba las condiciones higiénicas del entorno y permitía recuperar tierras para la agricultura y otros usos, como el de edificar urbanizaciones o levantar naves industriales.
Hoy, las charcas, pantanos naturales y lagunas han quedado reducidos a su más mínima expresión ¿Por qué?. La respuesta es simple, se taparon para dar paso a construcciones como granjas, casas, carreteras u otra obra civil. O fueron desecados mediante drenajes para promover actividades agrícolas o convertidos en depósito de desagües domésticos, industriales y mineros.
En realidad, parece que nadie los ha echado de menos: son recuerdos de viejos, y el común de lo smortales mantiene la creencia de que los humedales no valen para nada. Y ello a pesar de que en sus inmediaciones se crían zancudos, crecen juncos y vuelan las mariposas. Además de su innegable valor paisajístico.
Pero, con el transcurrir de los años, la comunidad científica se ha percatado y convencido de que estos humedales, o cuerpos de agua, poseen un gran valor natural y resultan muy útiles para el ser humano. Los humedales, además de las utilidades descritas, han sido denominados a como “riñones del mundo”, por las funciones que pueden desempeñar en los ciclos hidrológicos y biogeoquímicos, y como “supermercados biológicos”, en razón de las extensas redes alimentarias y la rica diversidad biológica que sustentan.
Todo este conjunto de valores, tanto ecológicos como productivos, son merecedores de una estrategia de conservación que posibilite su perdurabilidad a lo largo del tiempo, manteniendo unas tasas de explotación que conduzcan a la renovación de los recursos naturales. Pero no es sólo trabajo de científicos, ni de dirigentes. El consumo razonable de agua y el respeto con las zonas apantanadas son hábitos fáciles de adquirir cuyos beneficios se multiplican favoreciendo al desarrollo sostenible del líquido que pronto conoceremos como el oro insípido, inodoro e insaboro: el agua.
- Estuarios: deltas, bancos fangosos y marismas
- Marinos: litorales y arrecifes de coral
- Fluviales: llanuras de inundación, bosques anegados y lagos de meandro
- Palustres: pantanos, marismas y ciénagas
- Lacustres: lagunas, lagos glaciales y lagos de cráteres de volcanes.
Son reservas de agua, suministro y mantenimiento de su calidad y cantidad. Funcionan como depósitos que protegen de trombas de agua y controlan las inundaciones. Estabilizan las orillas y contribuyen a la disminución de la erosión. Contribuyen a la descarga de agua hacia acuíferos, ayudando a mantener su nivel y la creación de otros nuevos. Ayudan a la purificación del agua mediante la retención de nutrientes, sedimentos y agentes contaminantes. Inspiran la tecnología artificial del tratamiento de aguas.
- Contribuyen a la estabilización del clima, atemperándolo.
- Son fuentes de producción pesquera y agrícola.
- Aportan zonas de pastoreo. Producen turba, madera de construcción y otros materiales vegetales.
- Constituyen reservas de vida silvestre.
- En ocasiones, son navegables y contribuyen al transporte.
- Ofrecen posibilidades de recreo y turismo.
- Contribuyen a la diversidad biológica y al patrimonio cultural, paisajístico y de las tradiciones ligadas a las zonas húmedas, como la artesanía de juncos.