Cultivar un árbol muy especial
Uno de los motivos de esta aceptación radica en el excelente clima de nuestro país, que se traduce en unas inmejorables condiciones para el crecimiento de los árboles. Sin embargo, el desconocimiento de algunas normas básicas de cultivo sigue siendo habitual, al menos entre las personas ajenas a este arte: al contrario de las creencias más extendidas, la mayoría de los bonsáis son especies de exterior, y a pesar de su frágil aspecto, resultan tan resistentes como sus hermanos mayores, los árboles convencionales, siempre que se les brinden unos cuidados mínimos. Su precio varía mucho: a partir de las 5.000 pesetas se puede adquirir un bonsái que ofrezca garantías, aunque…
Cultura oriental milenaria
Las referencias más antiguas sobre bonsáis aparecen en China, reflejadas en unas pinturas de la dinastía Tang (años 618-906). Al parecer fueron los monjes budistas chinos quienes en los siglos X y XI introdujeron el bonsái en Japón al trasladarse allí para dar a conocer su filosofía, el budismo Zen, y los japoneses extendieron siglos después en occidente el cultivo de estos diminutos árboles. De ahí que en occidente haya arraigado la idea de que los bonsáis tienen origen nipón.
Durante siglos, la propiedad de estos pequeños árboles estuvo restringida a personas nobles y de alta alcurnia y hace sólo unas décadas se extendió su cultivo entre el resto de los ciudadanos. La llegada a Europa de la cultura de árboles en miniatura no se ha datado, aunque se cree que los griegos en la época helénica ya plantaban en macetas los primeros arbustos minúsculos, aunque no se trataba de bonsáis, sino de especies medicinales que utilizaban para surtir las boticas sin necesidad de desplazarse a otras latitudes ni aguardar determinadas estaciones.
Al aire libre, como el resto de los árboles
Aunque dominar las técnicas de este arte japonés resulta extremadamente difícil, iniciarse en su cultivo es cuestión de interés, adaptación de determinados hábitos y, sobre todo, de recordar que un árbol aunque no grita, sufre y necesita cuidados.
Lo primero a considerar es que entre estos árboles liliputienses no existe ninguna especie de interior, un error común, consecuencia de verlos expuestos en el interior de los comercios.
Los bonsáis son árboles, y como todos los de su especie, grandes o pequeños, viven al aire libre. Deben pasar frío en invierno y calor en verano; en primavera florecen y en otoño pierden las hojas. Aunque en estas latitudes pueden encontrarse familias tropicales que al hallarse fuera de su hábitat natural han de pasar el invierno dentro de las viviendas o protegidos de un clima que les es ajeno, es recomendable comenzar la afición con especies autóctonas.
Elegir la especie más apropiada
No es preciso disponer de un amplio espacio para cultivarlos, basta el pequeño rincón de un balcón, o incluso la repisa de una ventana. Debemos escoger la especie que más se adapte a nuestro ambiente y para ello conviene fijarse en la flora del entorno propio, en los árboles de los parques o bosques cercanos.
Así, en una región seca, de clima caluroso, donde el viento sopla con frecuencia y sólo se dispone de espacio a pleno sol, un pino puede ser el árbol más adecuado. Para climas húmedos y fríos y balcones que sólo reciben el sol de la mañana, un haya será la mejor elección.
La ficha del bonsái
Conviene que cuando adquiramos el árbol exijamos que junto con la maceta se nos entregue la ficha del ejemplar. En ella se indicará el nombre botánico y el común, la edad del árbol, que por lo general ronda de 3 a 5 años, la explicación de si se trata de una especie tropical u autóctona y el perfil que ha de dibujar la copa para poder mantenerla.
A partir de entonces, el propietario será responsable de un ser vivo, por lo que deberá atender a sus necesidades de agua, abonos, cambio de tierra y poda.
Cuidados de los bonsáis
No se puede fijar un listado de cuidados genéricos, ya que dependiendo de qué especie se trate necesitará unas atenciones u otras. No obstante, algunos consejos son aplicables a todos los bonsáis. Por ejemplo, en verano el sol calienta las macetas, por lo que es útil proteger la tierra con una capa de musgo para que la temperatura de las raíces no suba demasiado. En invierno en las zonas muy frías se entierran las macetas o se cubren con paja, para que la tierra del bonsái no se hiele. Además, tal y como se haría con una mascota, conviene acudir a un especialista si observamos algún problema. De todas formas, hay que recordar que se trata de árboles como los otros, más pequeños pero no más frágiles.
Agua: Deberá regarse el bonsái cuando lo necesite, espolvoreando el agua de arriba abajo, como si se tratara de lluvia, asegurándonos de que la raíz reciba agua. Si ha hecho mucho calor, se podrá sumergir, pero esto no debe convertirse en práctica habitual. Abono: Abonar la tierra significa aportar al bonsái su soporte de vida, por lo que debe estudiarse la composición del sustrato y elegirlo dependiendo de la especie y el momento de su desarrollo. La tierra debe sostener el árbol, tanto en sentido físico como nutritivo, y permitir drenar el agua de riego fácilmente; a su vez, debe mantenerse húmeda, sin exceso de agua, retener los nutrientes que se le aportan al árbol en forma de abonos y ser capaz de controlar su grado de acidez o alcalinidad PH. Aunque cada aficionado llega a componer sus mezclas, en el sustrato siempre han de estar presentes arcilla, turba y arena. Por ello, habremos de ser cuidadosos con la tierra con la que lo replantamos. Si no contiene estos tres componentes, el árbol puede morir en pocas semanas. Poda: El objetivo es mantener la forma de la copa. Cada uno lo hará como le guste, pero teniendo presente que se debe permitir pasar a la luz hasta la raíz.
Para decorar las tierras que alimentan el bonsái se pueden utilizar varias especies vegetales que embellecerán la tierra de la maceta sin eclipsar la belleza del árbol.
El musgo podemos recogerlo nosotros mismos en la montaña. Después, se seca al sol (proceso por el cual se endurece), se despedaza en trozos y se guarda en bolsas. Así, estará disponible para que lo colocarlo encima de la tierra de la maceta cuando se considere oportuno. El musgo también debemos mantenerlo húmedo y someterlo a unas normas para que no estropee la vista del bonsái: no debe trepar por el árbol, limpiaremos el tronco con un cepillo cada invierno, no ocupará toda la maceta ni saldrá por los bordes de la misma, no tapará las raíces y lo arrancaremos si crece demasiado.
Las plantas también pueden compartir espacio con el bonsái. En el bosque encontraremos algunas silvestres muy adecuadas. Para colocarlas elegiremos un lugar donde no tape ningún detalle del bonsái o incluso podremos trasplantarla a un pequeño tiesto para situarlo al lado del bonsái.
También hay que obedecer unas normas, como el colocarla en una parte del tronco sin raíces o en una cicatriz grande que queramos disimular y plantarla a unos centímetros del bonsái para que no lo esconda.
Como cualquier ser vivo, un bonsái no sobrevive sin agua. La frecuencia del riego depende de muchos factores, especialmente de la especie, el estado de crecimiento de la planta y el clima. En invierno los bonsáis que viven al aire libre (en España, todos aquellos que no sean especies tropicales) necesitarán poca agua, aparte de la que reciben en forma de lluvia. Los árboles de interior (especies tropicales) requieren cierto control, ya que la humedad del suelo se evapora a pesar de que el bonsái no crezca nada o casi nada. La primavera es una época peligrosa. Comienzan a crecer las hojas y los vástagos, y las necesidades de agua del bonsái aumentan. También es el momento para exponer de nuevo al aire libre las especies que debieron permanecer en el interior durante el invierno. Se deben regar los bonsáis en cuanto han consumido la mayor parte -no la totalidad- del agua que albergan en el recipiente.
Con la llegada del verano el tiempo será más cálido, tal vez con brisa y un sol fuerte. En estas condiciones, los bonsáis requieren un riego abundante una vez al día, preferiblemente por la mañana temprano o al finalizar la tarde y, en casos excepcionales, en ambas ocasiones.
En otoño los árboles inician los cambios químicos que producen la caída de las hojas y el estado de latencia. Disminuye la necesidad de agua y hay que tener cuidado de no regarlos en exceso, ya que con las temperaturas más bajas, especialmente por la noche, se corre el riesgo de que se pudran las raíces.