La referencia somos nosotros, no los demás
En fin… tendemos a valorar en los demás aquello que a nosotros nos falta, pero casi nunca nos ponemos a pensar en todo lo que tenemos. Ser realistas y confeccionar mentalmente un cuadro-diagnóstico certero de nuestra situación puede ayudarnos a no convertirnos en víctimas del catatrofismo o de la euforia. El bienestar emocional consiste en el equilibrio al que conduce conocer y asumir con serenidad y buen humor lo que somos (y tenemos) y lo que aspiramos a ser (y tener). La envidia más perniciosa es la que sentimos del hermano, del amigo, del compañero de estudios o de trabajo, y del vecino de al lado, no la que nos genera el éxito, el modus vivendi y el reconocimiento social de la modelo o artista de cine, el arquitecto, la empresaria, el futbolista o el intelectual. Y ello porque sabemos que quien tenemos cerca no es forzosamente más listo ni mejor profesional que nosotros, simplemente ha aprovechado mejor sus oportunidades. No se trata de ser conformistas y abandonar cualquier planteamiento ambicioso, sino de ser consecuentes y elaborar una valoración global sobre lo que somos y lo que aspiramos a ser. Y todo ello no con base en comparaciones, sino partiendo de nuestras propias percepciones, sentimientos y perspectivas de futuro.
Lo peor de la envidia es que se acompaña de una frustrante impresión de que la vida pasa sin vivirla, inmersa en la monotonía o en un devenir insatisfactorio carente de retos atractivos. Vemos a otras personas felices y ello acentúa la negativa percepción de nuestra vida y de nosotros mismos. Es frecuente que esta disposición de ánimo nos conduzca a evitar los contactos sociales, nos acerque al fracaso y produzca esa inseguridad tan característica que disfrazamos de apatía, conformismo y negatividad.
La inteligencia emocional deviene imprescindible para acertar en el diagnóstico de nuestra situación en la vida y para dar con el paquete de medidas que nos ayude a superar el estadio de la envidia y a articular las estrategias que nos acerquen a las metas previstas. Mirar al exterior y compararnos con quienes admiramos o envidiamos puede ser un buen estímulo (“¿por qué yo no puedo hacerlo?”) siempre que lo hagamos positivamente (no con un espíritu de simple emulación) extrayendo del éxito ajeno conclusiones adaptables a nuestra manera de ser, nuestras capacidades y nuestras circunstancias personales.
Harry Stack Sullivan definió la envidia como “un sentimiento de aguda incomodidad, determinada por el descubrimiento de que otro posee algo que nosotros creemos que deberíamos tener”. El discurso del envidioso es repetitivo, monocorde y compulsivo respecto de lo que envidia y de con quién compite.
Pendiente de lo que tienen los demás, evita reconocer lo que tiene y nada o poco hace para sacarle partido. Su vida no gira sobre su realidad, sino sobre lo que desea conseguir y , en definitiva, sobre lo que echa en falta. La insatisfacción, la frustración y la rabia, le dominan y hacen que su vida le resulte poco grata.
¿Tiene efectos secundarios la envidia?
La envidia aguda puede crear ansiedad, trastornos del apetito y del sueño y diversas alteraciones. Incide también en la actitud hacia la vida, moldeando unas formas de estar en relación con los otros que van desde convertirse en eterna víctima hasta la adopción de una postura defensiva que se traduce en modos irónicos, altaneros, fríos y distantes e incluso de menosprecio hacia los demás.. Los afectados colocan al objeto de sus envidias en una posición de superioridad, a una distancia inalcanzable y sufren impotencia, desánimo y complejo de inferioridad, junto con sentimientos de rabia e ira, que le mantendrán dependiente de la persona con quien compiten. En ocasiones, la envidia no se manifiesta hacia personas de nuestro entorno ni siquiera hacia individuos concretos que conocemos por los medios de comunicación, sino hacia estereotipos creados por la publicidad, la moda, el cine, las series de TV… La estima social que merecen estos héroes de la ficción provoca la envidia de quienes no sienten poco valorados, que pierden su capacidad de análisis y de darse cuenta de que no envidian las virtudes o capacidades de ese modelo de persona sino el reconocimiento social y los honores que reciben.
Conocernos bien, potenciar y trabajar nuestras cualidades y ser conscientes de nuestras limitaciones es el mejor inicio para progresar. Una actuación exclusivamente competitiva genera una dependencia unidireccional hacia la persona envidiada. El envidioso se guarda muy bien, Incluso en su fuero interno, de reconocer que padece envidia. Pocas cosas hieren y descalifican más que decirle a alguien: “Tú lo que tienes es envidia”. pero, ¿por qué niega siempre el envidioso su envidia?. Porque denota un sentimiento de inferioridad que no admite, porque se siente incapaz de reconocer unas limitaciones que interpreta como signos de debilidad, porque no puede aceptar que su infelicidad no se debe a todo aquello de lo que carece sino a que no sabe valorar lo que tiene, y porque, pendiente de la vida de los demás no deja un resquicio para asumir la suya propia, con la que no quiere comprometerse por no asumir sus responsabilidades. Pero no criminalicemos al envidioso “pata negra”. En el fondo, casi todos sentimos envidia de algo o alguien en algún momento de nuestra vida. Es esa especie de sufrimiento (normalmente, secreto) que nos produce el éxito ajeno. Debemos aceptar la envidia como un sentimiento humano más, que sólo nos ha de preocupar cuando deriva en patología y perjudica nuestro equilibrio emocional. En casos extremos de sufrimiento, de celos patológicos, conviene acudir a un psicólogo.
Combatir la envidia leve
Lo mejor para hacer frente a la envidia es no vivir pendientes de lo que no tenemos. Practiquemos la contemplación en su sentido más profundo, el deleite por lo que se tiene, el redescubrimiento gozoso de lo que nos rodea: las personas que queremos, la fauna y la flora, los paisajes, los pequeños objetos entrañables o los que nos hacen más cómoda la vida. También podemos convencernos de que, normalmente, nada perdemos cuando a otros les van magníficamente las cosas. O darnos cuenta de que compararse con los demás casi siempre resulta estéril. Nuestro mejor punto de referencia somos nosotros mismos. Establezcamos metas en función de nuestras posibilidades, no de lo que otros han conseguido. Podemos considerar que hemos superado la envidia cuando nos alegramos del éxito o la buena suerte de los demás.
- Estimular la empatía, la capacidad de ponernos en lugar del otro.
- Favorecer la confianza en uno mismo y en los demás, desarrollando expectativas y modelos positivos sobre las relaciones sociales.
- Establecer en la infancia relaciones correctas y equilibradas con los demás niños .
- Relativizar las diferencias sociales y adquirir habilidades para elegir adecuadamente con quién, cómo y cuándo compararse.
- Valorar correctamente nuestra capacidad, sin infravalorarnos ni sobrevalorarnos.
- Colaborar (tanto dar a los demás como solicitar ayuda), es un buen medio para dotarnos de la pericia que requiere resolver los conflictos que causan envidia.
- Acostumbrarse a centrar la atención en los aspectos más positivos de la realidad, no siempre en los negativos.
- Relativizar el éxito propio. Y, si es posible, tomarlo incluso un poco en broma.
- Interpretar nuestro progreso personal mediante la comparación con nuestras competencias y habilidades, no con las de otros.