Cuando se lleva mucho tiempo implicada profesionalmente, y se supone que también emocionalmente, en un conflicto de la gravedad y dimensiones del palestino, ¿es posible mantenerse al margen y no tomar partido por alguna de las dos partes en litigio?
Una de las premisas para hacer periodismo, cualquier tipo de periodismo, es mantener siempre una distancia. A pesar de que yo llevo más de 10 años sumergida profesionalmente en este conflicto, soy fiel, o por lo menos intento serlo, a un principio básico: hacer un ejercicio de humildad constante, y por eso al igual que cuando te levantas por la mañana abres los ojos por primera vez, los tienes que abrir igualmente con cada historia que narras, con cada crónica que escribes. Esto significa limitarse a estar en el lugar adecuado y después simplemente contar lo que has visto. Las conclusiones de esa noticia son propiedad del espectador o de quien quiere interpretar esa realidad que tú sólo cuentas. En resumen, hay que tener humildad y respeto a todas las partes.
¿Cuál ha sido la noticia que más le ha dolido dar?
Desgraciadamente hay tantísimas, parece que una buena noticia no es noticia, y entonces terminas contando sólo las cosas malas, que son las que van a entrar en los noticiarios. Todos los días cuento malas noticias. Un conflicto como el árabe-israelí parte de un fracaso de comunicación, y al final lo que caracteriza a los hombres, lo que nos distingue de los animales es precisamente el poder de comunicarse, y no hacerlo es volver a un estadio anterior. Cada vez que escribo crónicas sobre violencia siento que se ha perdido de nuevo un poco de nuestra civilización. Si tuviera que destacar alguna (suspira, piensa unos segundos y duda), en realidad no puedo destacar ninguna. Sinceramente, hay tantas…
¿Hasta qué extremo ha cambiado el trabajo del corresponsal de guerra con las irrupción de las nuevas tecnologías?
Hoy mismo leía unas declaraciones del jefe del espionaje ruso (KGB) en las que decía que uno de los fracasos que dejó al descubierto el ataque sobre Nueva York el 11 de septiembre era precisamente que los estadounidenses, y la CIA en particular, han centrado todo su esfuerzo en las tecnologías, y éstas pueden explicar lo que ha pasado, lo pueden incluso transmitir en directo, pero no pueden prever lo que va a pasar, esa es una labor del ser humano. Nos limitamos a la generalidad, y nos olvidamos de lo particular y ni siquiera sumamos esas particularidades, deshumanizamos nuestro mundo. Deberíamos pensar en recuperar la categoría humana. Nada de crear o hacer la guerra de las galaxias, la búsqueda de soluciones es muy antigua: la comunicación.
Y usted decidió comunicar desde las guerras, ¿Cómo llegó a querer ser enviada especial?
Muchas veces me lo preguntan y tengo la sensación de que desilusiono con mis respuestas. Mi puesto actual proviene de una ligazón de diversas circunstancias. Cuando estudiaba, mis amigos me decían que me dedicara a escribir para periódicos, sobre cosas de cultura, porque era muy puntillosa, y me iban esos temas. Es más, me comentaban que no me veían en una vida dura, porque pensaban que yo era muy fina, pero ahora son ellos los que viven en despachos estupendos, y yo quien se busca la vida y duerme en jergones. Me hace gracia. Mi plan, al principio, era probar todos los medios y luego decidir. Escribí en periódicos, trabajé en radios y llegué a la televisión. Estalló la guerra del Golfo y tuve la oportunidad de ir allí, y por el camino fui descubriendo que podía mantener la calma en los momentos más duros, que soy lúcida cuando la gente se vuelve muy confusa, que afronto situaciones y problemas con la mente fría. Pero todo esto lo he ido descubriendo por el camino, hay veces que a toro pasado lo pienso y ni yo misma puedo creer mis reacciones.
¿Es quizá el espíritu de la inconsciencia, de la aventura?
Haciendo una vez un viaje con la escritora americana Susan Sontag me dijo que en esta profesión, en este tipo de trabajo coincidían hombres y mujeres que, o bien son hijos únicos, o son los primogénitos. Este es mi caso, y he confirmado que se repite en muchos compañeros. Es un trabajo de gente que está acostumbrada a plantearse retos y metas, a lanzarse órdagos a uno mismo. Desde luego, si no eres capaz de estar sola, no puedes hacerlo. Cuando hay que decidir en dos minutos si tienes que ir a la izquierda o a la derecha, se necesita una gran confianza en una misma, o experiencia en haber tomado muchas decisiones en la vida.
¿Y cómo decide uno colocarse en el otro lado de la línea, como hizo en Bagdad durante las noches de la Tormenta del Desierto?
Es el sentido del deber, el querer hacer las cosas bien y con cierta dosis de perfeccionismo. Ser perfeccionista siendo sastre es cortar bien los trajes, serlo en este tipo de trabajo es estar donde pasan las cosas y no contar lo que sucede mediante segundas o terceras personas. Si estás en el lugar del hecho lo ves en directo y es entonces cuando lo puedes contar. Mi presencia en la Guerra del Golfo fue una decisión personal, habíamos conseguidos los visados y el día anterior a viajar a Bagdad el director de informativos de TVE me dejó claro que era una opción personal, que si no quería ir no pasaba nada. Pero no tuve duda. Hicimos una reunión los 20 periodistas que teníamos el visado, curiosamente yo era la única mujer, y recuerdo que hablábamos de lo peligroso que era ir a Bagdad, la guerra ya llevaba 10 días y los bombardeos eran constantes. Cuando me preguntaron qué pensaba, expuse que si teníamos el visado no debíamos dudar más. Recuerdo que un compañero inglés, que murió después en uno de los golpes militares de Moscú, dijo “me alegro que haya aquí alguien con bolas”. Es el sentido del deber, perfeccionismo y, claro, algo de vocación, lo que te hace colocar esas decisiones en primer lugar, que igual para otros no ocupan ese espacio. Pero es también una especie de gusano interior que te mueve, que te lleva al lugar de los hechos y te empuja hasta el final.
¿Cómo es un día corriente de una corresponsal de guerra, en Jerusalén en este caso?
Voy a la compra un par de veces al mes, si me acuerdo, ya que la vida doméstica la solventas a salto de mata. Me levanto por la mañana, leo la prensa, veo los canales internacionales para saber cómo está el mundo, cómo va la cosa. Echo un vistazo a las flores. Leo. Yo leo muchísimo, es fundamental para hacer este trabajo. Después me voy acercando a la corresponsalía y en el camino aprovecho para hablar con la gente de la calle, con las personas de mi ciudad. Después, los acontecimientos se desencadenan con la velocidad del rayo. Por ejemplo, ayer (la entrevista se realizo el 5 de octubre), quién iba a suponer que un avión iba a ser derribado sobre el Mar Negro. Bueno, no sé si es que desarrollas otro sentido, pero ayer me levanté con el convencimiento de que iba a pasar algo. Al final puedes explicar e informar de lo que ha ocurrido, pero trabajando te limitas a ver lo que tienes delante, y hacer el ejercicio constante de rigor y humildad para contar lo que has visto hoy.
Da la impresión de que, ahora que tenemos a nuestro alcance canales informativos de casi todo el mundo, las noticias que llegan al espectador occidental son las mismas independientemente el canal que se escuche. ¿Dónde está el filtro, si es que existe? O dicho de otra forma, ¿dónde se percibe la peculiaridad de cada medio de comunicación?
La clave es que el periodista se halle donde suceden los hechos. Después usa sus fuentes más o menos institucionales y, posteriormente, habla con los testigos de lo que pasa y si logra que se sientan cómodos, mejor. Esto es fundamental para dar una buena información porque si vas al lugar donde ha sucedido algo y hablas con la gente, la escuchas y te conviertes en una esponja, logras enterarte de todo. Mi trabajo acaba cuando llega la crónica a España. Yo llamo a Madrid para preguntar si ha llegado y si es así, ha terminado mi cometido. A mi me gusta más escribir, pero la televisión tiene una cosa buena y es que te pueden cortar pero nunca añadir nada, lo que te da la tranquilidad de que nunca podrán poner en tu boca algo que no has dicho.
Hablar con la gente… ¿cómo son las personas ahí, en Oriente Próximo?
Este es un ambiente agresivo, neurótico, en el que los ciudadanos esperan que estalle la bomba al cruzar cualquier esquina y eso se nota en las personas, que saltan a la mínima, la susceptibilidad está a flor de piel. Se nota hasta en los rasgos de las personas cuando caminan por la calle.
Esa inseguridad se trasmitirá también al periodista. ¿Hay alguna garantía de seguridad para el periodista, cámara o fotógrafo?
El hecho de estar trabajando no te protege de nada, intentas evitar el peligro, pero el peligro está ahí.
La circunstancia de ser mujer en un país cuya cultura es en parte musulmana, ¿añade dificultades a su trabajo cotidiano?
Nunca he tenido ningún problema. Sí es cierto que en los lugares de trabajo, que no en la ciudadanía, hay bastantes prejuicios y tienes que demostrar que no hay ninguna diferencia entre el hombre y la mujer aunque haya que trabajar cinco veces más para conseguir lo mismo. Pero estamos abriendo brecha. Hace años pagué un precio muy alto por intentar introducirme, en plan profesional y sin ir de prima donna, en un mundo masculino, de tribu pata negra. Espero que esto haya servido para que a las chicas que vengan detrás les sea más fácil. Si hay una sola de ellas a la que mi manera de trabajar le ha servido para algo me daré por recompensada de mis difíciles inicios.
El sentido del tiempo y de la rutina profesional, la identidad de consumidor de productos y servicios, los problemas específicos de la mujer, ¿hasta qué punto pasan a segundo orden cuando se trabaja cada día contra el reloj y en un entorno tan tenso y peligroso?
Se pierde el sentido completamente y te conformas con lo básico. Del 92 al 96, cuando la guerra de Bosnia, vivía en Budapest, y me pasaba meses y meses en Sarajevo y recuerdo que en una de estas volví a Madrid y me metí en un centro comercial y a los diez segundos salí. Me dolía físicamente, me sentí horrible, era una avalancha tal de ofertas que no lo pude soportar.