La Bolsa, símbolo de las finanzas

1 octubre de 2007
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La Bolsa, símbolo de las finanzas

Cuentan las crónicas que a las 12 de la mañana del 20 de octubre de 1831 un grupo de hombres de comercio se reunió en una iglesia de la plaza del Sol de Madrid. Con la primera campanada del reloj de la Casa de Correos dieron por iniciada la actividad de la Bolsa. El nombre de la Bolsa fue tomado, como sucede en el resto de plazas europeas, de la familia belga Van der Bourse (Bolsa). Fueron estos unos mesoneros de Brujas que se convirtieron en banqueros comerciales de tal importancia que hoy designan el corazón financiero en todo el mundo. Recogen también los anales que el 7 de mayo de 1893, la reina regente María Cristina inauguró, 62 años y 7 sedes después, el edificio emblemático y definitivo, aunque desde hace casi 20 años su valor se reduce a la representación de un mundo que se mueve en otros ámbitos. Su parqué, el reloj, la campana y los paneles son un símbolo. Una imagen que ilustra una realidad virtual: la del actual mercado de valores y cambios que nada tiene que ver con los movimientos de los corros, ni con los agentes de cambio. Aquella Bolsa ha desaparecido. Aunque el edificio se mantenga.

Las 10 de la mañana: abre la Bolsa

En la plaza de la Lealtad de Madrid se erige el majestuoso edificio de la Bolsa. Sus recias columnas anteceden al distribuidor desde el que se accede al Salón de Cambios, lo que se conoce como “El parqué”. A las 10 en punto, cada mañana de actividad, la sirena anuncia el comienzo de la sesión. Transcurridos los primeros 60 minutos en que se fijan los precios, durante 6 horas ininterrumpidas se sucede el encuentro. Es un encuentro virtual, pero real, en el que ni compradores ni vendedores están presentes. La negociación bursátil está en manos de sociedades y agencias de valores que igual pueden operar en la aledaña calle de Juan de Mena que en Japón.

El Corro, un vestigio del pasado

Sin embargo, no todo es silencio y transcurrir de los paneles. La sede de Madrid conserva una mínima actividad financiera. Es la misma que se puede ver en Bilbao, en Valencia y en Barcelona. Se trata de los mercados de corros que operan con valores ajenos al mercado continuo. Su capacidad financiera es limitada: no llega a representar el 0,5% de lo que se intercambia una jornada. Así que todavía se pueden escuchar los gritos del que da y del que toma y la campanada puntual, cada 10 minutos, anunciando el inicio del corro al que acuden los operadores para reunirse en círculo.

Los paneles o la negociación ininterrumpida

El corro representa un pasado, no remoto pero sí muy lejano. Entonces, cada 10 minutos la actividad se volvía frenética. Hoy, y de manera ininterrumpida, los valores aparecen en rojo, en naranja y en verde, posicionando su cambio a la baja, neutro o al alza. Si hay nervios, éstos no trascienden de las sedes de cada sociedad. Aquí todo es calma y un continuo suministro de información procesada.

Las personas, el motor de todo el engranaje

Aunque parezca deshumanizada, la Bolsa la hacen las personas. Comenzó siendo un encuentro entre caballeros, comerciantes y señores de cuentas, con el fin de propiciar que empresarios con futuro, con ideas y con iniciativa pudieran llevar adelante sus conquistas. Para ello necesitaban que gentes con capital les creyeran. Les harían partícipes de las ganancias si compartían los riesgos. Esto sigue siendo así. Ha perdido el halo romántico y decimonónico pero mantiene las mismas reglas que entonces: invierte sólo lo que puedes perder, no seas avaricioso, consigue mucha información. Precisamente este punto es el que atrae a jubilados, amantes de la bolsa, jóvenes inquietos, antiguos corredores y curiosos que pisan el parqué sabedores de que ya nada se mueve en él. Pero continúa siendo un buen lugar para leer las cotizaciones y no perder de vista las inversiones.

El mejor plató para los medios especializados

No podía ser de otra manera en la Era de la información. Los espacios antaño ocupados por corredores, por vendedores y propietarios, aquellos pasillos que llevaban el sobrenombre de “los pasos perdidos” en su condición de testigos del caminar nervioso a la espera de noticias de ultramar, están hoy ocupados por platós de televisión. Profesionales especializados en información bursátil conectan con su audiencia. Se dirigen a personas que desde sus casas se informan de cómo están sus ahorros convertidos en valores. Pequeños inversores, que como el consumidor, tienen un poder y saben que en la información están la clave de mantenerlo.