Pasarlo bien exige un esfuerzo
Sencillamente, buscan ser felices, hacen lo que han descubierto que les gusta, por mucho que pueda chocar a quienes piensan que “lo normal” es lo único posible. La mayoría de los adultos, aun inconscientemente, vivimos una vida planificada, con una rutina en que las horas transcurren sujetas a un programa que se nos ha colado sin avisar pero que determina cada paso que damos.
Nueve de cada diez decisiones que tomamos un día laborable las ejecutamos casi como autómatas. Y es que las circunstancias pueden tanto…, apenas queda margen para improvisar o para ceder ante los impulsos de hacer algo distinto. Cuesta lo suyo alterar el ritmo cotidiano durante la semana laboral, pero cuando llega el fin de semana o las vacaciones, todo cambia. Sin embargo, necesitamos un poco de decisión y de confianza en nosotros mismos para gestionar ese tiempo de ocio de manera que nos resulte satisfactorio y reparador. No es fácil: cada uno es muy suyo, y lo que hace feliz a este disgusta o aburre a aquél; hay quienes prefieren “programas” densos y activos, y quienes lo dejan casi todo a la improvisación.
Dedicar un esfuerzo a aumentar las satisfacciones que nos depara el tiempo libre es, sin duda, muy fértil. Porque ocio no debe significar forzosamente “no hacer nada”. El ocio es la otra cara de la moneda del trabajo. El querer frente al deber. El tiempo para hacer lo que a mí me gusta y “me llena”. Es mi tiempo, tras muchos días de esfuerzo laboral o académico, y debe entenderse independiente de las rutinas y convenciones que rigen nuestra vida cotidiana.
Por tanto, partamos de que el ocio es algo importante y, en cierta medida, el baremo de nuestra felicidad. Destinar un tiempo a pensar en lo que me hace disfrutar significa que nos valoramos a nosotros mismos y nos crremos merecedores de esa alegría que dota de equilibrio a nuestra vida.
El ocio es cosa seria.
No se trata de caer en la concesión sistemática al más mínimo y fútil capricho. Hablamos de pensar, en cada ocasión, lo que nos apetece hacer ahora, y el próximo fin de semana, y durante las vacaciones. Hay, afortunadamente, gustos muy diversos. Lo conveniente es dar con las cosas que me hacen decir “qué día más maravilloso he pasado” o “qué momento más inolvidable”, o “quién me iba a decir a mí que esto me iba a gustar tanto”. Apenas hay fronteras, más allá de las leyes, las normas cívicas fundamentales y una cierta ética personal. Pongamos en marcha nuestra imaginación, volvamos un poco a la infancia, y mezclemos estas sensaciones con esas cosas que siempre hemos soñado hacer. O esas otras que alguna vez nos han tentado.
Pero, reconozcámoslo, no es tarea sencilla. También el tiempo de ocio tiene sus servidumbres, sus ataduras, sus horarios, sus enemigos e incluso sus convenciones sociales. La pereza, por ejemplo, puede convertirse en freno de la diversión. Por comodidad, dejamos de hacer muchas cosas que nos gustan. Porque casi siempre entrañan algún cambio o riesgo, y una dedicación. Lo más sencillo es cubrir el sábado o el domingo leyendo el periódico, hablando con la familia, paseando un poco y viendo la TV. No hay emociones, no hay creatividad, no hay ejercicio físico, … antes o después, llegará el aburrimiento.
No todo ha de costar dinero.
La sociedad consumista en que vivimos nos programa el ocio y podría parecer que las posibilidades lúdicas comienzan y acaban en las propuestas comerciales. Nada más lejos de la verdad. Hay muchos placeres que no requieren gasto ni contratar nada. Sólo es cuestión de descubrirlos. Están esperándonos. El ocio, como cualquier otro tiempo o periodo de mi vida, lo puedo programar para garantizarme que responda a lo que quiero obtener de él. Ahora bien, esto no significa determinar siempre qué, cómo y cuándo hacer tal cosa, a no ser que la actividad lo requiera. No podemos trasladar el estrés laboral al tiempo de ocio. Debemos convencernos de que el tiempo de ocio no es el que se requiere para descansar después de una jornada de trabajo. Bien al contrario, es el tiempo que me merezco, que yo delimito, con hora y día, para hacer lo que realmente deseo. Un tiempo que tiene la misma categoría que el dedicado al trabajo.
Cuando hablamos de trabajo, no entendamos sólo las tareas remuneradas. Estudiantes, parados y amas de casa tienen también derecho (y necesidad) a disponer de su tiempo de ocio. Un buen baremo de la consideración y mimo que tengo hacia mí mismo, es ver con qué firmeza e ilusión defiendo y estructuro mi tiempo de ocio. No lo olvidemos.
- Las preguntas clave: ¿Me lo paso bien los fines de semana? ¿En vacaciones hago lo que más me gusta? ¿Qué puedo hacer para que mi tiempo de ocio me resulte más satisfactorio?
- Las ideas: El ocio no es el tiempo de descanso, sino el más nuestro, el de disfrutar de la vida, ese del que yo puedo disponer y que más habla de mí mismo. Lo dedico a mi satisfacción personal, porque he de intentar ser feliz. El ocio, y lo que hacemos con él, es tan importante y necesario como el trabajo.
- Divertirse requiere dedicación: El ocio tiene una atractiva componente de despreocupación, pero ello no obsta para que programemos con hora y día, con mimo e ilusión y sin miedo al fracaso, lo que vamos a hacer con él.
- El gran enemigo: la pereza. Un poco de apatía puede estar bien, incluso reconforta. Pero en demasía, frena iniciativas que pueden agradarnos mucho. Hay que controlarla. Y, si es caso, superarla con decisión y buen ánimo.
- Otros frenos: modas, convenciones, rituales (cuadrilla de amigos, vida familiar, cena de los sábados, fútbol del domingo, …) los tabúes y los prejuicios (el qué dirán), impiden frecuentemente el goce. Pasemos de ellos.
- Hemos de mirar hacia dentro, investigarnos: no es fácil saber qué es lo que nos gusta hacer. Tenemos mucho poso, demasiadas costumbres. Reflexionemos abiertamente sobre ello. Cuando lo averigüemos, no dudemos. Si respetamos las leyes y mantenemos una cierta ética, no debe haber barreras.
- Libres, pero no temerarios. Seamos realistas. Procuremos que nuestros planes vayan acordes a nuestra edad y sean coherentes con el momento físico y sicológico en que vivimos.
- Soledad, dosificada: el ocio también se comparte. Y, bien planteado permite entablar nuevas amistades o reafirmar las existentes que más nos “llenan”.