Blanca Ruiz López, coordinadora de la Red Acoge

"Los inmigrantes cambian de país para trabajar, no para traer problemas"

1 abril de 2005
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La red Acoge es veterana en la atención a los emigrantes, testigo de excepción de la evolución migratoria en España, ¿cómo han sido los cambios que se han experimentado desde sus inicios hasta la actualidad?

Los inicios de la red nos trasladan a 1970 y a la fusión de movimientos sociales tan dispares como asociaciones cristianas y grupos de izquierdas que compartían la misma sensibilidad y voluntad para acoger a las personas que llegaban a España en condición de inmigrantes sin recursos. Esto sigue en vigor, y aunque existen muchas diferencias, sobre todo de orden circunstancial entre las migraciones de los 80 con las de los 90, o con las que se han producido en los últimos 5 años, las dificultades derivadas de la falta de protección son similares y prevalece la necesidad de amparar y ayudar en los primeros instantes. En definitiva, se trata de solucionar los problemas, abstrayéndonos de las circunstancias políticas y centrándonos en las demandas, pero intentando que sean los servicios públicos quienes ofrezcan las prestaciones a personas que formarán parte en breve de la sociedad y que devolverán esa ayuda. Nuestra misión es tapar agujeros, pero cuando éstos pueden ser tapados desde la Administración no queremos competir con ella. Esto ha propiciado, por ejemplo, que nos centremos en ofrecer servicios jurídicos porque éstos no los canalizan las instituciones.

La inmigración cada vez preocupa más. ¿A qué se debe que le acompañe una percepción negativa?

Partimos de un error: la inmigración en estos momentos es objeto de la opinión pública porque la han convertido en un instrumento político. Desde el año 2000, como sucede en otros países europeos, la inmigración se comienza a usar como arma electoral y se empieza a transmitir a la sociedad una correlación de inmigración irregular con delincuencia, a pesar de que los datos penitenciarios no demuestran tal equiparación. Esto hace mucho daño a la imagen de la inmigración, de hecho, esto la convierte en un problema.

¿No existe tal relación entre delincuencia e inmigración ilegal?

Desde el principio ese vínculo fue negado por las organizaciones sociales, y así ha terminado siendo reconocido por los más altos estamentos políticos. El grueso de la delincuencia está relacionado con sectores sociales marginales, pero no tiene una relación directa, ni mucho menos consustancial, con la inmigración. La gran mayoría de los inmigrantes cambian de país para trabajar, no para buscarse ni traer problemas. Me gustaría aprovechar esta ocasión para desvelar que algunas estadísticas revelan datos de detenciones policiales para contabilizar casos de delincuentes, y una detención policial no es lo mismo que una pena judicial, ni siquiera que un procedimiento. Los expedientes de expulsión abiertos por carecer de papeles que legalicen tu presencia en España son causa policial, pero esto nada tiene que ver con haber cometido un delito penal o civil. En todo caso es administrativo, como lo es no pagar una multa de aparcamiento, algo que no te convierte en delincuente, ni en un peligro para la sociedad que te acoge.

Su red utiliza el término ‘migraciones no deseadas’. ¿Si el punto de partida es ya negativo, cómo hacerlo esperanzador?

Todo el que puede elegir quedarse en su entorno se queda. Salvo en las personas aventureras, la tendencia es continuar la vida en nuestro lugar de origen, pero los inmigrantes persiguen el sueño europeo, les mueve la necesidad y el deseo de una vida mejor de la que pueden procurarse en sus países, donde el nivel de renta, educación, seguridad y sanidad es menor. Se trata de personas valientes, con iniciativa y trabajadoras, pues vienen aquí para eso, para poder trabajar y en muchos casos convertirse en el sustento familiar, y esto se puede llevar a cabo, no lo olvidemos, porque existe una receptividad en el mercado laboral, es decir, su presencia es necesaria para el país que los acoge.

Un fenómeno del que se habla poco pero que es ciertamente muy preocupante es el de las consecuencias de la inmigración en los países de origen.

En algunas regiones de Sudamérica se están quedando sin población activa. En el caso de Ecuador se habla de cifras escalofriantes, pues no es sólo un vacío cuantitativo, se han ido, y se van, mujeres y hombres jóvenes, seguramente los más activos, los mejor formados y los más emprendedores. Se quedan los niños y los ancianos para vivir y levantar un país sin mano de obra cualificada.

Precisamente los datos desvelan que el volumen de ayuda económica y de inversión empresarial que hacen los emigrantes a sus propios países es 1.000 veces mayor que todas las ayudas del Primer Mundo. ¿Es esto positivo?

Lo primero que diría es que la capacidad de ahorro y el envío de dinero es una decisión personal de cada cual. Hecha esta salvedad, tenemos que decir que la parte negativa de este envío de dinero deviene del hecho de que las autoridades de esos países se relajan todavía más, se corrompen más y consideran ese dinero que envían sus ciudadanos emigrados como parte de su PIB y, de esta forma, cumplen menos su obligación de proporcionar a la sociedad bienestar social y económico.

Esto dificultaría su retorno, pero, ¿hay ganas de volver?

Hace años era mayor el número de personas que deseaban regresar y contemplaban su estancia en el extranjero como caduca a corto o medio plazo, pero también hay que entender que quienes venían lo hacían solos. Ahora son familias enteras las que emigran, o parejas con o sin hijos, que terminan adoptando una segunda nacionalidad.

A pesar de los problemas

Lo primero que pediría es un poco de empatía hacia las personas inmigrantes: hay que tener mucha fuerza para dejar a los tuyos, abandonar tu país, tus amigos, tus recuerdos, tus costumbres y convertirte además, en muchos casos, en el sostén económico de esa familia que dejas atrás. Desde que pisas suelo extranjero te encuentras con dificultades. En primer lugar están las causadas por tu condición de inmigrante, el desconocimiento del entorno, del idioma, de las costumbres, el desarraigo… problemas ante los cuales se enfrentan con una capacidad de adaptación increíble, pues la mentalización con la que llegan es muy fuerte. Después llegan los problemas de cualquier persona que viva ya en el país, foránea o no, que tiene dificultades en la vida: encontrar una vivienda digna, un trabajo que le procure seguridad y tranquilidad. En el caso de los inmigrantes, en el empleo están abocados a desarrollar trabajos de segundo nivel. En un principio puede no resultar un problema, es decir, la gran mayoría hemos comenzado nuestra vida laboral desde unos mínimos y con la aspiración de avanzar en nuestra profesión. Sin embargo, las personas inmigrantes no tienen perspectivas, tienen muy pocas posibilidades de pasar de peón de albañil a encargado de obra, a pesar de que su experiencia les capacite con los años para ese ascenso. Tampoco se habilita lo que se conoce como formación de mejora, en la que se pueda compatibilizar un trabajo con cursos para procurar un trabajo mejor. Hay que descubrir y posibilitar muchos cambios.

Cuando se habla de inmigración, también se incluyen diferentes religiones y culturas del mundo. Unas son más integrables que otras en nuestra sociedad occidental, ¿cómo puede compaginarse los diferentes planteamientos vitales religiosos o culturales?

Imagino que se refiere al Islam. Lo primero que debe quedar claro es que el islamismo que aparece en los titulares de prensa responde a una determinada interpretación del Islam. Hay muchas mujeres musulmanas que están luchando por una convivencia entre democracia e islamismo, e igual que somos capaces de diferenciar las corrientes que existen en diversas religiones, hemos de hacerlo con el Islam. Existe una máxima que puede servirnos de guía: los Derechos Humanos, pero la respuesta ante violaciones de estos principios esenciales es difícil y no se puede ser simplista a la hora de enfrentarnos al problema. Pongamos un ejemplo: la ablación. ¿Cómo te enfrentas a esta costumbre en Barcelona? Puedes limitarte al código penal, y castigar el acto de ablación una vez cometido de manera individual, pero nadie duda de que desarrollar una labor educativa a la comunidad susceptible de llevar a cabo ese acto conseguirá mejores resultados. Es decir, hemos de desarrollar medidas más complejas, más amables y ambiciosas.

Pero, ¿dónde está la clave para esa integración y aceptación de las reglas básicas de convivencia?

Hasta hace muy poco en España, la mujer, por cuestiones culturales, sociales y también religiosas, estaba subordinada civilmente al hombre. Se hacía diferencia entre una adúltera y un adúltero, e incluso una mujer para poder firmar su propio contrato laboral.

Debía pedir permiso a un hombre, su padre, su hermano, su marido, su tutor… ¿Qué quiero decir? Que nosotros hemos avanzado, y que este avance se puede lograr también en otras culturas.

¿Se puede hablar de la búsqueda del multiculturalismo?

Es un término que no se ha hecho realidad. Si las culturas se ordenan de determinada manera hay siempre una clasificación que conlleva un primer nivel, un segundo y así sucesivamente. Los niños y niñas en las escuelas no tienen ningún problema de integración, da igual de dónde es el compañero. Sin embargo, a la salida de clase, en las actividades de fin de semana se reúnen con los otros hijos de inmigrantes, no con sus compañeros de clase. Existe una tendencia natural a reunirse con quienes hablan nuestra lengua y comparten nuestras costumbres. Fundamentalmente, porque comparten problemas: necesidad de vivienda barata e incluso régimen de hacinamiento.

Tras el 11-M España ha dado un ejemplo y no ha sucumbido al racismo. ¿Qué lectura hace de ello?

Sin duda, muy positiva. Sobre todo teniendo en cuenta que Madrid es, junto a la costa mediterránea, el principal lugar de acogida de la inmigración. Creo que hemos dado un ejemplo no orquestado, voluntario y espontáneo de que la sociedad está por encima de muchos intereses y demagogias.