La trashumancia: del pasado hacia el progreso
La trashumancia, el sistema de explotación ganadera utilizado desde tiempos inmemoriales en nuestro país, ofrece hoy un valor que va mucho más allá del testimonio de un tiempo y un modo de vida muy alejado de las prisas y agobios de las grandes ciudades. El paso de la Mesta se ha mostrado como una manera eficaz de proteger la biodiversidad y mantener las vías pecuarias para que continúen siendo corredores ecológicos, refugio de fauna y flora. Es además un sistema natural de aprovechamiento de los recursos que ofrece el campo, y la mejor manera de adaptarse al clima sin tratar de luchar contra él. Cada año, a finales del mes de junio, comienza el periplo y la vuelta se hará en noviembre. Uno de las más bellas muestras se encuentra en tierras abulenses, en pleno corazón de la Sierra de Gredos.
La vía romana pecuaria
Varios siglos observan una calzada de piedra que separa el invierno del verano para las cabezas de ganado que hollan sus losas. Guiado por los pastores, al final de la primavera miles de cabezas de ganado huyen del calor de las dehesas extremeñas, y en el epílogo del otoño abandonarán los pastos de la Sierra abulense. La trashumancia permite aprovechar los pastos de alta montaña entre los meses de julio y noviembre y los campos bajos, de diciembre a junio.
Vigilia de quince días en el sendero
Se necesitan cerca de dos semanas para que el ganado transite los 300 kilómetros que les devuelven al lugar que abandonaron seis meses atrás. Las reses suelen recorrer una media de 25 kilómetros al día. Para que el viaje sea eficaz, los ganaderos pactan y se distribuyen las fechas del paso de sus rebaños. Algunas de estas procesiones superan las 300 cabezas de ganado.
A pie, en camión o en tren
La palabra trashumancia invita a pensar en los caminos de polvo, pero también significa utilizar camiones y trenes para trasladar las cabañas. Los tres sistemas conviven, pero son cada vez más las voces que abogan por proteger las vías pecuarias tradicionales como la Cañada Real Leonesa Occidental, La Ruta de la Plata, la Cañada Real Soriana Occidental y el Cordel del Valle que llega hasta el alto del Puerto de Tornavacas. De las 46.000 reses que recorrieron las calzadas en 1990, 31.000 lo hicieron andando. 15 años después, 30.000 fueron trasladadas en camión, y 18.000 salvaron la distancia por los caminos.
Una imagen pretérita para el futuro
Los expertos auguran que las regiones ganaderas apostarán por la reutilización de sistemas de explotación antiguos, aunque adaptados a las nuevas tecnologías. Pero es difícil encontrar pastores capaces de conducir el ganado. Es un oficio antiguo y muy valioso, pero que está quedándose huérfano por la dureza de sus condiciones de trabajo. La edad media se sitúa en 50,5 años, dato elocuente de la regresión que este sistema pastoril vive en la actualidad. También es evidente el deterioro creciente de las vías, pero no hay duda de que el uso rotacional y estacional de los pastos, la prevención de incendios mediante el pastoreo, la disminución de cargas ganaderas que obligan a rentabilizar espacio y la creación de distintivos de calidad no son ya reivindicaciones publicitarias. La sociedad cada día exige más calidad a los productos. Una calidad que no se limita al resultado final, sino que se vincula con el origen, el respeto del medioambiente y la biodiversidad.
Un camino de ida y vuelta
La práctica de la trashumancia está muy vinculada con el aprovechamiento de terrenos comunales, extendidos en los pastos de sierra, propiedad, en muchos casos, de los ayuntamientos. Es un ejemplo de patrimonio compartido, pero en ocasiones los pastores están obligados a arrendar las dehesas de invernada el tiempo suficiente como para poder regresar a la sierra. El regreso es tan importante como lo fue la ida. La permanencia fuera de temporada es inviable. El ganadero no puede permitírselo, y el ganado sufre la escasez de agua. Es necesario llegar a los agosteros de la Sierra a tiempo.