“Un drama romántico en un contexto social”, así definía su película en un chat con aficionados al cine. El marco en que se mueven los personajes es, en verdad, dramáticamente realista y está teñido de un fuerte contenido reivindicativo, pero ¿siempre es el amor lo más nos conmueve, interesa y apasiona?
El desarraigo de los personajes, que tienen miedo amar, sirve de catalizador para el resto de las acciones. Si la gente dejara el miedo a un lado y quisiera mirarse a los ojos, comprendería que de alguna manera es también el otro. Se trata de entender que el rostro ajeno es un espejo del nuestro, así tal vez perderíamos el miedo.
Toda las personas que llegan a nuestro país como inmigrantes funcionan como un reflejo de nosotros mismos. Si tuviéramos la capacidad, la fortaleza o el propósito de mirarnos en sus ojos, descubriríamos que nosotros somos como ellos y ellos como nosotros. Tenemos un problema, y es que hemos renunciado a la memoria histórica. Hasta hace poco, muy poco tiempo, éramos un país bastante miserable. Si queremos recordarlo podemos encontrarnos con los demás. Pero, para ello, para poder mirar, necesitas amar y dejar a un lado el miedo.
El problema tiene una dimensión universal. Lo que sucede en La Isla, el lugar en el que se desarrolla mi película, puede ocurrir en cualquier ciudad, pueblo o barrio de una metrópoli europea. El conflicto se origina en el miedo a la diferencia e, insisto, en la pérdida de memoria: quienes fueron emigrantes lo han olvidado. Que se rodara en Almería, algo que por cierto no define la trama sino que sólo la contextualiza, simboliza un hecho: aquella tierra quedó despoblada, el desierto ya no era sólo físico y al tratarse de una tierra infértil sus habitantes la abandonaron. Ahora, la generosidad de esa tierra es artificial, se encuentra bajo los plásticos y sigue sin regalar vida al lugar. Mantiene su aridez pero ahora ofrece riqueza, y lo hace de una manera caótica y rápida. Esta transformación recuerda al Oeste americano, pero sin la concepción de tierra de las oportunidades. Es muy irónico que se haya pasado de lugar de emigración a destino de inmigración, pero lo triste es que nos resistimos a entenderlo así.
¿Por qué las salas españolas proyectan tan poco cine europeo?
No tenemos un hábito de acudir a este tipo de cine. Vemos poco cine británico, poquísimo italiano y prácticamente nada de cine alemán. En definitiva, no vemos cine europeo. El cine francés es el que mejor se introduce en las salas pero es debido al propio concepto galo de esta industria ,que le hace ser el más potente de Europa, están muy bien organizados y cuentan con una política cinematográfica que apoya sus proyectos. Pero no podemos perder de vista que el cine que se distribuye en las salas comerciales es un negocio que debe ser rentable.
¿No hay iniciativas de las instituciones para promocionar la distribución del cine comunitario dentro de la Unión Europea y acercarlo así a la rentabilidad?
No. Se ha cometido el error de anular la cuota de pantalla, una medida que pudo ser acertada o no, eficaz o no, pero que al menos evidenciaba una voluntad positiva. El hecho es que el cine europeo, y con él el español, compiten contra un Titánic, es decir, la industria estadounidense, la segunda de ese país. El desequilibrio es evidente. No se trata sólo de dirigir, interpretar y montar un espléndido guión, al fin y al cabo, de crear; estamos hablando de estrategias de mercado, de planes industrializados, de política de distribución de un magnate. Por ejemplo, una sala proyecta una película taquillera, comercial, en la que el presupuesto de promoción supera o equipara al de producción, y tiene la obligación de proyectar dos o tres filmes más de las misma productora o distribuidora. Películas que no interesan a nadie, pero que ocupan las salas.
Y que con frecuencia reciben el apoyo mayoritario del público…
Al margen de que gusten o no y de la promoción, los medios de comunicación tienen mucha influencia. Poniente era la única película española a concurso en el Festival de Venecia. Cuando los organizadores remitieron la lista de selección, hubo medios que titularon “ninguna película española a concurso”. Tuvimos que convencer a la prensa de que nosotros estábamos ahí. Estuvimos en Venecia, la proyección fue emocionante y el público la acogió con entusiasmo. Esto no fue publicado en la mayoría de nuestros medios de comunicación, y cuando lo hizo fue en una escueta columna. Esa misma semana, las ediciones abrieron con una foto de Harrison Ford en el festival de Venecia.
El cine es un juguete demasiado costoso como para limitarse a entretener, aseguraba recientemente Fernando León (Los lunes al sol, Barrio, Familia ¿Comparte su opinión de que el cine vinculado a la realidad, que hace pensar y reflexionar, puede resultar tan entretenido para el espectador como el cine de evasión más banal?
Todo el cine aspira a servir al espectador, a agradarle, entreteniendo o proponiendo reflexiones, empatizando con sus valores y experiencias vitales, o provocándole carcajadas o miedo. Para ello, sea cual sea su propósito, utiliza un lenguaje que ha de ser cautivador. Lo importante es que se trate de buen cine, y unido a ello se está logrando superar la idea de que el cine comprometido es aburrido. Pero los creadores no somos políticos. Coincidimos con ellos en ocasiones, compartiendo temas que los tomamos de la sociedad, pero nosotros no aspiramos a darles solución. Podemos proponer respuestas emocionales que son ficticias; de hecho, el cine es ficción, aunque esto no resta un ápice de compromiso, en cuanto que tomamos partida y juzgamos desde nuestro punto de vista. Pero no vamos más allá. El cine es entretenimiento, eso no hay que olvidarlo.
Con películas como la suya parece renacer ese tipo de cine popular que, sin alardes intelectuales o ensimismamientos artísticos sólo aptos para elites culturales, pretende emocionar y entretener sin olvidar que las cosas acontecen en un contexto lleno de problemas, discriminación, injusticias…
Desde hace años la oferta del cine español es muy amplia. Se realizan comedias, cine de evasión, dramas y cine de acción. Los directores y directoras tienen ideas, capacidad y profesionalidad. Y, a veces, los proyectos funcionan también en taquilla. De cualquier forma, el espectador no se inclina por el cine popular, prefiere el cine espectáculo. Esto no es criticable en sí mismo, hemos de ser conscientes de que la gente no quiere ver realidades que le recuerdan la parte gris de la vida. Sin embargo, el lenguaje cinematográfico tiene tal magia que en ocasiones, películas que no se limitan a ser un producto de consumo divertido o entretenido, terminan encontrándose con el gran público.
¿Quedan todavía productores dispuestos a arriesgar su dinero en películas tan incómodas. alternativas y realistas como Poniente, o algunas de sus anteriores obras, como Sexo Oral?
En el caso de Sexo oral, sí: la produje yo misma. Pero es muy difícil encontrar productores que se arriesguen. Poniente estuvo a punto de no realizarse, y si se hizo fue gracias a una persona valiente que quiso apostar por ella. A la industria no le interesan estos productos -hasta que se demuestra que funcionan, que también sucede- porque obligan al espectador a un grado de compromiso y a una toma de partido, lo que les convierte en incómodos.
El amor, la deuda con el pasado, el desarraigo personal y el conflicto con la propia identidad marcan su última película.
Cuando se dice que la gente viaja mucho, yo me pregunto cómo lo hacen: ¿se limitan a bajarse del autobús y hacer una foto delante del monumento? Lo que está pasando en España es una expresión mínima de la multiculturalidad. París, Londres o Ámsterdam son ejemplos de cómo conviven gentes de todas las latitudes o al menos se intenta que sea así. Y es que, aunque parezca que hemos querido borrar nuestro pasado, no podemos ignorar el futuro. Las próximas generaciones no van a tener problema en cambiar Murcia por Manchester, si allí les ofrecen un buen trabajo o tienen un compromiso personal, pero no desde el punto de vista de emigrar, sino de obviar las fronteras, las líneas de los mapas. Si bastan siete horas para cambiar de continente, y un segundo para realizar una incursión en Internet y abrirse al mundo…
La emigración nunca ha sido fácil.
Lo primero que hay reconocer al individuo es su dignidad. La inmigración se la retira, y eso crea frustración a quien lo padece. Después está la identidad cultural, porque si bien es cierto que el mundo está cada vez más polarizado, no son razones antropológicas sino cuestiones económicas las que marcan las diferencias. No importa tanto la diferencia de lengua, rasgos o costumbres. El miedo se produce porque la tarta hay que repartirla entre más, y ha prendido un sentimiento de posesión que nos lleva a proteger el trozo que se supone nos corresponde.
“El trabajo en televisión es muy estresante y carece de la poesía que me gusta poner en mi trabajo, prefiero el cine”. Son palabras suyas. ¿Considera incompatible la poesía y el lenguaje televisivo, o es simplemente que la tele se ha rendido definitivamente a la presión de los shares de audiencia?
La televisión tiene un poder de convocatoria inmenso. En un solo capítulo de Ellas son así, la teleserie que dirigí, la audiencia alcanzaba los cuatro millones de espectadores, y aunque casi ninguna película llega a esos niveles, sin duda prefiero el cine.
La dirección de este tipo de productos excita los primeros días o en momentos concretos, te dan la oportunidad de rodar con cuatro cámaras, pero a medida que pasan los capítulos tu creatividad se ve reducida, no es enriquecedora, es una forma de trabajar muy mecánica. De cualquier forma, aunque no suelo ver la tele, reconozco que de vez en cuando logra ofrecer productos de calidad. Cuéntame es sin duda un ejemplo. Fue un proyecto arriesgado, costó ponerlo en marcha y ha triunfado. Demuestra que las cosas que suponen riesgo también funcionan.
Resulta interesante la promoción de Poniente, realizada a través de Internet, donde se han sucedido encuentros de la directora, productores y actores de la película con el público.
Internet ofrece información de manera asequible y posibilita el intercambio de ideas. La frescura, la inmediatez y la naturalidad caracterizan estos encuentros con personas que quieren manifestar un parecer, o simplemente charlar. Y es un gusto, porque ya casi no se habla, nos podemos pasar toda una comida con amigos contándonos trivialidades, sin despertar el interés en los demás, sólo llenando el tiempo. Me gusta Internet: a pesar de la frialdad del ordenador, se consigue calidez en los encuentros. Es paradójico, pero esta máquina y este sistema humanizan, muchas veces, más que un encuentro personal.
Sus palabras parecen contradecir los pronósticos de que las máquinas nos iban a deshumanizar. Equivocaron el futuro. ¿Nos puede adelantar sobre qué versarán sus futuros trabajos?
Mi próximo proyecto se trata de una película de ciencia ficción, me encanta este género. Te permite fantasear sobre el futuro y resulta apasionante responder preguntas que ni siquiera están formuladas.
Una propuesta muy alejada, no sólo del intimismo que planea en sus anteriores filmes, sino también de las producciones españolas más habituales.
Estamos superando los complejos. Podemos hacer una película bélica como Guerreros de Calparsoro, y también ciencia ficción. Yo lo voy a intentar.