Algo más que especulaciones
En la década de los 80, la comunidad científica discrepaba sobre la hipótesis de que se estuviera produciendo un cambio climático. Hoy, aunque todavía prevalecen opiniones que cuestionan el calentamiento, el debate ya no se centra en lo rápido que se está produciendo el incremento de la temperatura de la Tierra. Ahora se investiga la magnitud del problema y se especula sobre sus consecuencias. Se afirma que los años 90 han sido los más cálidos del milenio, y se advierte de que este cambio anunciado que continuará en las próximas décadas no será gradual, sino a golpe de catástrofes y con consecuencias devastadoras tanto para los ciudadanos como para su entorno. Las especulaciones ya se han convertido en realidades: la desertización aumenta; la capa del hielo de los polos adelgaza; las zonas tropicales, sumidero de carbono del mundo, pierden metros cuadrados (o se los roban)… Tanto la comunidad internacional como los agentes sociales y las instituciones políticas tienen un compromiso que asumir, más allá de las convenciones, porque el tiempo apremia y la situación empeora sin cesar.
El IPCC, organismo clave
Cuando en 1998 se conformó el Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (sus siglas de acuerdo al nombre en inglés son IPCC ), se partió del convencimiento de que se necesitaban medidas para frenar las alteraciones climáticas que se venían produciendo y de las que se intuían sus consecuencias. El IPCC está integrado por científicos de todo el mundo que revisan estudios sobre la evolución del clima y su misión consiste en asesorar a los responsables políticos, para lo que publican informes periódicos. De acuerdo con este organismo, la temperatura mundial se elevará de 1 a 3,5 grados durante el siglo que hemos estrenado. Esta variación puede alterar el medio ambiente en forma dramática: los niveles del mar podrían aumentar entre 15 centímetros y 95 centímetros, causando inundaciones masivas en zonas bajas e islas. Pero, además, los especialistas pronostican sequías, escasez de agua, incendios forestales, huracanes y expansión de enfermedades. Las medidas para paliar este agorero futuro son objeto de acuerdos internacionales como el Protocolo de Kioto, y de ellos derivan las normas -hace tiempo que dejaron de ser recomendaciones- de riguroso cumplimiento para quienes las asumen.
¿Adaptarse a un nuevo clima?
Según la IPCC, el calentamiento es ya un hecho “bastante seguro” y los gobiernos deberían intervenir para frenar su causa y atajar sus consecuencias. Pero hay voces que promueven la adaptación a esta nueva realidad, aduciendo que si no se puede cambiar el proceso, queda la posibilidad de asumirlo y funcionar en pro de él. Así, sea cual sea el motivo que los promueva, reducir el uso de combustible, respetar los bosques y seguir una política internacional de desarrollo sostenible servirán, si no para evitar el calentamiento, sí al menos para aliviar la contaminación y disminuir la dependencia del petróleo, entre otras cosas. Hay ejemplos, como la ley de 1990 por la que Estados Unidos estimuló a su industria a adaptarse para reducir sus emisiones de óxidos de nitrógeno y de azufre, con lo que se consiguió dominar la amenaza de la lluvia ácida. Las empresas contaminantes tenían que reformar sus instalaciones o comprar permisos de emisión a las que se hubieran adaptado. Esta es una muestra de que una política de energía limpia no tiene por qué ser dirigista o gravosa para la actividad económica. También la crisis del petróleo de 1973 fue positiva, si recordamos que provocó un uso más eficiente del petróleo y alentó desarrollo de otras fuentes de energía.
Consecuencias del calentamiento
Según el último informe emitido por la IPCC, los efectos del cambio climático no se percibirán por igual en todo el planeta, ni serán negativos en todas partes.
- Las zonas septentrionales de Norteamérica y Asia experimentarán un calentamiento alrededor de un 40% superior a la media. Saldrían beneficiadas las regiones de latitud media-alta, que tendrían inviernos menos fríos. En cambio, el sur de América y de Europa, así como las zonas tropicales sufrirían más calor, sequías o quizá desertización. Es decir, las consecuencias serían peores donde hay más pobreza.
- Habrá impactos en los recursos hídricos. La escasez de agua superficial será mayor para cerca de 3.000 millones de personas en India, África del Sur, la mayor parte de Sudamérica y Europa, Oriente Medio y Australia, pero, por el contrario, habrá más agua disponible en EE UU y China.
- Las plantaciones de cereal aumentarán (el clima seco favorece su crecimiento).
- Aumentará la hambruna en África .
- Desaparecerán la fauna y flora de muchos ecosistemas.
- Se propagarán la malaria y otras enfermedades tropicales para las que no hay medicamentos fiables.
Búsqueda de soluciones
La admisión de esta realidad por la mayoría de la comunidad científica ha sido determinante para que los Estados se comprometieran a tomar medidas para su solución. En el número anterior, en esta misma sección, nos acercamos a la Tercera Cumbre sobre Desarrollo Sostenible celebrada en Johannesburgo. La reunión era una continuación de la Convención Marco sobre Cambio Climático firmada en Río por 154 países en 1992, que entró en vigor en 1994. El debate se centró, una vez más, en la necesidad de potenciar los mecanismos lograr que los Estados y sus empresas se comprometan a realizar un comercio de emisiones y un desarrollo sostenible con el objetivo de paliar el cambio climático. La buena nueva que se conoció al término de la Cumbre fue el compromiso de Rusia de ratificar el Protocolo de Kioto. Dicha rúbrica, cuando se produzca, garantizará la entrada en vigor del texto que pretende reducir las emisiones de gas de efecto invernadero.
Este fenómeno meteorológico no se encuentra directamente vinculado con el cambio del clima, aunque sí su aparición en latitudes en las que hasta hace poco era inusual su presencia. La amenaza de la gota fría comienza a gestarse en el mar recalentado que, precisamente por eso, desprende ingentes cantidades de vapor marino. La masa de fluido gaseoso sube, pero en su camino se topa con una capa de aire fresco y el resultado de ese encontronazo puede ser catastrófico. La colisión con el aire frío hace que el vapor candente se condense y comienza a funcionar una frenética fábrica de nubes. Se llaman cumulonimbos y se distinguen fácilmente: se mueven a toda prisa y su aspecto es intimidatorio. Esta nubes pueden provocar lluvias torrenciales con consecuencias devastadoras como riadas, desbordamientos, inundaciones, pérdidas materiales y, en el peor de los casos, humanas. Con todo, la responsabilidad no atañe sólo a los elementos. El hombre tiene también parte de culpa. La modificación de los cauces fluviales, la ocupación de barrancos y ramblas y otras alteraciones contra natura ayudan a que la gota fría sea aún más dañina, si cabe.