Cambios sin crisis
Es curioso observar cómo a lo largo de la vida los cambios en nuestra forma de ser se producen sin apenas darnos cuenta. Modificamos el carácter como reacción a determinados acontecimientos y no como resultado de una planificación voluntaria. Se vive, pero se revisa poco la vida, tal vez llevados por la creencia errónea de que la personalidad no cambia. “Uno o una es así, y ya está”, suele decirse. Sin embargo, se puede cambiar para mejorar uno mismo y para mejorar las relaciones con los otros. En definitiva, se pueden revisar los patrones de conducta y conformar el carácter más cercano al gusto propio.
Además, se quiera o no, en el propio crecimiento personal aparecen necesidades que antes no existían, y esto impulsa a la persona a efectuar modificaciones en su manera de vivir. Esta necesidad se conoce como crisis, una idea a la que se le asigna de manera habitual un significado negativo porque define una fase en la que la persona experimenta un nivel de angustia mayor de lo normal.
Para superarlo, y asumirlo, hay que entender que el cambio es natural, y también lo son la incertidumbre y el miedo que trae parejos, porque implican el paso de un estado conocido a otro desconocido, de unos hábitos a otros.
Los hábitos o patrones de conducta
Los hábitos se desarrollan a medida que vivimos y establecen las formas predeterminadas de actuar en una situación. Esto es así porque tendemos a repetir las conductas que en ocasiones anteriores nos han dado buenos resultados o, por lo menos, nos permiten conocer con certeza qué vamos a obtener. En la conformación de esas pautas de comportamiento estamos influidos por las características de nuestra personalidad. Por tanto, en cierta medida, seguimos el dictado de una tendencia innata e involuntaria. Pero sólo en cierta medida, debido a que con el paso del tiempo las conductas se arraigan a fuerza de practicarlas.
Por eso conviene revisarlas y, si fuera necesario, reformarlas. No siempre resulta fácil, pero a veces no queda más remedio, sobre todo si queremos librarnos de lo que representa un obstáculo para hacer real posibilidad de ser más felices. No en vano, la motivación para afrontar una situación es siempre satisfacer alguna necesidad.
Las necesidades de las personas van transformándose a medida que van recorriendo las etapas del desarrollo personal, que no siempre se corresponden con los cambios físicos que experimenta el cuerpo, pero sí con la llegada de una nueva etapa en la que se presentan nuevas exigencias. Esa ansiedad ante los efectos del paso del tiempo y los cambios personales ha dado lugar al conocido concepto de las “crisis de la vida”. En un principio, se habló de la crisis de la mitad de la vida, que se situaba en torno a los 40 años, pero esta idea se ha expandido hasta abarcar varias “crisis” que marcan el paso de una etapa de desarrollo a otra. No importa cuál sea la edad que se tenga. Cuando toca crecer, toca.
La crisis en el cambio de etapa
A la idea de crisis se le asigna siempre un significado negativo con el que se da a entender que es una fase en la que la persona experimenta un nivel de angustia mayor de lo normal.
Esto es natural, dado que implica el paso de un estado conocido a otro desconocido, y la incertidumbre que esto genera produce un aumento de inseguridad. Sin embargo, ese temor a lo desconocido no puede conducir a la negación de llevar a cabo los cambios que el desarrollo personal exige, porque si así ocurre, se ejerce una suerte de violencia contra uno mismo.
Esta situación violenta resulta además gratuita, puesto que por más que se intente, nunca se va a poder volver al estado en que se encontraba antes. Otro factor que contribuye a empeorar las cosas es que todas las personas no maduren ni se desarrollen al mismo tiempo. Por causas genéticas y ambientales, cada persona tiene su ritmo y está lista para pasar de una etapa a otra de su vida en un momento determinado, que no tiene por qué coincidir con el de las personas que le rodean. Puede ocurrir que cuando se están sintiendo nuevas necesidades y avizorando nuevos horizontes, los amigos o la pareja no entiendan qué es lo que está pasando, porque para ellos ese momento todavía no ha llegado.
Para poder cambiar nuestra situación tenemos que transformar nuestra conducta, y es preciso ser sincero con uno mismo para variar el rumbo. Podemos imaginar que se vacía la mochila con la que cargamos en el caminar de la vida, se quita aquello que pesa pero que no es necesario, y así se puede seguir caminando y se puede llenar de nuevo. Aprovechar las crisis significa revisar la vida:
- Cuando se trata de cambiar hábitos, es necesario distinguir entre lo que constituye parte de la estructura de nuestra personalidad (y, por lo tanto, difícilmente modificable) y lo que sí se puede cambiar.
- Quitar costumbres, vicios o manías siempre resulta penoso porque son conductas que se han incrustado de manera importante en nuestra manera de ser. Pero el esfuerzo del cambio siempre merece la pena.
- Seamos conscientes de que mientras no se produzcan los cambios, nos seguirán ocurriendo las misma cosas que hasta ahora.
- Uno de los factores más importantes para poder asumir la transformación es la sinceridad con uno mismo. Tiene que llegar un momento en que dejemos de lado la tendencia a autoengañarnos para no complicarnos la vida.
- Es preciso analizar cada una de las creencias que se han ido instalando en nuestra vida y determinar cuáles nos favorecen o perjudican.
- Es importante considerar la oportunidad de que otras personas -puede que profesionales- intervengan ayudándome en los procesos de cambio, no tanto dándonos consejos, sino ofreciéndose a ser espejos de nuestra propia persona para que cada uno se pueda examinar con mayor detenimiento para poder juzgar y actuar con más acierto.