Las palabras en las manos y el rostro
Hablamos de lengua de signos, no de lenguaje. Esta puntualización, que puede parecer antojo de puristas, es necesaria porque la expresión que nos ocupa no utiliza el sonido, pero sí se considera un sistema lingüístico.
De hecho, no es una capacidad sino una estructura surgida y desarrollada de forma espontánea por distintas comunidades de personas sordas, igual que sucede con las otras lenguas. Sin embargo, así como las orales utilizan el sonido y el oído para crear la transmisión, la lengua de signos se produce mediante los gestos y se percibe mediante la vista, lo que se conoce como signar.
No hay un idioma único
La creencia generalizada es que hay una lengua de signos para todo el mundo. Sin embargo, la realidad es muy diferente. La última edición del Ethnologue, una sociedad privada que registra los idiomas que se utilizan en el mundo, recoge un total de 103 lenguas de signos regladas, con mayor o menor número de hablantes, pero con cualidades para ser una lengua. Igual que sucede con el lenguaje oral, no tiene por qué haber una lengua para cada país. Incluso tres lenguas orales pueden compartir una lengua de signos. Así sucede en Canadá, Estados Unidos y México, donde sólo hay una Lengua de Signos Americana. Además, como en el habla oral, también se pueden distinguir dialectos y jergas que caracterizan y aúnan grupos.
Son lenguas vivas en continua renovación, que incorporan neologismos a medida que se necesitan. Disponen de una gramática propia que ordena una conversación. De hecho, su lengua puede ser vehículo para discursos intelectuales, retórica y poesía.
No es mimo
Las lenguas de signos tienen su propio modo de producción y de percepción. No se trata sólo de gestos de mimo con los que representan ideas o conceptos. Si así fuera, una persona perspicaz sería capaz de entender una conversación sin conocer la lengua. Sin embargo, al igual que sucede con la lengua hablada, es necesario un proceso de aprendizaje para su comprensión.
El espacio de signación de las manos está delimitado hacia la mitad del busto, pero también se utilizan elementos no manuales como los movimientos de los labios, músculos faciales, acciones de la lengua, de los hombros y la cabeza. Éstos juegan un papel fundamental y tan importante como la acción que realizan las manos. En ellos radica la diferencia entre, por ejemplo, una pregunta, una negación o una afirmación.
Las lenguas de signos, al igual que las orales, se organizan por unidades elementales sin significado autónomo que, enlazadas, sirven para discutir cualquier tema, desde lo más sencillo y concreto hasta lo abstracto y denso. Cada signo expresa un elemento o pensamiento porque así se ha acordado. Si no se puede utilizar la expresión gestual, como en la transmisión de datos personales (por ejemplo, el nombre), o cuando se necesita conocer la escritura correcta de alguna palabra, se echa mano del diccionario dactilológico, es decir, la representación manual del abecedario. El abecedario es el de la lengua de la comunidad, pues las lenguas de signos no se escriben, entre otras razones, porque la mayoría de las personas sordas leen y escriben en la lengua oral de su país. Se han propuesto varios sistemas para transcribir la lengua de signos, provenientes sobre todo del mundo académico, pero se han descartado porque contienen deficiencias en el momento de captar las características físicas que utilizan las lenguas de signos (en especial los elementos no-manuales y posicionales).
Su aprendizaje
Fue en los años 60 cuando se puso de manifiesto el gran valor lingüístico y las múltiples posibilidades que ofrecía la signación de acuerdo a unas normas regladas. Esto le confirió estatus de lengua, lo que supuso un cambio profundo en la educación de las personas sordas. A partir de ahí se admitió y promovió la adquisición temprana de la lengua de signos por parte del niño con deficiencias auditivas. El objetivo era que este instrumento de comunicación sirviera como pieza clave para su desarrollo cognitivo y lingüístico. Se había hecho evidente que el método oral puro no proporcionaba a los alumnos con deficiencias auditivas un nivel suficiente de lenguaje, ni les permitía comunicarse con los oyentes, mientras que la posibilidad de transmitir su parecer a través de su propia lengua, al menos, les confería la posibilidad de no sumar una deficiencia a la incapacidad de la sordera.
El aprendizaje infantil implica un esfuerzo mayor que enseñar a un niño a hablar, pero si se realiza de forma ordenada y se le ofrece al menor la posibilidad de moverse en un ambiente de iguales, a los 6 años será perfectamente capaz de introducir su personalidad en la signación.
Lo que sucede de manera habitual es que los familiares también deben aprender a signar. Por eso se ofrecen cursos desde asociaciones y fundaciones que garantizan su aprendizaje. Éste cuenta con tres niveles. El de iniciación precisa más o menos 30 horas, y permite conocer las habilidades especificas de la atención, discriminación visual y la agilidad manual. El nivel medio, que requiere en torno a 300 horas, aporta la alfabetización y gestación de signos. El superior convierte a las personas en bilingües
- Cuando quiera hablar alguien con problemas de audición, tóquele el hombro.
- No coloque las manos delante de la boca: les impedirá leer en sus labios.
- Por motivos lógicos, no les hable por la espalda, hágalo siempre de frente.
- Intente no tener chicles, caramelos ni cigarros en la boca, dificulta que le entiendan cuando habla con ellos.
- Comuníquese con las personas sordas utilizando preferentemente mensajes cortos.