Una tierra de buena calidad prolonga la vida de las plantas
Tras el rigor del invierno, es el momento de prestar más atención a las flores y plantas que adornan casas, balcones, patios y terrazas, bien sea cambiándolas de maceta o renovando su tierra. Y es que a menudo el aficionado que cultiva flores y plantas en su hogar olvida que una de las claves para alargar su vida es la tierra que las sustenta. Si bien las plantas pueden aclimatarse a temperaturas de interior y al escueto espacio de una maceta, su crecimiento y floración serán normalmente inferiores a los logrados en tierra libre. Pero prestando atención a la tierra y proporcionándoles un abono adaptado a sus necesidades nutritivas, lograremos ejemplares vistosos y alargaremos su vida.
Lo primero, elegir la maceta
Antes de cambiar la tierra y el abono, hay que comprobar el estado del tiesto. Si está repleto de raíces, ha llegado el momento de trasladar la planta a una maceta más grande y rellenarla con tierra de las mismas características que la del tiesto anterior, siempre que esta fuera la adecuada para esa planta. Si no fuera así, es el momento de corregir el error y llenar el tiesto con la tierra conveniente.
Como norma general, si dudamos entre una maceta grande y otra más pequeña, conviene optar por la de menor tamaño, siempre que las raíces de la planta quepan de manera holgada. Se procederá al trasplante cuando las raíces hayan formado el cepellón o la masa de tierra que las protege. Para muchos usuarios, resulta más difíci1 conservar la tierra sana en las macetas grandes debido a la tendenciq ue tenemos de regar en exceso las plantas que se hallan en macetas grandes. El exceso de humedad facilita el desarrollo de organismos perjudicia1es para la planta. Si la maceta elegida se ha usado previamente, conviene limpiarla y desinfectarla antes de su nueva uti1ización.
Tras seleccionar la maceta, hay que prepararla para que acoja la planta. En el orificio inferior del tiesto se coloca una piedra o un trozo de otro tiesto con la concavidad hacia abajo, con lo que el desagüe quedará asegurado y la tierra no obstruirá el paso. Si la maceta se apoya directamente en el suelo (lo que no es conveniente), podemos hacerle un orificio lateral para la expulsión del agua. Además, se debe llenar la parte inferior de la maceta (una quinta parte) con arena gruesa o gravilla para evitar el estancamiento del agua.
Abonar, en el momento de preparar el sustrato
El abonado de fondo, básico en todo cultivo, es el efectuado en el momento de preparar el sustrato o mezcla de tierra. Los abonos complejos que ofrece el mercado resultan adecuados para esta clase de fertilización. Para que podamos conseguir una distribución uniforme en la preparación, los abonos deben ser sólidos, de grano fino o en polvo. Este abonado se efectúa empleando sales simples de nitrógeno, fósforo y potasio, además de microelementos. Si optamos por las sales minerales, recordemos los porcentajes adecuados: según la sensibilidad de la planta, entre 1,5 y 2 gramos de sales minerales por decímetro cúbico de tierra. Las plantas de follaje verde son exigentes en materia de nitrógeno; en cambio, las de flor requieren fósforo y potasio, sobre todo durante los meses fríos y cuando se encuentra próximo el periodo de su floración. Los riegos fertilizantes han de suprimirse durante el reposo invernal o vegetativo. La fertilización no debe olvidar las hojas: se dejará caer el abono sobre ellas, pues también por este conducto las plantas asimilan nutrientes.
- Turbas. Materiales orgánicos que resultan de la descomposición de otras plantas en medio húmedo. Su calidad se define según la cantidad de sales carbonizadas que contienen. En general, son muy absorbentes y drenan bien. Su acidez es elevada (pH bajo) o neutra.
- Corteza de pino. Si no incluye tanino (sustancia astringente que contienen los árboles), resulta apta para el cultivo de algunas plantas, como las orquídeas, sustituyendo con ventaja a otros elementos artificia1es.
- Brezo. Restos vegetales descompuestos sobre la tierra procedentes, en general, de brezo, castaño u otras plantas. Constituyen la tierra ideal para numerosas plantas.
- Perlita. Piedra volcánica, triturada, calcinada y expandida. Destaca por su escaso peso. Es muy permeable y mantiene constantes la humedad y la temperatura.
- Picón. Tierra de origen volcánico, de mayor densidad que la perlita. Se recomienda para los cactus.
- Plástico expandido. De poco peso y mucho volumen, favorece el drenaje y sustituye, únicamente por su bajo precio, a los anteriores componentes.
- Gravillas o bolas de arci1la. Cocidas y expandidas, son otros elementos inertes válidos para estos fines.
- Las macetas se fabrican en diversos materiales, que conviene conocer.
- De barro. Son frágiles, pero por su porosidad evitan el encharcamiento y conservan el frescor. Absorben el agua y al evaporarse ésta por la acción solar refrescan el tiesto, pero en ese proceso también pierden sales minerales, el alimento de la planta, lo que puede provocar posibles gérmenes de enfermedades.
- De plástico. No transpiran ni absorben sales, pero se calientan por efecto del sol. El calor lo transmiten a la tierra y pueden estropear la p1anta.
- De madera. Su vida es corta: si no se impermeabilizan, llegan a pudrirse y las breas pueden perjudicar a la planta.
- De cinc u otros metales. Impermeables y resistentes, resultan aptas para las plantas de interior que colocamos sobre un mueble, pero han de disponer de buen drenaje y hay que vigilar si el metal se oxida o desprende sales perjudiciales. Como instalación definitiva las jardineras son más aconsejables que las macetas, pues ofrecen mayor capacidad de tierra, por lo que la temperatura y la humedad del suelo oscilan menos.
Aunque la mezcla de tierra debe adaptarse a cada tipo de planta y a sus necesidades nutritivas, un preparado que contenga humus (tierra de hojas), tierra negra de jardín, estiércol descompuesto, caliza y arena de río será válido para la mayoría de las especies. Las proporciones de la mezcla varían dependiendo de los requerimientos de la planta, pero el humus y la tierra negra de jardín han de constituir algo más de la mitad del total, sin rebasar las tres cuartas partes. La cantidad de humus aumentará a medida que lo hagan las exigencias nutritivas de la planta, y el resto de la mezcla se completará con una cuarta parte de arena y una décima parte de estiércol. Si no tenemos la certeza de que la tierra empleada es sana, se puede añadir a la mezcla carbón vegetal en polvo, que disminuye las posibilidades de infección. La adición de un poco de turba (material orgánico de origen vegetal, que drena muy bien) mejora la porosidad de cualquier tipo de tierra.
Preparada la mezcla, introduciremos la planta en su tiesto. Para ello, se cava un hoyo en la tierra con una herramienta denominada plantador. Si se introduce una planta con cepellón de raíces, no se ha de verter en la maceta toda la tierra previamente, sino sólo hasta alcanzar el nivel suficiente para que quepan las raíces. Una vez colocada la planta, se cubre el recipiente hasta el nivel antes indicado. Para que la tierra rodee de forma compacta a las raíces y entre en contacto con ellas, bastará con dar unos ligeros golpes en el suelo con la maceta. Tras la plantación, el tiesto o jardinera debe mantenerse fuera del alcance de los rayos solares hasta que el aspecto de las hojas indique que la planta ha prendido.