Ignacio Salas, presidente de la Academia de las Ciencias y Artes de Televisión

"Si arreglamos el mundo, se arreglará la tele"

1 enero de 2006
Img entrevista

¿Para qué necesitaba la televisión una academia?

Es un intento de aglutinar a todos los profesionales de la industria, pues si bien competimos en el mercado, también compartimos los mismos problemas. La Academia quiere ejercer el papel de árbitro haciendo valer su rol de institución idónea para resolver conflictos y salvaguardar el buen funcionamiento del mundo de la televisión. En la medida en que somos un agente útil para el sector, asumimos una función social que nos hace válidos para el conjunto de la ciudadanía.

¿Esa aspiración se concreta en el principio fundacional de querer canalizar “la presentación al público del punto de vista de los creadores de la televisión”?

La crítica del intelectual que afirma que apenas ve la tele es discutible. Creo que no le gusta el medio, no es que no le interese el contenido

El significado último de esta frase habría que preguntársela a Jesús Hermida, el fundador y mentor de la Atv, pero algo tendrá que ver con que las manifestaciones que salen de esta casa cuenten con el aval de los grandes del medio reunidos aquí. Su punto de vista tiene el propósito de colaborar en la corrección de la percepción tan negativa que se tiene de la televisión. Es curioso, el cine, desde sus inicios, contó con el beneplácito de la sociedad y los críticos, y mereció una etiqueta favorable, amparada en la cultura y su función dinamizadora de la riqueza de los conocimientos. En cambio, la tele, incluso cuando aún estaba en pañales, fue mirada con desconfianza y tildada de perversa.

¿Desde el comienzo? Mi abuelo invitaba a los vecinos que llegaban con sus sillas a seguir el parte o los toros.

La tele se sigue viendo, pero con vergüenza. En nuestro país sus dos primeras décadas de vida se sucedieron en blanco y negro, bajo un régimen dictatorial que la tomó como vocero particular. Pero eso no la convirtió en un instrumento feroz, podía ser antipática pero no maligna. Ahora es la culpable de que los niños sean obesos y de que las personas no disfruten leyendo. Si se le otorga semejante poder, también debería creerse que es causante de magníficas hazañas. Pero no hace lo uno ni lo otro, es un mero transmisor.

¿Todavía cree en aquellas premisas que tradicionalmente se le otorgan al medio televisivo: informar, formar y entretener?

Lo dejaría en una: la misión de la televisión es entretener. Eso no significa que tenga que hacerlo de manera aburrida o sin pretensiones. Puede valerse de la cultura y del buen gusto, y en muchas ocasiones lo ha hecho. La actual crítica descarnada del intelectual que admite que apenas ve la tele es discutible. Creo que a esa persona no le gusta el medio. No es que no le interese el contenido, es que el concepto mismo de lo que es la televisión no le resulta atractivo. Pero eso no convierte mala a la tele.

Sin embargo, en la lista que su Academia ha elaborado sobre los mejores productos de la historia de la televisión el más nuevo se emitió en 1986, hace la friolera de 20 años. ¿El medio está en crisis?

Antes de hablar de crisis, permítame cumplir con un objetivo que nos hemos marcado quienes amamos la tele y no la defenestramos. Vamos a hacer un ejercicio por recuperar la memoria colectiva que nos ha dejado estos 50 años la tele. Si yo digo: “Tenemos chica nueva en la oficina?”, ¿puede usted terminar esta frase? Y si digo: “Hasta aquí puedo leer”, ¿sabe quién soy?

Seguramente sí. ¿Era otra televisión, o eran otros tiempos?

/imgs/20060101/entrevista1.jpg La tele que se hace ahora es menos ingeniosa, menos fresca, menos experimental y menos atractiva. De acuerdo. Pero admitamos también que la calidad del cine, el teatro, la literatura, la arquitectura es menor que la que se lograba antes. Si se analizan las manifestaciones artísticas o creadoras del ser humano actual se llega a la misma conclusión. No niego que habrá autores que gustan, porque cuando se produce tanto es imposible que no haya algo bueno. Pero, y esto es cosa de todos, no hay manifestaciones notorias. No hay un Beethoven, pero tampoco unos Beatles, ni un Billy Wilder o un Hemingway. Dónde está la vanguardia. Dónde los referentes no efímeros. Intuyo que dentro de 200 años habrá pocos nombres que cronológicamente se puedan situar en los últimos quince años del siglo XX y los cinco primeros del XXI. Ésta es una época decadente. Mi esperanza es que a la decadencia siempre le ha seguido un renacimiento, y si bien está tardando mucho en llegar, llegará. De eso no tengo duda.

Las críticas también se centran en la dependencia emocional que crea la tele, en su poder para cambiar hábitos de vida, en definitiva, para controlar la libertad de las personas.

Ver la tele no es malo, pero hacerlo 10 horas al día seguramente no es bueno. De todas formas, tampoco lo es practicar deporte 8 horas diarias ni dormir 16 horas. Ni siquiera trabajar más de 6 horas, aunque con eso no queda otro remedio.

¿Por qué se adquieren, entonces, unos compromisos que no se cumplen? La estipulación de unos horarios infantiles, por ejemplo.

En este caso la presión social fue muy fuerte y las televisiones no podían ser insensibles a la demanda, pero estaremos de acuerdo en que la medida es, desde la condescendencia, ingenua. Se entiende que padres y madres se preocupen de que sus hijos, cuando llegan del colegio y del empacho de las clases extraordinarias, no puedan sentarse a ver la televisión porque no hay programas edificantes. Pero tampoco pueden bajar a la calle a jugar, porque estamos construyendo ciudades antipáticas en las que no se puede dejar a los niños y niñas de 10 años solos en un parque jugando a la cuerda. Y de eso la tele no tiene la culpa. Por otra parte, tampoco se le puede negar a un hijo o hija a que vea cómo es la realidad. Si la realidad es fea, la tele será fea. Y los niños la verán no sólo a través de la tele, la realidad nos rodea, no se esconde y se percibe. La tele nos muestra el mundo en el que vivimos. Si no nos gusta la tele que tenemos, no nos gusta el mundo que tenemos. Vamos a arreglar el mundo, que se arreglará la tele.

¿La televisión digital es una consecuencia de esta necesidad?

Mi impresión es que ahora mismo estamos en la frontera entre lo analógico y lo digital. Para mí este cambio será la marca cronológica que señalarán los historiadores como el paso de la Edad Contemporánea a otra Edad, digamos que Cibernética. Esto lo veo muy claro y hay que estar ahí. No sabemos qué va a pasar, pero lo que ocurra va afectar a muchos órdenes de la vida y, por supuesto, a la televisión, que además de contarlo va a experimentarlo. El planeta sigue siendo redondo, pero la globalización es cuadrada y en ella van a converger todas las nuevas tecnologías.

¿Significa que llegará eso tan anunciado de la interacción del público con el medio?

La digitalización se manifestará en la tecnología y, además, cambiará los contenidos y la manera de presentarlos. Los espectadores tendrán una actitud más activa en la selección e incluso en la producción de lo que les gusta ver. De todas formas no soy un oráculo ni me gusta jugar a serlo, pero cuando veo la parafernalia que supone Internet, que necesita de algo tan complejo como un ordenador para funcionar, me da la sensación de que estamos en la Atapuerca de la era de las Nuevas Tecnologías. Al final se servirá de la tele, de un modo u otro. Lo que no sé es qué forma tendrá esa tele, pero sospecho que todos los que han grabado su boda en vídeo o en DVD han de ser conscientes de que ese documento audiovisual tiene fecha de caducidad, y no sólo por la firme posibilidad de que los reproductores desaparezcan, sino porque, además, el continente es caduco.

¿El público no es ya el selector de la programación gracias al share?

Efectivamente, pero el cambio será más cualitativo, aunque la dependencia de la publicidad es inevitable, porque la televisión, que es cara, la paga en primera instancia la publicidad. Después es el consumidor quien asume los costos y por eso manda. Soy sociólogo y al principio me resultaba difícil llegar a admitir la veracidad total del share, pero son datos ciertos y marcan mucho al profesional porque condicionan el resultado final. Cuando tienes más audiencia tienes más seguridad en lo que estás haciendo. Incluso en partes de la programación que no prima la rentabilidad es importante saber cuánta gente te sigue para que te juzgue, y te aplauda o censure.

¿El público va a aplaudir lo bueno?

Volvemos al origen del problema. La televisión no es un vehículo de cultura y educación, es un medio de entretenimiento e información. Por mucho que algunos intelectuales quieran convertirla en otra cosa que, además, seguramente tampoco les gustaría. En estos momentos cuenta con medios técnicos de última generación y equipos de profesionales altamente cualificados, pero le falta la regeneración de creadores, de técnicos, de responsables. Y esto se nota. No se puede modernizar una tele rescatando valores solventes del pasado. Hay que arriesgar y creer en los nuevos talentos, igual que creyeron en los de mi generación hace muchos años.

¿Por qué ahora se liga tanto calidad con presupuesto?

Los costes de producción son altos. Cuando prima la rentabilidad se reduce el gasto, y siempre que éste se baja, inevitablemente se resta calidad. Si te surtes de gentes que se sienten pagadas sólo por salir en la tele o que necesitan de la tele para conseguir un propósito, al final haces una tele barata, porque producir eso resulta barato. Pero no haces una televisión de calidad. La tele puede ser una herramienta muy enriquecedora. Como todo, depende del uso que se haga de ella.