Más que un problema medioambiental
El término desertización fue acuñado en 1949 por un silvicultor francés que trabajaba en África occidental para describir la destrucción gradual de los bosques de las zonas húmedas, adyacentes al desierto del Sahara. Comprobó cómo la flora terminaba desapareciendo y el área se hacía cada vez más desértica. Sin embargo, hubo que esperar a los inicios de los años 70, cuando más de 200.000 personas murieron de hambre como consecuencia de una gran sequía en la región localizada precisamente al sur del Sahara, para que los organismos oficiales asumieran la necesidad inmediata de hacer frente al fenómeno de manera conjunta. Le tocó pues, a la desertización, el dudoso honor de ser el primer problema ambiental considerado de forma global. A partir de entonces, su riesgo es cada vez más inminente y las soluciones más difíciles. A raíz de la tragedia, en 1977 se organizó en Nairobi (Kenia) la Primera Conferencia Internacional de las Naciones Unidas para el Combate a la Desertización donde se fijaron las líneas del Plan de Acción de Combate a la Desertización ¿PACD-, que tenía como objetivo desarrollar acciones en un ámbito mundial. Pocas se concretaron y fue necesario esperar a que en 1994, tras la celebración un año antes de la Conferencia de la Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente, la Asamblea General, después de 18 meses de trabajo, aprobara los términos de la Convención de la ONU sobre el combate a la Desertización. Entró en vigor el 26 de diciembre de 1996 y la ratificaron 50 países, España entre ellos; hoy son ya 100 los países que lo han aceptado.
Afecta a todo el mundo
El primer punto del acuerdo recoge la definición de desertización o desertificación, entendiendo por ésta la degradación de la tierra en las regiones áridas, semiáridas y sub-húmedas secas, resultante de varios factores, entre ellos las variaciones climáticas y las actividades humanas. Por degradación de la tierra se comprende la degradación de los suelos, de los recursos hídricos, de la vegetación y la reducción de la calidad de vida de las poblaciones afectadas. En definitiva, a lo que había que hacer frente es a los procesos que afectan a las tierras secas de todo el mundo, procesos que incluyen la erosión por el agua y el viento, junto con las sedimentaciones producidas por ambos agentes, la disminución a largo plazo de la diversidad de la vegetación natural y la salinización.
Más del 30% de la superficie de la Tierra lo constituyen áreas susceptibles a la desertización. En ellas viven en torno a mil millones de personas, pero los más perjudicados son los países de África, de algunas zonas de Asia del este y del sur, y de Sudamérica. Aunque en Europa la incidencia del proceso parece poco importante y limitado a áreas mediterráneas (Italia y España), norte del mar Caspio y Canarias, no hay que obviar su presencia también en latitudes más altas, debido fundamentalmente al abuso de terrenos destinados a cultivos intensivos y al turismo. Hay que tener presente que los impactos no sólo tienen relación con el medio ambiente, repercute también en los sistemas sociales y económicos. Si bien las consecuencias ambientales corresponden a la destrucción de la fauna y flora, la reducción significativa de la disponibilidad de los recursos hídricos (asesoramiento de ríos y embalses), y deterioro físico y químico de los suelos genera una pérdida considerable de la capacidad productiva, provocando cambios sociales (como las migraciones) que desestructuran las familias y acarrean serios impactos en las zonas urbanas, para donde se desplazan las personas en busca de mejores condiciones de vida.
El hombre también provoca la desertización
No hay que limitar, pues, la pérdida de agua a los cambios climáticos, la forma más antigua de llegar a la desertización de un terreno está ligada directamente a la supervivencia de los pueblos y la provoca el hombre. El llamado sobrepastoreo es decir, mantener demasiado ganado en una superficie dedicada a pastos acarrea la pérdida de especies comestibles y el consiguiente crecimiento de especies no comestibles. Si la excesiva presión de pastoreo continúa, la pérdida de la cubierta vegetal puede llevar a la erosión del suelo. Muy ligada a esta causa aparece la sobreexplotación, en la que el suelo se agota por la pérdida de nutrientes y la erosión. Si se acortan los periodos que las tierras quedan en barbecho, es decir, libres de todo cultivo o se abusa del uso de técnicas mecánicas que producen una pérdida generalizada de suelo, estaremos frente a un futuro de tierras infértiles y secas. También la tala excesiva de vegetación, para crear tierras agrícolas y pastizales, pero sobre todo para destinarla a leña caracteriza las tierras secas de los países en desarrollo provoca que, en regiones enteras (como el Sahel en África), los alrededores de las ciudades carezcan por completo de árboles. La salinización del suelo consecuencia directa del el uso de técnicas agrícolas rudimentarias y prácticas poco apropiadas, unido a la mala gestión de los programas de irrigación, es otra de las causas directas de la muerte de la tierra. Todos estos factores son inherentes a la presencia del hombre en la Tierra, pero en el último siglo se le sumó otra actividad humana altamente devastadora: el turismo, sobre todo la preparación urbanística destinado a alojarlo. No es raro encontrar en zonas cálidas complejos que bien parecen oasis en desiertos. Las aguas, en muchas ocasiones subterráneas, que la naturaleza destina a hectáreas se canalizan para servir a unos pocos metros cuadrados, en claro detrimento de las demás tierras.
En busca de soluciones
Son numerosos los simposios y reuniones mundiales celebradas en la última década en busca de acciones que mitiguen las catastróficas consecuencias de la desertización. Las últimas conclusiones admiten que, en general, se ha llegado a esperar demasiado de las soluciones técnicas a los problemas de desertización, y al tomar conciencia de ello, en los últimos años se han puesto a punto nuevos enfoques para luchar contra la degradación de las tierras secas. Si en los años 90 se escucharon propuestas de tipo “cinturones verdes alrededor de los desiertos”, hoy en día se hace hincapié en la participación de las comunidades locales, la reimplantación de estrategias tradicionales en tiempos de estrés medioambiental, como la sequía, y la toma de conciencia de los problemas que derivan de la marginación de la población rural por parte de los gobiernos, que acostumbran a tener su sede en las ciudades. Se trata de un nuevo modo de enfrentarse al problema: considerar los factores no físicos a la hora de favorecer el uso sostenible de los recursos de las tierras secas, no limitando las soluciones a tratados teóricos y prácticas agroforestales. Estas medidas atienden a una clásica reivindicación de las organizaciones ecologistas que reclaman que al tiempo que se realice un plan forestal o de revegatación adecuado, y se controlen las prácticas agrícolas, se contemple el problema con arreglo a los intereses de los pueblos que habitan en las tierras áridas o susceptibles de serlo en breve.
Pequeñas acciones de un consumidor
En temas de medio ambiente tan graves como es la desertización el ciudadano se encuentra lejano a la puesta en práctica de soluciones. También les resultó difícil a diversas ONGs en pro del Mediterráneo reunidas en Barcelona en noviembre de 1998 concretar iniciativas para promover al desarrollo sostenible del mare nostrum y todas sus costas. En la Declaración posterior a la cumbre resumieron en dos las acciones prioritarias para luchar contra la desertización: la primera, “aprobar antes de 2002 una estrategia de lucha contra la erosión y desertización a nivel de cada estado mediterráneo basado en el Convenio de lucha contra la desertización y realizar programas a nivel regional y local con la participación de todos los sectores implicados, especialmente las ONGs”. La segunda instaba a conseguir que los planes de acción de lucha contra la erosión y la desertización estén integrados en el resto de programas: seguridad alimentaria y lucha contra la pobreza, la gestión integrada del agua, protección de la diversidad biológica y el cambio climático. Pero más cercanas al ciudadano, además de las consabidas medidas en pro de la Biodiversidad y favor del medio ambiente interrelacionadas entre sí y que buscan el desarrollo sostenible, coinciden las organizaciones ecologistas en señalar que las que afectan directamente a paliar la desertización pasan por un buen uso del agua, y sobre todo, por racionalizar el consumo de maderas tropicales y exóticas, exigir en la compra el certificado de que el artículo manufacturado con esas maderas han pasado los controles exigidos por la Convención de ONU. Esta premisa, que en principio pudiera parecer lejana, es la que más directamente relaciona el mundo occidental con el problema de las grandes zonas en peligro de convertirse en desiertos.
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