Ignacio Ramonet, Director de Le Monde Diplomatique

"La globalización ha terminado por dividir la sociedad entre los que tienen y los que no tienen"

1 julio de 2001
Img entrevista listado

¿Qué supone la globalización para el ciudadano y quiénes son sus principales actores?

Estamos ante una dinámica que hace que cada día un mayor número de países intercambian comercialmente un mayor número de productos, servicios y actividades. Se han abierto las fronteras a productos extranjeros que se han integrado en el mercado local, lo que convierte a la globalización en un movimiento que intensifica el librecambio. Pero esto ocurre sólo en teoría, porque el motor real de la globalización es el hecho de que cada día lo que más se intensifica son los mercados financieros. Estamos más ante una globalización financiera que ante una globalización económica, en el centro se encuentran los mercados financieros, y por ende, los agentes financieros: las grandes multinacionales, la Bolsa, el Banco Mundial, el Grupo de los 7 países más poderosos, la Organización Mundial del Comercio…

¿Deja la globalización algún resquicio para el desarrollo económico y social de los países más pobres del planeta?

Teóricamente sí, pero la globalización funciona según la lógica del mercado. En términos morales esto no es ni bueno ni malo, pero el mercado funciona sólo con los interlocutores solventes mientras que los no solventes no se integran. Y al mercado esta situación le resulta indiferente. Ese es el problema. Se ha terminado por dividir la sociedad entre los que tienen y los que no tienen y, así, el mercado está pendiente de los países que se desarrollan y olvida a los que no lo hacen. Esto conduce a que, en nombre de la idea de que el gran rival del mercado es el Estado, éste cada vez tenga menos posibilidades de atender a las personas que no tienen capacidad económica. El mercado intenta que el Estado sea cada vez más diminuto, que maneje menos presupuesto y que tenga menos funcionarios. Así, cada vez se podrá ocupar menos de crear hospitales, escuelas y, en general, infraestructuras para quienes no tienen nada; en otra palabra, de los sistemas que por definición no pueden ser rentables porque se dirigen a satisfacer necesidades de quienes no están en el mercado. En los países pobres, el mercado funciona con las personas que tienen medios, que son las menos, lo que significa que cada día hay más pobres. Por eso, cabe preguntarse dónde está realmente el progreso.

¿En qué medida la deuda externa es una losa para el desarrollo de los países pobres y qué podría resolver su condonación?

El problema de la deuda externa es el siguiente. Usted, para comprar un piso, pide un crédito de 10 millones con un interés al 5%, pero a los tres meses el banco le dice que le sube el interés al 8%, y usted no puede quejarse. A los 6 meses, se lo sube al 20%, por lo que el préstamo que pidió podría haberlo pagado, pero con este ya no puede. Así se queda sin poderlo pagar durante toda su vida. Esto es lo que ha pasado con la deuda externa. Se ha hecho con tasas de crédito variables, con índices que no han dejado de aumentar por lo que más que una losa es un panteón lo que tienen encima los países pobres. Por tanto, la condonación de la deuda sería altamente beneficiosa para estos países. Ahora, están obligados a exportar para conseguir divisas con las que pagar los intereses de su deuda exterior. De esta forma, el país está volcado al comercio exterior lo que le impide ocuparse de su mercado interior. Como tiene que pagar su deuda, que es lo más urgente, el Estado, en estos países en que la deuda representa el 80% o el 100% de sus presupuestos generales, no puede consagrarse a su pueblo. En definitiva, la mitad de la humanidad vive en países endeudados, con lo que 3.000 millones de personas no saldrán de la situación de pobreza mientras no acaben de saldar su deuda exterior.

A cada generación le toca luchar por una utopía ¿Se pueden equiparar las actuales protestas de los movimientos antiglobalización con la convulsión social que supusieron el Mayo del 68, los hippies, las reivindicaciones antiracistas, la crítica a la guerra de Vietnam o la Primavera de Praga?

Son también acciones de crítica, pero sobre otras bases. Mayo del 68 fue una crítica a la sobreproducción, al exceso de trabajo y buscaba recuperar al individuo, a la sociedad, frente al poder político. Ahora, los movimientos se enfrentan al poder económico. El de antiglobalización admite las cualidades del mercado global pero recuerda que se está marginando a una gran parte de la sociedad, tanto en los países ricos que integran a los pobres con estatutos muy discriminatorios, como en los países del Sur, ya que el mercado se olvida de lo que no le interesa, léase minorías étnicas, analfabetos, campesinos, indígenas…. Y conviven estas reivindicaciones con las de carácter ecológico, porque el sistema actual se está desarrollando de tal manera que destruye el planeta sobreexplotándolo para el consumo, al tiempo que termina contaminando o envenenando a sus propios consumidores. Estas dos críticas, que son nuevas, han sido hasta hace poco puramente intelectuales y lo que está ocurriendo ahora es que las críticas se hacen sobre la base de grupos que protestan y se organizan frente a quienes tienen la responsabilidad de la política, que no son los gobiernos. Los antiglobalización no van contra los Estados sino contra las instituciones internacionales responsables de la globalización: el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio…

Esas acciones y otras como el Comercio Justo, las campañas de cooperación ola actividad de las ONG de desarrollo, ¿son eficaces para activar el progreso en los países pobres?

Muchas organizaciones están llevando a cabo acciones correctoras y parten de un sentimiento de justicia indiscutible. Algunas tienen una política más egoísta que otras, pero su trabajo es real y positivo en el Tercer Mundo y también en los países desarrollados, donde subsisten todavía muchas desigualdades.

Hemos hablado de acciones colectivas, pero ¿cómo definiría al individuo medio de un país desarrollado respecto de parámetros como compromiso, libertad, consumismo o mantener opiniones propias de cada uno?

Los grupos de protesta nacen en los países desarrollados. Desde Seattle, en diciembre de 1999, no ha cesado de aumentar el número de personas que sienten en su conciencia la necesidad de que las cosas cambien. Y todo apunta a que este colectivo seguirá creciendo. Hay una toma de conciencia muy amplia en nuestra sociedad, más de lo que creemos.

Los medios de comunicación constituyen uno de los ejes preferenciales de sus tesis y estudios. ¿Cómo calificaría el poder real de los medios en nuestra sociedad?

Los medios de comunicación adquieren una importancia cada vez mayor. Primero como industria, ya que los mass media son la industria pesada de hoy. En gran parte, lo que ha facilitado la globalización es la mutación de las tecnologías de la comunicación, la informatización de la sociedad, la revolución digital que ha derivado en las autopistas de la información. De hecho, las actividades ligadas a la comunicación han sufrido una espectacular transformación. Ya no hay sectores especializados, todo lo que tiene que ver con lo escrito, con la imagen y con lo hablado se ha concentrado en grandes empresas que añaden a la imagen, el texto y el sonido, actividades más ligadas a la industria tradicional, como la telefonía, la electricidad e incluso la informática, por lo que termina integrándose todo. Esto genera la aparición de monstruos empresariales surgidos de alianzas entre el poder económico y el mediático que han incluido al poder de los medios de comunicación dentro de la escala de poderes. En el marco de la globalización, el primer poder lo ocupa el económico, en particular el financiero, pero el segundo es el mediático.

Internet es también materia habitual de sus ensayos ¿Cómo influye la Red en la conformación de la opinión pública?

Internet ocupa un lugar muy importante en el intercambio de información, de cultura y de conocimiento. Son indiscutibles las ventajas que aporta, como el hecho que las nuevas tecnologías estén al alcance de cualquiera, porque su manipulación es sencilla y porque es relativamente barato hacer uso de la Red. Además, nos permite llegar a yacimientos de información de cualquier parte del mundo, y las fuentes son inmensas. Pero esto sólo se puede aplicar a los países desarrollados. Conviene hacer dos reflexiones de ponderación. La primera es que Internet posibilita el acceso a mucha información rápidamente, pero se está dando una ralentización del equipamiento necesario para usar Internet, en particular en los países del Sur. Según la UNESCO, los usuarios de Internet no superan el 5% de los seres humanos que habitan el planeta. Esto no tiene que ver con Internet en sí, pero para aprovechar sus beneficios se requiere en primer lugar saber leer y escribir y 1.000 millones de personas todavía son analfabetas. Y para desarrollarse, Internet necesita electricidad y la tercera parte de la humanidad no la tiene; y teléfono, y la mitad de la humanidad no cuenta con línea telefónica. En definitiva, Internet sólo va a beneficiar a los países que disfrutaron de la anterior revolución, que les proporcionó las infraestructuras. La mayoría de los países no está preparados para aprovecharlo. Y hay que decirlo, porque son infraestructuras que hay que construir, y habrá que ver quién está dispuesto a poner electricidad en un país que no puede pagarse la instalación.

¿Y en lo que respecta a los países del Primer Mundo?

Están ligados a la segunda reflexión. Internet se presenta como un símbolo de la contracultura, de la liberación, y en parte lo consigue. Pero hoy comienza a entrar en una vía en la que por la necesidad de asumir las ideas dominantes ligadas a la globalización, al liberalismo y a la rentabilidad, se están distorsionando sus características iniciales. Internet proclama la cultura de la gratuidad, pero ¿cómo se paga esa gratuidad? Pues consumiendo publicidad para consultar algo que es gratuito, lo que implica el primer choque con la libertad. Aparece aquí la segunda transformación de Internet, convertido en un gran centro comercial. Internet, que es gratuito, esencialmente quiere vender toda clase de cosas: viajes, servicios, productos culturales, ropa… Y yo no sé si somos muy libres cuando lo que hacemos es entrar en un centro comercial. Una tercera consideración es percibir su transformación como medio de vigilancia, para vigilar en el sentido comercial, no forzosamente político. Cada vez que consulto un sitio web o compro algo, dejo huellas que si alguien recupera puede elaborar un retrato robot mercadotécnico de mí y mañana me va a hacer toda clase de proposiciones comerciales con una gran precisión porque sabrá muy bien quién soy yo. Entonces, esa gran pantalla que yo utilizo para ver el mundo está sirviendo para que me vean a mi. No quiero decir que esto sea lo principal, pero sí conviene que reflexionemos sobre ello.

Ante esa posibilidad de un Gran Hermano, ¿cuál es el papel que corresponde a los consumidores y las asociaciones de consumo que también se enfrentar al reto de asumir el Euro?

Un papel importantísimo, como ha quedado demostrado ante las crisis de las vacas locas o los pollos con dioxinas. El consumidor puede denunciar la sobreindustrialización de la agricultura y todas las consecuencias nefastas que ha producido. Es importante que los consumidores estén organizados, hay ejemplos de cómo consumidores unidos han reaccionado de manera sana y contundente ante ciertos abusos del mercado. Lo más significativo es la voluntad de los consumidores de intervenir como protagonistas que son de la sociedad, como actores importantes del circuito comercial. Comienzan a ser conscientes de la gran capacidad que tienen para corregir y moralizar, para crear un espíritu de ética en todo el mundo del consumo.