Además de directora del Museo Arqueológico Nacional, usted es arqueóloga de formación.
Sí, siempre me he dedicado a la arqueología.
¿Le irrita que la figura del arqueólogo se asocie a Indiana Jones?
Da una imagen totalmente falsa. Hay otra imagen más bonita, que es la que da Agatha Christie. Ella estaba casada con un arqueólogo y con él se fue de excavaciones durante muchos años al Próximo Oriente y escribió un libro muy bonito, donde cuenta la realidad de cómo son las excavaciones. Y no necesitaba recurrir a las serpientes.
¿Así que no tiene el sombrero y el látigo por aquí guardado?
No, no.
Usted también ha trabajado en excavaciones, ¿con qué se queda?
Prefiero trabajar en el museo. Hay que tener en cuenta que no se puede trabajar en el terreno durante todo el año, es tremendamente duro.
El yacimiento paleontológico y arqueológico más importante del país se encuentra en Atapuerca. ¿Dónde se quedarán sus hallazgos?
Se quedarán en Burgos.
¿No le da pena?
¡Qué le vamos a hacer! De todas formas, el año pasado trajimos Atapuerca al Museo. Expusimos la piedra tallada, el famoso Excalibur, y el cráneo de Atapuerca.
¿España es un filón para los arqueólogos?
Claro, porque es una tierra muy rica, porque somos distintos, muy variados, nuestra historia es muy rica.
¿Qué criterios se siguen para definir si una pieza es arqueológica o no?
El límite lo marca por una parte la Ley de Patrimonio Histórico Español, que define que una pieza puede considerarse arqueológica 100 años después de su fabricación, pero sobre todo lo son las piezas que son estudiadas con metodología arqueológica. Pero, por ejemplo, ante una cómoda del siglo XIX de las que tenemos en el museo, nuestro estudio se hace desde el punto de vista del historiador del arte.
¿Pero eso es arqueología o no?
No necesariamente es arqueología, claro.
El museo, por tanto, acoge a piezas que van más allá de lo arqueológico.
Efectivamente. En un principio, este museo se iba a llamar Museo Central de Antigüedades, y de ahí pasó a llamarse Museo Arqueológico Nacional, pero cuando se crea, en el Decreto de 1867 se dice que deben tener cabida las esculturas, las piezas arqueológicas, los utensilios de los hombres que han poblado el Globo. En realidad se estaba dando cabida a todo. Se concibe además como un museo que es la historia de España, pero también de la historia de otros pueblos.
La imagen que transmite cuando describe el museo es la de una especie de cajón de sastre donde cabe un poco de todo.
Sí, hay de todo, desde objetos del Paleolítico hasta el corsé de Isabel II, por ejemplo. Tenemos un cofre magnífico, aunque muy feo, donde hay 100.000 cartas de 100.000 republicanos españoles que se unieron a Castelar y que el propio Castelar lo entrega al museo como un museo de historia.
¿Qué argumentos utilizaría para tratar de convencer a una persona de que merece la pena visitar este museo?
Sobre todo aporta identidades como ser humano, identidades colectivas y también identidades específicas. Yo estoy al frente de museos desde hace muchísimos años y puedo decir que al ser humano le interesa conocer las raíces, saber de dónde venimos. Esa curiosidad es innata del ser humano. Todo está en que el museo sepa explicarlo, contarlo o atraer al público.
¿Alguna fórmula?
Bueno, las fórmulas son muchas y tienen que cruzarse. La primera es hacerlo a través de exposiciones atractivas y que sean capaces de interesar. Exposiciones que pueden bascular entre mostrar las piezas por sí mismas y llenarlas de las más modernas tecnologías para complementarlas. Eso depende de las piezas, del momento, y de muchos elementos. Pero también hay un aspecto importantísimo que es la publicidad, y otro más que es el trabajo del propio museo entre los sectores sociales. Los museos siguen siendo espacios donde hay muchas personas que no acuden porque piensan que no va con ellos, porque están muy lejos de su casa. Yo tuve una experiencia muy hermosa hace muchos años. Soy de Albacete y fui concejal en su Ayuntamiento. Cuando iba a los barrios muchas personas de la periferia me preguntaban: “¿y yo puedo ir al museo?” Y a mí aquello a la vez me sorprendía, me alertaba y me dolía. Por ello, me decía: no lo estamos haciendo bien. Tenemos que trabajar con sectores sociales con los que hasta ahora no se ha trabajado. Es decir, no hay que esperar a que las personas vengan, hay que ir a buscarlas.
¿A qué sectores sociales acudiría?
A mí que gustaría que en este museo, que en un futuro tendrá una magnífica sala de exposiciones temporales, las comunidades autónomas también tuvieran un espacio para presentar sus novedades o sus hallazgos.
En un museo, ¿importa más lo que alberga o la forma en la que se muestra su contenido?
Yo creo que los museos, y éste sobre todo, tiene objetos faro que invitan a los visitantes a ver otras cosas. En nuestro caso, este objeto es la Dama de Elche.
Conservación o divulgación, ¿con qué se queda?
No tienen que estar reñidas. Yo soy conservadora de museos y por lo tanto mi primera obligación es conservar, porque mi obligación es transmitir y porque el patrimonio histórico no pertenece a una generación, y su receptor no es una generación sino que tienen que ser muy diversas generaciones. No están ni deben estar reñidas, no tiene por qué haber puntos de fricción y menos ahora mismo.
¿Hasta qué punto hay un riesgo de convertir el museo en un espectáculo para atraer a los visitantes?
Yo no estoy a favor de espectacularizar el museo.
¿Cómo se puede evitar?
Me considero una defensora del valor de los objetos patrimoniales. Son señas de identidad, lo que ocurre es que no todo vale. Parece que estamos en una sociedad en la que todo es válido y todo es sustituible, y yo creo que no. Que un niño conozca una momia no es lo mismo que conozca una reproducción de la momia. Despierta curiosidad, pero el original además despierta la emoción y los objetos en un museo no deben de ser sustituidos por tecnologías. Es un problema de entendimiento de las relaciones culturales; si una persona identifica y más o menos entiende y conoce una cultura determinada eso le forma y le hará ser más receptivo al entendimiento de otras cultura, y eso es importantísimo en los tiempos en los que estamos ahora, y creo que los museos también tienen su papel ahí. Los museos son vehículos para el conocimiento y deben convertirse también en vehículos para contribuir a la formación de esos tipos de actitudes. Es decir, si yo no conozco la cultura, lo que soy, nunca voy a estar en condiciones de entender lo que es o lo que representa desde un punto de vista cultural otra persona. Por eso yo creo que los museos tienen elementos para contribuir a ese diálogo que es necesario, más en nuestro mundo actual.
Comentaba la importancia de los objetos patrimoniales, pero en este museo hay una reproducción de la Cueva de Altamira, ¿cómo casa una cosa con otra?
Se hizo en su tiempo en unas circunstancias especiales. El Museo de Altamira entonces no existía. Sin embargo, ya se ha creado un magnífico museo, se ha creado una magnífica reproducción con la neocueva y aquí visita menos gente esta cueva, aunque se ha convertido casi en un elemento patrimonial.
Se ha concluido en fechas recientes la reforma del Prado, que ha acaparado la atención de los medios de comunicación. ¿Cree que sería factible tener una repercusión similar en el caso de la reforma que está prevista en el Museo Arqueológico Nacional?
Espero que la tengamos, por supuesto. Tendremos que aprender de él.
¿Ya ha tomado nota?
Sí, desde luego. Cuando se habla de arqueología, una de las principales cuestiones es cuánto de obtención legal y lícita del patrimonio y cuánto de expolio albergan los museos. En el caso del que usted dirige, ¿cuál es la situación?
En este museo no pasa. ¡No os podéis imaginar lo que ha comprado a lo largo de su historia!. No hay expolios en este museo y es tremendamente respetuoso con las comunidades autónomas, a las que les corresponden las competencias en arqueología. No compramos nada que sea de una comunidad autónoma. Eso es un principio ético.
¿Y eso supone un empobrecimiento del museo?
Se puede mirar en positivo y en negativo. Yo quiero que aquí venga lo mejor de las comunidades autónomas y que se muestren en la sala de exposiciones temporales. De todas formas, las colecciones del Museo Arqueológico Nacional son de tal riqueza… En este momento, 46 museos en España están exhibiendo colecciones de este museo, son riquísimas. Tenemos alrededor de un millón y medio de bienes patrimoniales, y hasta ahora hemos tenido expuesto el 9%, porque el edificio es el que es.
Este museo tiene casi 10 veces menos visitantes que El Prado, y eso que están cerca uno y otro. ¿Le genera envidia sana o resignación?
Con la ampliación que han hecho ahora de Moneo han ampliado 22.000 metros cuadrados más. Este Museo, en total, después de la reforma, tendrá 30.000. Yo soy consciente que nunca va a tener los mismos visitantes que El Prado porque no tiene espacio para acoger a tantos visitantes. Es un problema de relación matemática, en una casa haces cena para 10 o para 30, depende de lo grande que sea tu comedor. Aquí pasa lo mismo, este museo se tiene que conformar con algo más de 200.000 visitantes, aunque creo que nuestra cifra tiene que saltar más allá. Una buena afluencia podría ser medio millón de personas al año. No tenemos espacio para atender a una cantidad mayor de visitantes.
¿Usted es visitante habitual de museos?
Sí. Porque me gusta mucho, disfruto, lloro viendo algunas piezas. Hay objetos expuestos que te emocionan y que hacen que te caigan las lágrimas de alegría y de placer.
¿Algún ejemplo?
Recuerdo que en el museo que yo dirigía antes en Albacete cogí con mis manos un cuadro de Kandinsky y lloré.
Desde esa perspectiva y desde su conocimiento, como conservadora de museos, ¿qué aconseja a una persona para que disfrute o pueda disfrutar de un museo
Que vaya tranquilamente a pasear. Yo creo que el primer acercamiento es el paseo, el paseo tranquilo, relajado.
Sin desear querer verlo todo; disfrutar del placer de la visión de los objetos, de lo que significan, lo que transmiten o lo hermosos que son, lo bien que están hechos y las joyas que tienen… es ese gusto.
¿Su museo favorito?
Yo tengo dos museos favoritos, el Arqueológico Nacional y el de Albacete. En el de Albacete he estado 28 años trabajando y 21 como directora, mucho tiempo como para olvidar un museo. Aparte de estos te diría que El Prado.
¿Qué impresión le dan la ofertas de otros museos, como por ejemplo el Guggenheim?
Yo creo que es un fenómeno especial.
¿Para bien o para mal?
Yo creo que para bien porque ha sido bueno para la ciudad de Bilbao, pero también porque Bilbao ha hecho una apuesta.
Creo que es una magnífica escultura. Hay por ahí un artículo de un arquitecto que dice que los museos son las catedrales del siglo XX y XXI. Yo creo que para apabullar ya están otras cosas, los museos tienen que ser espacios para los hombres, tienen que ser espacios hechos más a escala humana. Yo prefiero uno de estos que el Guggenheim.
¿Y algún museo que se haya construido recientemente a escala humana?
El Museo del Traje, por ejemplo. Las salas están hechas muy a escala humana.
¿Pero por qué estos museos son menos conocidos y menos visitados?
Por la naturaleza humana. No es muy alentador. Hay que educar también en ese sentido. Por ejemplo, el problema del Museo del Traje es que es menos visitado por el lugar donde está. En general hay que tener en cuenta que los museos no son algo que la gente visite, las personas se van al cine, a un restaurante? entonces un museo bien ubicado siempre tendrá más visitas que un museo mal ubicado. Este museo está en un sitio precioso, pero quien quiera ir al Museo del Traje tiene que ir a ver el Museo del Traje, tiene que desplazarse en coche, o irse hasta Moncloa, coger un autobús… y no es el único ejemplo. El Museo de Badajoz, por ejemplo, ha empezado a remontar cuando se ha revalorizado el barrio donde está ubicado el museo.