Psoriasis

La enfermedad de las manchas rojas

Se desconocen las causas y los remedios para una patología llamativa pero no fatal
1 mayo de 2005

La enfermedad de las manchas rojas

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La psoriasis es una enfermedad de la piel, crónica, caracterizada por la aparición de zonas de inflamación de color rojizo que se cubren de una especie de escamas plateadas, brillantes, que surgen sobre todo en los codos, rodillas, cuero cabelludo y parte inferior de la espalda. Evoluciona en brotes, con épocas de reagudización que alternan con otras de menor actividad. No se trata de una enfermedad infecciosa ni contagiosa, tampoco es una enfermedad fatal ni por lo general trae graves consecuencias, aunque en los casos más severos puede tener un impacto social importante. Aunque no tiene curación definitiva, puede controlarse con cuidados adecuados.

No es una enfermedad infrecuente -afecta aproximadamente a 8 de cada 100 personas- y puede aparecer a cualquier edad, aunque lo normal es que se manifieste entre los 15 y los 35 años. Sus brotes pueden ser bruscos o graduales. En ocasiones alcanza una gran extensión y afecta también a uñas, genitales y otras zonas del cuerpo, lo que puede llegar a tener una seria repercusión en la personalidad del afectado.

Hereditaria en un tercio de los casos

La causa de su aparición es desconocida, pero se sabe que es un trastorno hereditario, al menos en un tercio de los casos, que origina un desorden en el sistema inmunológico. En condiciones normales, las células de la piel se renuevan cada 28 días, pero en quien padece psoriasis esta actividad se acelera y las células se renuevan cada 3-4 días. Las células blancas de la sangre son células muy especializadas que identifican y destruyen no sólo bacterias y virus, también organismos extraños. Hay dos tipos de células blancas, las T y las B. Cuando las T identifican un material extraño lo atacan, mientras que las células B segregan sustancias químicas especiales denominadas anticuerpos que, pegándose a ellos, los destruyen. En la psoriasis hay una actividad aumentada de las células T del sistema inmunológico que atacan a las células de la piel, lo que provoca, por un lado, la inflamación y, por otro, que se reproduzcan excesivamente para reponer las células destruidas. Por ello la piel aparece inflamada, engrosada, en continua descamación de células muertas y se forman las denominadas placas psoriásicas, que pueden adoptar diversas formas y distintos grados de intensidad.

Principales tipos

La más común es la llamada psoriasis discoide o psoriasis en placas, que afecta al tronco, codos, rodillas, cuero cabelludo o genitales, y que también puede sufrirse en las uñas, que aparecen engrosadas, deformes. La psoriasis en gota suele presentarse en niños, en forma de pequeñas gotas de piel enrojecida y engrosada. Menos frecuente es la psoriasis pustulosa, caracterizada por la aparición de pequeñas pústulas, como ampollitas con pus, que aparecen por todo el cuerpo o en las palmas de las manos o en las plantas de los pies.

En ocasiones, la psoriasis puede llegar a extenderse al 70% de la piel, condición que se denomina eritrodermia psoriásica -la forma más severa de enfermedad- y puede llegar a producir trastornos de la regulación de la temperatura corporal y de los líquidos, lo que puede obligar al ingreso hospitalario. No obstante, las lesiones suelen ser poco molestas, si bien puede haber cierto prurito, picazón y ganas de rascarse.
En ocasiones, la psoriasis no se limita a la piel y puede acompañarse de inflamación en articulaciones, sobre todo a las pequeñas articulaciones de manos y pies. A ésta se le denomina artritis psoriásica.

Factores desencadenantes

La evolución de la psoriasis es por brotes de agudización y remisión, pero hay circunstancias que pueden actuar como factores desencadenantes y agravantes:

  • Estrés, situaciones emocionales extremas
  • Consumo excesivo de alcohol
  • Exceso o falta de luz solar
  • Rascado, heridas, traumatismos
  • Infecciones bacterianas y víricas
Diagnóstico y tratamiento

El diagnóstico de la afección no suele ser difícil porque las placas son reconocibles con una inspección ocular, lo que no impide que en algunas ocasiones sea más complejo y haya que recurrir a la biopsia. Su tratamiento es uno de los retos que tiene la medicina actual. Todavía no se ha conseguido un método efectivo, enfocado hacia el control de los síntomas, la prevención de infecciones secundarias y, lo más importante, el control del desorden inmunológico que es la base de la enfermedad.

Hay una serie de medidas generales, como una dieta equilibrada, el reposo adecuado, el ejercicio regular y el uso de jabones y champús que contengan alquitrán o ácido salicílico, que pueden ayudar a controlar los brotes.

Para evitar las recaídas y exacerbaciones es conveniente controlar el estrés -la meditación y el yoga han dado buenos resultados-, reducir la exposición solar excesiva, utilizar el baño de manera breve, limitar la natación, evitar el rascado y también el roce de la ropa o frenar el consumo excesivo de alcohol.

El tratamiento de las lesiones dérmicas de la placa de psoriasis se basa en el uso de sustancias queratolíticas que ablandan las células superficiales de la piel: ácido salicílico, alquitrán, antralina, análogos de la vitamina D (calciprotieno, calciprotiol, calcitriol, tacalcitol), etc., que funcionan como emolientes y humectantes ablandando las células. También se utilizan los retinoides, medicamentos relacionados con la vitamina A, que se pueden administrar vía tópica (gel, crema) o vía oral. Para la inflamación se utilizan los corticoides en forma de cremas. Por regla general se usan lociones que llevan una mezcla de todos estos preparados. Uno de los mitos vinculado con la psoriasis es que había que evitar la luz solar, algo del todo falso. La luz solar puede tener efectos benéficos, pero, eso sí, nunca en exceso. Por ello la fototerapia controlada es otra modalidad de tratamiento.

El tratamiento del desorden inmunológico es más complejo. En la actualidad se dispone de medicamentos como el metotrexate, la ciclosporina o el tracolimus, que son agentes supresores de la respuesta inmunológica y que tienen aplicación en el tratamiento de algunos cánceres y en el rechazo en los transplantados. Se ha comprobado su eficacia en la psoriasis, pero tienen efectos tóxicos que requieren un riguroso control médico. Hay también otros medicamentos, todavía en proceso de investigación y experimentación, que actúan interfiriendo la acción de proteínas alteradas presentes en el sistema inmune y que se configuran como el tratamiento del futuro. Pero no se acaba aquí el arsenal terapéutico para luchar contra la psoriasis. Hay un sinfín de terapias que combinan varios tratamientos más o menos “naturales”. Como ocurre siempre con una enfermedad de la que no se conocen bien sus causas y la forma de curarla, siempre surgen tratamientos milagrosos y hay que ser muy cauto con las promesas de curación.