Sobre cárceles no gusta leer y no gusta publicar. Sin embargo, es una realidad que afecta a la sociedad, cada vez en mayor medida. ¿Por qué ese ostracismo?
Todo lo que rodea a la cárcel es oscuro. Cruzar el umbral de un centro penitenciario es dar un paso hacia un espacio cerrado en el que la violencia está muy presente y eso, indudablemente, no gusta. Ese sitio, que se supone sirve para que las personas dejen de ser delincuentes, es un mundo en que la primera norma que se debe aprender es la desconfianza, porque resulta clave para sobrevivir. Y no me estoy refiriendo a que la muerte acecha, aunque los datos de suicidios y asesinatos no son halagüeños. Me refiero a que las personas tienen que aprender a funcionar en unos parámetros que sólo sirven para la vida en la cárcel, pero que no corrigen, enriquecen ni mejoran a nadie.
En nuestro sistema legal se admite que, aun con imperfecciones, la cárcel es la manera de castigar al culpable y resarcir a la víctima. ¿Se le ocurren otras formas?
En la actualidad todo está pensado para el culpable. La víctima no es escuchada. El objetivo es castigar sin analizar el porqué. Se dice que es para ofrecer justicia a la víctima, pero en el 80% de los delitos que se comenten, que son contra la propiedad de alguna u otra forma, la víctima no encuentra compensación en el procedimiento ni en la resolución, y si lo hace es a un nivel muy bajo y muy tarde, cuando ya había hecho un gran esfuerzo por olvidar y aprender a vivir superando aquel episodio. Tal como funciona el sistema judicial, la víctima tiene que pasar por el mal trago de acudir a un juzgado, en ocasiones incluso compartir sala con el agresor, soportar la burocracia que no es precisamente delicada, y pocas veces recuperar el bien sustraído. Así la víctima no ve reparado el daño que se le hizo.
También es muy crítico con el castigo.
El castigo deshumaniza, se mire como se mire y aunque se vea como inevitable o como única solución, que pudiera serlo. Pero la realidad es que en muchas ocasiones por este camino no se consigue el objetivo, si lo que se pretende es ir más allá del castigo, tal y como proclama nuestro Derecho. Además, el peligro de pensar que la cárcel es la solución a problemas sociales como la desigualdad, la exclusión y la precariedad, y que endureciendo las penas se va a lograr mayor seguridad, es que sólo consigue que cada vez haya más cárceles y más presos. Esto sin duda supone un mayor gasto, lo que obviamente motivará recortes en los presupuestos que repercutirán en una menor inversión en educación, la única vía que realmente puede hacer algo por que no haya más presos.
¿Qué es lo que debemos entender cuando la Constitución, los Códigos y las normas judiciales hablan de reinserción?
Una visión un tanto utópica, ¿no le parece?
En absoluto, me tacho de realista. Las investigaciones y la realidad muestran que las cárceles son espacios en los que se consigue doblegar de forma transitoria la voluntad del recluso para imponerle una identidad estigmatizada y culpable. La cárcel le enseña muy bien tácticas de soledad y a olvidar por completo el significado de solidaridad y empatía por el otro. La violencia de una cárcel convierte a una persona, que es un ser social, en un individuo de mercado, solitario y calculador, indiferente a todo lo que no tenga que ver con su propia satisfacción. Si la pena no se basara exclusivamente en la cárcel y se usaran otras vías para recompensar a la víctima y a la sociedad por el delito, reformaríamos a personas y no perpetuaríamos delincuentes.
Cada vez hay más delincuencia, por lo que es lógico que la sociedad reclame más contundencia en evitarla.
Precisamente la seguridad sirve como arma arrojadiza en las elecciones, no importa de qué color sean los políticos. Hoy por hoy, automáticamente, se insiste en que se va a ofrecer más seguridad en las calles, lo que significa más presencia policial y más detenciones. Si los delitos aumentan, y están aumentando al mismo ritmo que aumentan las injusticias sociales, no va a haber suficientes cárceles. Y eso no habla muy bien de un país.
Las cifras revelan que cada vez es mayor el número de población reclusa de procedencia extranjera. Alcanza el 27,5% de las personas encarceladas, mientras que la comunidad foránea supone el 5,2% de la población total. Esto evidencia que la probabilidad de terminar en la cárcel siendo emigrante es seis veces superior a la que tiene un ciudadano autóctono. ¿Por qué?
Bastaría con acordarnos de nuestra historia para no repetirla. En la década de los 60 hubo también una fuerte migración, pero en este caso se trataba del mundo rural y de regiones más pobres a ciudades grandes. Parejas o personas solas buscaron futuro en las barriadas, en los extrarradios, en las zonas más desfavorecidas. Trabajaban de sol a sol para procurar a sus hijos lo que ellos no habían tenido. Muchos de esos hijos se engancharon a las drogas duras, y como consecuencia de la adicción, delinquieron.
Efectivamente, sus padres y madres, con la mejor de las intenciones, trabajaron muy duro para poder darles cosas, pero en el camino no pudieron dar a sus hijos lo más importante: su compañía, su educación, unas raíces y unos modelos a los que acudir. En la actualidad muchos hijos de inmigrantes se están criando solos o entre ellos porque sus padres y madres sólo quieren ganar dinero para darles lo mejor que puedan comprar. Habría que gastar más dinero en diseñar atención a estos niños y jóvenes, aunque fuera sólo por una cuestión egoísta: es mucho mejor que se conviertan en ciudadanos de primera que en personas conflictivas.
¿Hay alguna razón social, psicológica o de cualquier índole que explique por qué la proporción de hombres delincuentes (92,2%) es abrumadoramente mayor que la de mujeres (7,8%)?
Que yo sepa, ninguna. Es un hecho, pero no sé decir una razón exacta de por qué es así, pero ojalá la mujer mantenga los bajos índices. No obstante, se da la paradoja de que ese bajo índice repercute de forma negativa en la mujer que va a la cárcel, pues los recursos que se destinan a los módulos femeninos son los menos cuantiosos, en unos presupuestos limitados. Hablamos de hacinamiento o de escasez de espacios propios, de falta de guarderías y de recursos en general.
¿En qué consiste su proyecto de desarrollar la justicia restaurativa?
La justicia restaurativa humaniza y dignifica, porque ayuda a hacerse cargo de su error a la persona que erró y le permite reparar el daño causado. Considera innegociable la dignidad de toda persona al margen del delito cometido, y procura medidas que permiten restaurar el delito, de una forma dialogante y pacífica, no reivindicativa. Se lleva a cabo a través de la mediación penitenciaria, entre delincuente y víctima, introduciendo el diálogo en vez del castigo. En los casos en que la víctima se ha prestado a la mediación, es decir, a conocer a quien le convirtió en víctima, ha manifestado su satisfacción y recompensa.