Nace dentro de nosotros, no fuera
La confianza es el convencimiento que alcanzamos sobre nuestras propias capacidades y cualidades. Se asienta en nosotros a medida que constatamos nuestra aptitud en las tareas que realizamos y al tiempo que logramos la habilidad para mantener relaciones de calidad con los demás. Es, por tanto, un sentimiento que se genera en nuestro interior y de cuyo desarrollo somos responsables. En la infancia necesitamos que el entorno, y en especial el padre y la madre, aporten seguridad, atención y nos haga sabernos queridos. Más tarde y a lo largo de toda la vida, aunque sigamos necesitando ser escuchados, respetados, valorados, y queramos saber y sentir que se cree en nosotros y en nuestras capacidades, debemos tener presente que la confianza hemos de trabajarla personalmente. Para ello debemos actuar y formalizar relaciones bajo la premisa de tener paciencia, darnos tiempo, cuidar las formas y no olvidar evaluar y valorar cada una de nuestras acciones, no con el propósito de juzgarlas, sino con el fin de constatar nuestras capacidades y conocer nuestras limitaciones.
Confianza en nosotros mismos
Para poder sentir que los otros creen en nosotros hemos de ser nosotros los primeros en sabernos válidos. Es imposible creer que los demás confían en nosotros si nosotros mismos no lo hacemos, pues la confianza nunca viene dada de fuera. Si no hay equilibrio interno pensaremos que el apoyo, el aplauso o la admiración se nos ofrece para animarnos, por guardar las formas o, en la mayoría de las ocasiones, porque no nos conocen realmente y se quedan en la imagen que les estamos proyectando, es decir, creemos que les estamos engañando. Esto deviene porque hacemos las tareas con la vista puesta en los demás, esperando su aprobación y beneplácito, sin un convencimiento interior. Al carecer de una guía personal que nos oriente en la consecución de nuestra meta o del proyecto de nuestra vida, el esfuerzo que debemos realizar es mucho mayor, y lejos de potenciar nuestras habilidades, debilita y destruye la confianza en nosotros mismos, y con ello la autoestima. ¿Por qué? Para contar con una buena autoestima debemos estar convencidos de que somos aptos para la vida que hemos elegido llevar. Quien no goza de confianza en sí mismo, posterga las decisiones, da largas a los asuntos pendientes, va dejando cosas sin hacer por el camino y mantiene una actitud de parálisis. Con todo esto, no consigue sino certificar que ciertamente es una persona en quien no se puede confiar.
Cuestión de honestidad
Al ser tan necesario que sea verdadera, la confianza no puede ser ciega sino que ha de estar sustentada en el conocimiento personal. Un conocimiento totalmente honesto sobre nuestras posibilidades y nuestras limitaciones, de forma que al acometer cualquier tarea o iniciar relaciones interpersonales sabremos manejar las expectativas para conseguir éxitos y no acumular fracasos, en términos de cantidad y de calidad. Si no hemos sido honestos y fallamos tendemos a desvalorizarnos, a sentirnos menos que el resto de la gente y a pensar que nuestras opiniones no son tan importantes ni interesantes como las de los demás. En definitiva, que no somos personas atractivas ni dignas de tenerse en cuenta. Mantendremos entonces pocas expectativas, muchos silencios y un lenguaje no asertivo. Ni pediremos ni reclamaremos, con lo que nos condenamos a una invisibilidad que nos destruye. Pasamos a ser personas dependientes y otorgamos autoridad sobre nuestras vidas a todos aquellos a quienes creemos superiores y más sabedores de lo que necesitamos nosotros que nosotros mismos. Una alerta para saber que nuestra confianza está vulnerada es analizar las dudas, permanentes compañeras de viaje de quien no cree en si mismo. Aparecen dudas sobre cómo hacer, qué hacer; sobre los demás y sobre su honestidad, pues el listón de medir que se aplica a los demás, es el mismo que se tiene para uno mismo. Y si se desconfía de uno, se es escéptico con el otro, lo que conduce a una visión negativa de todo y de todos. Se es una persona tensa y con tendencia a controlar las relaciones sociales, que además desconfía de la amabilidad gratuita de su interlocutor. La falta de confianza provoca que se asuman imprudentemente o no se asuman los riesgos y dificultades del acontecer cotidiano, con lo que se va dejando de aprender, de experimentar y en definitiva, de vivir el día a día.
Las relaciones: cuidarlas o descartarlas
Si bien la confianza nace en nuestro interior, su crecimiento y desarrollo está muy ligado a las relaciones que mantenemos y a las respuestas que obtenemos en ellas. Por ello, es también nuestra responsabilidad seleccionar, cuidar y mimar las personas con las que nos rodeamos y algo muy importante, apartarnos de las que minan nuestra confianza y, por ende, nuestra autoestima.
Habremos de entender que para que exista una relación es imprescindible que exista confianza, por lo tanto, en nosotros está el abrigar una buena confianza como punto de arranque y garantía de la buena salud de nuestras relaciones. Esto nos permitirá salir de nosotros, abandonarnos en los otros y mostrar nuestra vulnerabilidad. Un ejercicio necesario para que las relaciones, amorosas, familiares o fraternales sean un verdadero encuentro sereno y cómodo, que posibiliten un enriquecimiento personal. Nos permitirán vivir en equilibrio, armonía y autenticidad.
En consecuencia, confiar en nosotros es abrir la puerta para hacer el camino de nuestra vida, y es también la esperanza y la ilusión con la que se mueve una existencia que sabe de su sentido y proyecto allí donde vive.
- Conocernos todo lo posible y de una forma continuada, ya que vamos experimentando cambios, con la máxima honestidad.
- Vivir activos: opinando, eligiendo, escogiendo, significándonos.
- Valorar y congratularnos de nuestras capacidades y posibilidades.
- Constatar nuestras limitaciones, para saber ser realistas.
- Afrontar retos y riesgos con prudencia y sensatez.
- Iniciar y mantener relaciones de calidad, donde la comunicación abierta, positiva y sincera sea una constante.
- Dejar de lado la tensión y el control continuo.
- Permitirnos mostrarnos tal cual somos, sin tapujos ni máscaras o escudos.