El Sur, además de existir, necesita vender sus productos
La iniciativa, solidaria con los problemas que sufren los países pobres para comercializar sus productos en condiciones justas y que permitieran su desarrollo económico, nació en los sesenta en Holanda cuando la organización católica SOS Wereldhandel comenzó a importar artesanías de estos países vendiéndolas posteriormente por catálogo y en las iglesias. La situación ha evolucionado mucho en tres décadas: actualmente, hay más de 100 organizaciones importadoras en Europa que mueven cada año productos valorados en unos 40.000 millones de pesetas. El comercio justo se nos presenta como una forma sencilla, práctica y eficaz de apoyar la autonomía económica y el desarrollo de los pueblos del Sur. Y, también, de reivindicar -y colaborar en ello, en la medida de nuestras posibilidades- un orden mundial y un crecimiento de los niveles de bienestar más equitativos.
Pero no cualquier transacción comercial más o menos bientiencionada con los países menos desarrollados del planeta puede aceptarse como comercio justo. Las condiciones son exigentes: los precios de compra de los productos y de su venta se han de basar en el coste de producción; los artículos -han que ser de calidad- se deben elaborar en condiciones laborales dignas para los trabajadores y respetuosas con el medio ambiente,. Y los posibles beneficios de este comercio lo deben destinan las organizaciones europeas a mejoras sociales, nunca a enriquecerse. Este tipo de comercio permite atender las principales necesidades de la población local de los países de origen de los productos. Se les ayuda a que sean capaces de desarrollarse por sí mismos, a partir del fruto de su trabajo.
Comercio, no ayuda.
A los países del Norte, destinar dinero para programas de desarrollo en los países del Tercer Mundo les cuesta menos que abrir nuestros mercados a sus productos. La UNCTAD (Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo) ha calculado que la supresión de las medidas discriminatorias -arancelarias- en los sectores del textil y de la confección aumentaría el empleo entre un 20% y un 45% en los países en desarrollo. Por lo tanto “Trade not aid” (comercio, no ayuda) es, desde hace muchos años el lema de estos países. Cualquier crisis del mercado de materias primas influye en el Tercer Mundo. La economía de estos países depende en un 50% de la exportación de sus materias primas. Hay algunos, como los del África subsahariana, que dependen de un sólo producto (café o cacao).
Los países del Tercer Mundo se endeudan para adquirir todo lo que son incapaces de producir (tantas cosas…), y para paliar este déficit aumentan la producción de sus materias primas, con lo que los precios de estas descienden vertiginosamente en el mercado convencional, que sólo busca beneficios. Además, la demanda de los países del Norte también ha variado. Así, la fibra óptica ha sustituido al cobre, los edulcorantes artificiales se imponen al azúcar e incluso algo tan progresista como el reciclaje reduce la demanda de materias primas del Sur. En pocas palabras, que las coyunturas económicas mundiales difícilmente benefician a los países pobres.
Diversificar la producción.
Los mercados están en manos de grandes empresas transnacionales. El 70% del comercio mundial de materias primas y el control del 80% de las tierras de producción lo dirigen estas compañías. La mejor solución para los campesinos locales es diversificar su producción y no depender de un sólo artículo. Porque en caso de descensos de precios o de mala cosecha, su ya de por sí paupérrima economía no se verá tan dramáticamente afectada .
Los campesinos que colaboran con organizaciones de comercio justo gozan de mejor posición económica que los demás, e invierten en otros negocios y áreas. El Sur se ha convertido también en exportador de materias manufacturadas (textil, zapatos, juguetes). Como consecuencia de ello, los países industrializados han adoptado medidas proteccionistas y arancelarias, muy perjudiciales para la economía de los países pobres.
Las organizaciones de comercio justo desarrollan nuevos productos y técnicas de elaboración para que puedan venderse en los países del Norte. También informan de los gustos y tendencias de los consumidores de los países más ricos, cara a ofrecer los productos que disfruten de más posibilidades comerciales.
Tiendas solidarias.
Están especializadas en el comercio justo, y se pueden encontrar en nuestras grandes ciudades. A través de la venta, de la concienciación social y de la acción política, las organizaciones que las auspician intentan que el comercio mundial sea más justo. En Europa, más 3.000 tiendas y 50.000 voluntarios se dedican a esta tarea y facturan unos 38.000 millones de pesetas cada año.
En España, el fenómeno es todavía incipiente respecto a Alemania, Países Bajos o Reino Unido, aunque se registró un crecimiento importante en los útimos años. En 1986, se implanta la primera tienda solidaria en San Sebastián (Emaus-Erein) y en la actualidad hay 22 organizaciones que ofrecen 40 tiendas) de todo el país constituyen la Coordinadora de Organizaciones de Comercio Justo. Las españolas trabajan con más de 50 grupos productores y en conjunto alcanzaron un volumen de ventas de 700 millones de pesetas en 1997 y atendieron a más de 150.000 clientes. Las marcas bajo las que se comercializan los productos -café, chocolate, cacao, té, miel, azúcar… – son: Trans Fair, Max Havelaar y Fair Trade Mark.
Las organizaciones compran los productos reduciendo al mínimo el número de intermediarios. El precio de compra va en función de los costes de las materias primas, de la producción, del tiempo y de la energía invertidos. Los productores tienen derecho a la prefinanciación y las relaciones comerciales son a largo plazo. Las ONG de comercio justo comprueban si es realmente una organización de productores, para evitar intermediarios que buscan un rápido negocio.
Posteriormente, se estudia si existe un mercado potencial de esos productos. Por último, se comprueba si los productores trabajan con un sistema ecológico y sostenible. En caso de las empresas y plantaciones, se verifica que el sueldo alcance para mantener dignamente a la familia y que las condiciones de trabajo no perjudiquen la salud del productor.
Actualmente, 800.000 familias se dedican en el mundo a producir materias primas para el comercio justo.
- Los productos de comercio justo son de un 10% a un 15% más caros que sus equivalentes convencionales. En Europa occidental, entre un 10 y 20% de las familias están dispuestas a pagar un poco más por estos productos.
- No se adquieren con más frecuencia porque son difíciles de encontrar. La distribución masiva es el principal obstáculo para la expansión del comercio justo. En casi todas las grandes ciudades pueden encontrase tiendas de comercio justo. Algunas cadenas comerciales han comenzando a incluir estos productos en sus establecimientos.
- El café, cacao-chocolate, y la artesanía son los productos “estrella” del comercio justo.
- Comprarlos significa defender un consumo ecológico, solidario y responsable.
- Las etiquetas de las marcas de garantía -Trans Fair, Max Havelaar y Fair Trade Mark- informan de las condiciones en las que se elaboró cada producto.
- Las organizaciones de comercio justo hacen mucho más que vender los productos: controlan que la producción respete la dignidad de los trabajadores y al medio ambiente. Y que el dinero ganado por los productores locales sea suficiente para proporcionarles un cierto nivel de vida. También orientan y ayudan a estos países para que se elaboren productos que sean atractivos para los países desarrollados.