Cuando conduzco me transformo
Uno de cada tres accidentes en ciudad se debe a la agresividad y a la competición que a veces se establece entre conductores. Y, por si no fuera bastante, una buena parte de los altercados con violencia física se debe a discusiones entre automovilistas, motivadas por el propio tráfico vial. Son datos que mueven a la reflexión, y demuestran que, a nada que controláramos nuestras actitudes al volante, nos ahorraríamos muchas muertes, heridos graves, riñas y malos ratos. No sólo se trata de una cuestión de autocontrol y madurez personal, de no avergonzarnos de las situaciones que creamos o de las groseras expresiones que proferimos cuando la tensión sube muchos enteros. Esto es importante, pero lo es mucho más nuestra seguridad física, y la de los demás.
Las estadísticas y estudios consultados, además de lo anterior, dicen que los conductores son especialmente agresivos ante los automovilistas jóvenes, las mujeres, los taxis, los vehículos viejos y la gente de aspecto desarreglado. Y que la violencia vial se produce mucho más entre hombres que entre mujeres, y preferentemente cuando se va sólo en el coche.
Cuando se hace referencia al factor humano en los automovilistas, se mencionan el estrés, las preocupaciones, los despistes, las prisas, el alcohol, el exceso en las comidas, las maniobras imprudentes o las alteraciones de la percepción, como causantes de los accidentes. Pero reviste más interés indagar en las causas profundas de esos comportamientos. Una aproximación inmediata al problema los relacionaría con el ambiente que rodea al conductor: estrés laboral, competitividad, incomunicación, consumismo, proyección en el vehículo de nuestros más elementales instintos, uso y abuso del coche privado, atascos interminables, … Pero esta interpretación , por reduccionista y conformista, tampoco nos puede bastar. Porque, a pesar de los factores ambientales, somos personas, inteligentes, sensibles y con margen de maniobra respecto de nuestras actitudes.
En otras palabras, podemos cambiar y evitar disgustos a mucha gente que a buen seguro piensa lo mismo. No nos gusta comportarnos así, nos avergüenza hacerlo. Por tanto, veamos qué podemos hacer para abordar positivamente el asunto.
¿Por qué somos agresivos al volante?
Teorías sobran. Hay quienes consideran que la conducción, por sí, no genera agresividad, y que cada uno conduce según su personalidad. O, en una explicación más sociológica, que conducimos tal y como vivimos: compitiendo. Otros defienden que el coche genera circunstancias (tensión, soledad, hastío de horas al volante, comportamientos inaceptables de otros, sensación de fortaleza e impunidad que transmite el “caparazón” del coche, …) que liberan agresividades que pueden no manifestarse fuera del coche. Y hay otras razones. No podemos hablar con los conductores que nos han disgustado, ellos también van en coche, y están en movimiento. No hay comunicación, ni códigos de entendimiento, lo que facilita malas interpretaciones y excesos verbales y gestuales. Además, tenemos un espacio, nuestro, que “debemos” defender, y en el que nos sentimos seguros y fuertes. Cuando circulamos no hay tiempo para conversar con el conductor que nos ha agraviado ni para dar explicaciones o pedirlas. Todo ello contribuye a generar tensión.
Lo más fácil es desfogar inmediatamente esa agresividad. Las personas de carácter impulsivo y de poca capacidad de autocontrol son las más proclives a padecer y generar problemas cuando conducen. Además, están los automovilistas que no respetan las normas, Y los que se consideran más “listos”. Y los muy lentos. Y los que no están concienziados de que la carretera es un espacio social, con problemas endémicos (falta de aparcamiento, retenciones, accidentes, obras, meteorología adversa, …), que todos debemos contribuir a resolver o mitigar.
El coche, un mundo.
El coche es más que un simple medio de locomoción. Para muchos, es el segundo hogar, por el número de horas que a diario permanecemos -a menudo solos- en su interior. Es el espacio físico en que el conductor se comporta tal como es, en él no está preocupado por guardar las formas. Damos rienda suelta a las expresiones más primitivas e irracionales de nuestro ser. Es, también el coche, una coraza metálica en la que el conductor se siente protegido. Se percibe el automóvil como una fortaleza rodante que nos hace inmunes a las agresiones de otros, y desde la que nos sentimos seguros para “atacar”. El coche es, además, signo de prestigio y poder; juega doblemente el papel de medio para competir con los demás: por una parte, el mío es más grande y nuevo que el de mi vecino o hermano. Y, por otra, nos también sirve para competir: en velocidad, en astucia, en pericia, … Asimismo, el coche nos “libera” de dos coordenadas que nos aprisionan: el espacio y el tiempo. Cuando llegan la presión o la ansiedad, se despiertan sentimientos de huida, ganas de poner tierra de por medio. Albergamos un sueño mítico, el placer de recorrer el espacio, “llegar volando” de un sitio a otro. Dominar espacio y tiempo es uno de los anhelos más ancestrales del ser humano.
En el otro extremo, para algunos conductores, el coche es un arma peligrosa, lo que convierte a su interior en una trampa. Cada maniobra propia o ajena la interpretan como una posibilidad de accidente. Sus conductas están presididas por el miedo, lo que las convierte en dubitativas y peligrosas para el tráfico, por la lentitud en la conducción y la torpeza en las maniobras. Estos conductores excesivamente cautos provocan reacciones agresivas en sus contrarios, los nerviosos, veloces y seguros de sí mismos. Y el coche es, para terminar, el instrumento ideal para acentuar nuestro egoísmo, todo se presta a ello. Hay otros factores individuales, como edad, sexo, cultura, o la personalidad de cada uno, que condicionan los comportamientos en el coche, pero muchos de los antes mencionados son comunes a casi todos nosotros.
- Puede y debe controlarse la sensación de impotencia y enfado que nos invade cuando, en el coche, sufrimos por parte de otro conductor un proceder “incomprensible” (que quizá nosotros imitemos mañana) y que genera en nosotros ira, agresividad o deseo de competir.
- Antes de que estalle la ira, hagámonos dos preguntas: ¿controlaría mi agresividad si estuviera aquí mi pareja, mi mejor amigo o mis padres? . Y ¿cuando termine el incidente estaré orgulloso de mi comportamiento?. Valoremos el ridículo que hacemos, ante nosotros mismos y ante los demás, cuando nos conducimos al volante como niños egoístas y enfadados.
- Guardemos las formas. Soy el mismo en el coche que cuando soy peatón o estoy en casa. Conduzcamos como si nuestro vehículo fuera transparente, y dejara traslucir nuestra identidad y nuestros comportamientos, especialmente los irracionales.
- Maleducados, egoístas recalcitrantes, “listos”, insolidarios, lentos patológicos, machistas irredentos, imprudentes, violentos y otras perlas, perjudican el tráfico y atentan contra nuestra paciencia, pero ignorémoslos, que son los menos. Y bastante tienen con lo suyo.
- Si necesitamos desfogarnos y liberar nuestra agresividad, nunca lo hagamos en el coche.
- Conducir sin respetar las normas cívicas y viales ahorra pocos minutos. Y provoca, además de accidentes, tensión y agresividad en nosotros y en los demás automovilistas. Pilotar normal y prudentemente relaja el espíritu y causa menos cansancio.
- Viajar en coche es parte de la vida en sociedad. El coche es nuestro, pero la carretera pertenece a todos, y se rige por normas (imprescindibles, sensatas y comunes para todos) que debemos respetar. Coincidimos en la carretera con miles de semejantes, que también tienen prisa, están aburridos de pasarse media vida al volante, de los atascos y de que “casi nadie conduzca tan bien como yo”.
- Procuremos no molestar. Seamos comprensivos con los demás conductores: no son enemigos, sino compañeros de fatigas. Seamos tolerantes y solidarios con sus errores o despistes. Mañana los podemos cometer nosotros.
- El coche es una herramienta para trasladarnos de un sitio a otro, nada más. Ni es una fortaleza ni una proyección de nuestra personalidad. Ni, mucho menos, un medio para competir.