Síndrome visual informático: las secuelas del empacho de pantallas
Móviles, tabletas, ordenadores, libros electrónicos, consolas, televisión inteligente… Estos dispositivos ya forman parte de nuestra vida cotidiana y para muchos resulta imposible vivir sin ellos. Un reciente estudio del Colegio Oficial de Ópticos Optometristas de Cataluña demuestra que en España los menores de 30 años pasan cada día más de 10 horas visualizando pantallas; los hombres y mujeres de entre 31 y 45 años, 9,3 horas (una hora menos entre los 46 y 60 años), y los mayores de 60, un total de 3,8 horas. Otra investigación, realizada por el catedrático de Oftalmología de la Universidad de Valencia Manuel Díaz Llopis, concluye que lo primero que hace el 80% de la población al despertarse es mirar su móvil, y siete de cada 10 es lo último que hacen antes de acostarse. Su uso está tan interiorizado que, según este mismo estudio, dos de cada tres españoles se lo llevan al baño.
Es indiscutible la utilidad y las ventajas que estos dispositivos aportan a la sociedad, pero las consecuencias que esta entrega incondicional a las pantallas pueda tener para la salud ocular sí que merecen un debate: ¿hasta qué punto toda esta exposición digital puede dañar nuestra visión? ¿Cómo darnos cuenta de que nuestros ojos están comenzando a sufrir las consecuencias? ¿Podemos hacer algo para evitarlo sin tener que renegar de la tecnología?
El síndrome visual informático
Mantener la vista fija en el dispositivo electrónico de forma ininterrumpida durante horas provoca una serie de trastornos que los especialistas han definido como el Síndrome Visual Informático (SVI). Diversos estudios publicados en las revistas científicas Medical Practice and Reviews y Employment Relation Today establecen que el riesgo de sufrir el SVI es de un 90% en quienes permanecen más de tres horas diarias frente a las pantallas de estos dispositivos (ordenador, portátiles, teléfonos móviles y tabletas). Los especialistas han clasificado estos síntomas según su tipología.
- Astenópicos. Son aquellos provocados por la fatiga visual, como dolor punzante y cansancio en los ojos y párpados; cefaleas, molestias cervicales y hasta náuseas. El esfuerzo que tienen que hacer nuestros músculos oculares para sostener durante tanto tiempo un trabajo visual provocan estas dolencias. La fatiga visual está considerada enfermedad laboral por la Organización Internacional del Trabajo, aunque existe cierta discusión al respecto. Hoy en día, la gran mayoría de los monitores y los sistemas de ventilación y luminosidad en las oficinas están adaptados y el trabajador puede llevar a cabo los descansos necesarios, por lo que para algunos especialistas en seguridad laboral el agravamiento de los síntomas puede estar relacionado con el uso masivo de los dispositivos electrónicos también en el ámbito doméstico.
- Oculares. Es frecuente el “ojo seco”, una molestia que no es exclusiva del uso de pantallas. Por ejemplo, lo suelen sufrir mucho las personas alérgicas cuya sintomatología se agrava ante el monitor, ya que la falta de parpadeo por el exceso de concentración puede producir lagrimeo constante, sensación de arenilla, irritación, quemazón y el enrojecimiento del ojo.
- Visuales. Visión borrosa, visión doble, fotofobia (una sensibilidad extrema a la luz).
No todos tienen los mismos síntomas
La aparición de alguno o varios de estos síntomas (entre los que se incluyen algunos extraoculares, como la rigidez y el dolor de cuello, espalda o muñecas y manos) y la intensidad con la que se manifiesten va a depender, además del número de horas que cada uno pasa delante de la pantalla, de otros dos factores decisivos:
El funcionamiento del sistema visual de cada persona. “Cuanto más eficiente sea nuestro sistema visual, se sufrirán menos problemas derivados del SVI”, explica el optometrista Salvador Pérez Fernández, vicepresidente de la Sociedad Internacional de Optometría del Desarrollo y del Comportamiento (Siodec). Hay incluso personas que no presentan ninguna molestia. “Los síntomas se suelen agravar cuando existen refracciones que no estaban detectadas o corregidas, como miopía, hipermetropía, astigmatismo, presbicia o problemas binoculares, como el ojo vago”, Y esto es algo que puede pasar desapercibido en muchos adultos y en niños.
Por ejemplo, se sabe que un astigmatismo (la visión borrosa tanto de lejos como de cerca) de bajo valor (menos de 0,50 dioptrías) es algo que le ocurre a un 70% de la población. Normalmente pasa inadvertido y, a menos que vaya acompañado de otra patología o problema en la vista, no se recomiendan gafas. Sin embargo, estas mínimas dioptrías ya son suficientes para ser susceptibles de agravar los síntomas del SVI. Lo mismo le puede ocurrir a alguien que no es consciente de que ha comenzado a sufrir presbicia o que tiene las gafas mal graduadas.
La distancia. Otro factor que va a incrementar los síntomas es la distancia de observación, es decir, lo lejos o cerca que tengamos el dispositivo en cuestión: cuanto más lo aproximemos a los ojos, más se intensificarán los síntomas. “El sistema visual del ser humano está diseñado para ver de lejos (más allá de unos seis metros). Cuando miramos de cerca, se activa la musculatura ocular, tanto la que mueve nuestros ojos como la que sirve para enfocar”, explica Alexander Dubra, óptico-optometrista y miembro del Colegio de Ópticos-Optometristas de Galicia. Por lo tanto, cuando miramos lejos, nuestros ojos están mucho más relajados.
La visión próxima implica un esfuerzo para nuestro sistema visual y un mayor gasto energético. “Además, disminuye la frecuencia del parpadeo, por lo que la superficie de nuestros ojos no se rehidrata con las lágrimas con la frecuencia adecuada”, De todas las pantallas, la del televisor es la que menos síntomas oculares/visuales produce, ya que normalmente (sobre todo desde que llegaron los monitores más grandes) se encuentra a una distancia de entre dos y tres metros. A esta distancia, el sistema acomodativo (la adaptación que tiene que hacer el ojo, es decir, el aumento y la disminución de su potencia para modificar el enfoque con respecto a objetos alejados o próximos) se encuentra más relajado.
Le sigue en el ranking la pantalla del ordenador, que debería estar colocada a unos 65 centímetros de distancia y, por último, los dispositivos pequeños, como el teléfono móvil o la tableta, que deberían colocarse entre 30 y 40 centímetros de distancia. Pero muchas personas, sobre todo los niños, los usan a 20 centímetros. Con ellos, nuestros ojos se esfuerzan mucho más. También influye el ángulo de observación. “Si el monitor está situado en una posición elevada con relación a la mirada, el área de exposición es mayor y habrá más evaporación lagrimal, con la consiguiente sequedad ocular y las molestias que implica. Por ello, se aconseja que la parte superior del monitor esté a la altura de los ojos o mejor un poco por debajo, pero nunca por encima”, explica el doctor Salvador Pérez.
¿Tanto daño hace la luz azul?
La tecnología LED es el tipo de iluminación que utilizan los móviles y demás dispositivos electrónicos hoy en día, pero esta luz y sus posibles efectos adversos en los ojos han generado mucha polémica. Según la Sociedad Española de Oftalmología, la luz azul solamente incide de manera superficial en la piel y en los ojos, pero no tiene ningún efecto nocivo. “En general, nuestro sistema visual está diseñado para mirar objetos que reflejan la luz, no que emitan luz. Esta es la razón por la que en los últimos años se ha generado tanta bibliografía científica sobre dispositivos electrónicos y luz azul”, señala Salvador Pérez. Hasta ahora, y según la evidencia científica actual, sabemos que la cantidad de luz azul que procede de la exposición solar es cien veces mayor que la procedente de una luz artificial y que la cantidad de longitud de onda corta que proviene de un dispositivo electrónico es muy inferior al de una luz artificial.
Algo que confirma la Comisión Internacional de Protección de Radiación no Ionizante (Icniro), que analiza los límites de radiación óptica a los que está expuesto el ojo. Su conclusión es clara: el riesgo ocular por la radiación de la luz azul de los dispositivos es bajo y no hay peligro de padecer lesiones oculares, lo que no quiere decir que no pueda molestar o provocar cualquiera de los síntomas del SVI, si se usa ininterrumpidamente.
Entonces, ¿deben usarse filtros contra la luz azul de las pantallas? Los hay para el ordenador, para el móvil, integrados en las gafas y en los mismos sistemas operativos (Google, Apple), y todos ellos se pueden descargar o adquirir por Internet (su precio está entre los 13 y 20 euros). La idea es filtrar parte (entre un 15 y 20%) de esa cantidad de luz azul que nos llega a través de las pantallas y así protegernos del supuesto perjuicio que causa en nuestra retina. Pero lo cierto es que no existe ningún informe o artículo científico que confirme su efectividad. “Lo que sí se puede decir, de manera subjetiva, es que la gran mayoría de las personas que utilizan gafas con el filtro integrado asegura estar más cómoda”, confirma Alexander Dubra.
El 50% del planeta será miope en 30 años
Hasta el momento, se sabe que todos estos síntomas, aunque molestos, solo aparecen mientras se está frente al dispositivo y, en el peor de los casos, pueden perdurar durante horas. Pero la Organización Mundial de la Salud (OMS) prevé que en 2050 la mitad de la población será miope. “Se estima que los niños y jóvenes pasan entre dos y seis horas al día con el teléfono, a lo que habría que sumar las horas en las que utilizan el ordenador y la tableta en el colegio. No es casualidad que el porcentaje de miopes haya aumentado en el mundo desarrollado coincidiendo con la primera generación que ha usado estos dispositivos desde edades muy tempranas, niños que han pasado muchas horas utilizando la visión cercana y muy poco la lejana”, advierte Dubra.
Pero el uso de las pantallas no tiene relación con una de las enfermedades visuales más temidas: el glaucoma, una patología que aparece sin síntomas y que poco a poco roba la visión hasta provocar la ceguera. Aunque en un principio se relacionaba esta enfermedad con la luz azul, se ha demostrado que esto no es así, ya que por mucho que miremos las pantallas, esta luz solo alcanza a nuestra piel y a nuestros ojos de forma superficial, sin ningún efecto en el interior del organismo. Además, como destaca Alexander Dubra, existen unos parámetros que marcan las posibilidades de padecer glaucoma, como la edad, los antecedentes familiares (aumentan hasta diez veces el riesgo de padecerlo), la diabetes, el tabaco, las miopías altas (normalmente por encima de seis dioptrías), el tratamiento prolongado con corticoides o la exposición al sol.
Manual de buenas prácticas para unos ojos pegados a la tecnología
Las pantallas (tipo PC o Mac) con las que trabajamos deben situarse entre los 50 y 70 cm de distancia, nunca a menos de 40 cm, ya que la fatiga y las demandas visuales a esa distancia son muy altas. Tienen que estar a 10-20 grados por debajo de la línea de la mirada y debemos sentarnos con los pies apoyados en el suelo, la espalda, en la zona lumbar, y la posición de las rodillas en ángulo de 90º.
De vez en cuando hay que descansar (lo ideal es cada 45 minutos) para movernos, hacer estiramientos y aprovechar para parpadear. Mientras trabajamos hay que mirar a lo lejos cuando sea posible y realizar la regla 20/20/20: cada 20 minutos mirar durante 20 segundos a una distancia de 20 pies (6 metros).
La imagen de la pantalla debe ser estable, nítida y sin destellos. Para evitar deslumbramientos hay que colocar la pantalla lejos de las ventanas, que estarán cubiertas con cortinas o persianas. Para reducir la posibilidad de fatiga visual es muy importante elegir un buen monitor, con la resolución adecuada. Para que no se canse el ojo, lo ideal es que la pantalla tenga una tasa de refresco –que es el número de veces que un monitor actualiza la imagen en un segundo–, de unos 120 Hz, que significará que la imagen se actualiza cada 120 segundos. Lo mínimo para que el ojo no perciba el temblor en la pantalla sería un monitor con una tasa de refresco de 50 hz (la mayoría de los móviles tienen 60 hz, pero los hay de 90 hz).
La iluminación. La cantidad de luz que haya en la habitación constituye un factor fundamental ya que, cuanto menos iluminada, más fijaremos la vista en la pantalla y tenderemos a parpadear menos. Es importante que exista un equilibrio entre la luz que proyecta el monitor y la del ambiente. Siempre es mejor la natural, pero si ha de ser artificial, mejor evitar los fluorescentes.
Refréscate con lágrimas artificiales. Se recomiendan aquellas que se pueden comprar sin receta y solo aportan humedad al ojo. Lo ideal son las que vienen en monodosis, sin conservantes (ya que vamos a utilizar el producto con frecuencia) y con ácido hialurónico, por sus cualidades hidratantes.
La pantalla debe estar limpia, ya que las partículas de polvo que quedan adheridas pueden agravar la irritación ocular.
Existen ‘apps’ para móviles que oscurecen la pantalla, avisándote de que ya llevas mucho tiempo pegado a ella o que las condiciones de luz no son las más adecuadas. Incluso te alertan si te encuentras a una distancia demasiado corta (menos de 30 cm ya es motivo para llamarte la atención).
La luz azul está en las pantallas y dispositivos, pero también en el sol. La necesitamos para regular bien los ritmos circadianos, ya que influye sobre la activación y supresión de la melatonina, que nos ayuda a regular el sueño. Es importante que lo último que hagamos antes de dormir no sea mirar a la pantalla, porque la luz azul incide de manera negativa sobre la secreción de melatonina.
Fíjate un día a la semana e intenta pasarlo libre de pantallas. Si tienes hijos, recuerda que tú eres el mejor ejemplo para ellos.
Pasar tiempo al aire libre es esencial para un desarrollo ocular normal en los niños. Según la Academia Americana de Oftalmología, 40 minutos de aire libre al día pueden reducir la miopía. Otro trabajo publicado en The Lancet asegura que la exposición a la luz solar (sin mirar directamente) estimula la producción de dopamina, un neurotransmisor del sistema nervioso que impide que el globo ocular se alargue, que es lo que causa la miopía.
Videojuegos que curan el ojo vago
Las pantallas pueden ser un aliado también en nuestra salud ocular. El mejor ejemplo lo tenemos en los programas informáticos y videojuegos diseñados exclusivamente para el entrenamiento visual. Por ejemplo, se utilizan para los casos de ambliopía (ojo vago), una alteración visual que afecta al 3% de la población mundial y que hace que el cerebro de la persona no esté conectado con uno de sus ojos, por lo que suprime toda la información de ese ojo para quedarse solo con la que le manda el otro. Aunque el parche aún es hoy el tratamiento estándar (se tapa el ojo sano para que el vago se esfuerce más), las terapias con videojuegos –hay varios que se han creado en concreto para tratar esta afección– resultan un buen complemento para la rehabilitación.
Diversos estudios han mostrado cómo tras la terapia con videojuegos diseñados a medida para tratar el ojo vago, en los que fundamentalmente se fuerza a los niños a utilizar los dos ojos, se ha observado una mejora considerable en la agudeza visual, la capacidad estereoscípica (para percibir la distancia mínima posible entre un objeto que está superpuesto en el espacio a otro) y la velocidad de lectura de los participantes. “Pero los videojuegos no solo son útiles en casos de ambliopía y para la visión periférica, también sirven para mejorar muchas otras habilidades como la coordinación ojo-mano, la anticipación y la atención visual, los movimientos oculares, el tiempo de reacción, la visión en tres dimensiones, etc. De hecho, muchos deportistas de élite que no tienen problemas visuales realizan entrenamiento visual para mejorar sus capacidades y aumentar así su rendimiento”, explica el ópticooptometrista Alexander Dubra.