Hace pocos días fueron entregados los Goya, el galardón por antonomasia del cine español y cuya ceremonia supone la clausura de la temporada cinematográfica. Viendo la última cosecha, ¿es razonable seguir hablando de crisis en la producción nacional?
Nuestra industria cinematográfica ha sido siempre muy débil. Ha estado, y sigue estando, condenada a utilizar la picaresca, esa faceta tan nuestra de buscarnos la vida echando mano de la improvisación y la oportunidad. De cualquier forma, se llegan a estrenar 120 películas españolas al año, de las que 20 son interesantes y otras 10, francamente buenas. El cómputo, lejos de ser excelente, no es desesperanzador. “Mi vida sin mí”, de Isabel Coixet, por ejemplo, es una película de autor que fue rodada en Canadá con actores desconocidos en nuestras salas, y además, narra la historia de una chica que se va a morir; pues bien, a pesar de que nadie hubiera dado un duro por ella fue vista, antes de los Goya, por más medio millón de espectadores.
¿Vivimos entonces un buen momento?
Éste es el año de “Te doy mis ojos”, “Las horas del día” y “En la ciudad”. Para mí, el balance artístico es muy bueno, y el económico, cuando todos temíamos que fuera un mal año, entre “Mortadelo y Filemón”, “La fiesta”, “Días de Fútbol” y el resto de películas españolas, vamos a hacernos con un 17% de cuota de pantalla, que no está mal. Vivimos una fase que se caracteriza por un cine muy heterogéneo, pero yo no destacaría esto del momento actual sino el hecho de que se ha producido la confirmación del relevo generacional dentro de la industria española.
Un 17% de cuota de pantalla para el cine español y un abrumador 70% para el cine estadounidense. ¿Qué le dicen estas cifras?
Que estamos colonizados culturalmente. Nos sentimos más a gusto, e incluso más identificados, con una película que sucede en un High School de Michigan que viendo lo que pasa en un barrio de Madrid.
Tal vez porque tratan temas universales y con un lenguaje más asequible que el del el cine europeo, donde las narraciones son más subjetivas, más vinculadas a lo que se conoce como cine de autor.
Lo que sucede es que el cine comercial de Hollywood está muy ligado al espectáculo. Su industria cuenta con grandes medios y utiliza, en general, un lenguaje muy actual basado en una dialéctica rápida que no hace ni permite pensar. Al finalizar la proyección, puedes darte cuenta que no te ha aportado nada, pero te ha entretenido, y eso es lo que a la postre, y no hay que despreciarlo, busca la mayoría del público.
¿Y por qué el cine español no hace ese tipo de películas?
También se rueda cine de entretenimiento. Ahí está el ejemplo de “Días de fútbol” y “800 balas”, pero no se producen en la cantidad con que lo hace el cine norteamericano.
¿Tienen cabida en su programa las películas más comerciales?
El primer objetivo de “Versión Española” es contribuir a promocionar el cine español, pero siempre he tenido claro que no podía convertirse en un gueto, que debíamos huir de programar películas que nadie ha visto y que no han tenido éxito en las salas aunque un reducto de críticos o cinéfilos las consideren magníficas. Pero tampoco es nuestra misión estrenar “Los otros”, de Amenábar, porque este tipo de películas están dirigidas a una mayor audiencia. Este tipo de filmes no los programamos en su primer pase por televisión, pero no descartamos reponerlos. Nos sucedió con “El Bola”: dimos un segundo pase y logramos la mayor audiencia de nuestra historia.
Otra característica de “Versión Española” es el uso que hace de Internet
Siempre hemos querido ser algo más que un programa de televisión. Queríamos convertirnos en una marca de difusión del cine español, para lo que abrimos diferentes frentes. Nuestra página web está entendida como un lugar más de servicio y apoyamos a quienes quieren hacer cine. Se encuentran reseñadas, por ejemplo, las escuelas de cine del mundo entero; habilitamos un foro de discusión sobre el cine español y vamos introduciendo la memoria del programa, con lo que contribuimos a crear bibliografía del cine.
Dentro de esa heterogeneidad de fórmulas, podría contemplarse el concurso de cortos.
El concurso es de ámbito iberoamericano, hemos ampliado lo de cine español, o mejor dicho, lo ampliamos a los países donde nuestro idioma es el oficial, y hemos conseguido una respuesta muy importante. En esta edición contamos con el apoyo de la SGAE.
Hubo un tiempo en que las salas de cine proyectaban cortometrajes antes de las películas. ¿Abogaría por volver a esa práctica?
No se puede obligar a nadie a nada, aunque lo que se persiga sea loable. Al final, si los medios no han sido los adecuados, no se logra nada. La iniciativa de obligar a proyectar cortos llevó a que algunas productoras, bajo el formato del corto, introdujeran anuncios largos, lo que lógicamente puso al público en contra de los cortos. Recuerdo que eran reportajes promocionales y empalagosos, que nada tenían que ver con el lenguaje cinematográfico.
¿Hasta qué punto cree que el cine, el teatro, la música, la danza y otras manifestaciones artísticas han de estar subvencionadas por el dinero público?
La cultura no es negocio, con lo que si no favoreces su promoción nadie, salvo mecenas excéntricos que ya no sé si quedan, se involucraría en su creación, ni nadie podría vivir de ella, y la gente no puede comer del aire ni vestir de sueños. Pero esta idea está enfrentada a la tutela política. El gobernante debe tener claro que la cultura es la expresión libre de un pueblo en un momento concreto de su historia, que se manifiesta a través de dialécticas dispares con el único objetivo de comunicar arte.
¿Ve razonable que actores y gentes del mundo del cine en general se conviertan en portavoces de la sociedad?
Si los actores, en colectivo o de forma individual, quieren posicionarse y entienden que pueden utilizar su fama y su reconocimiento social para expresar una postura, son muy libres de hacerlo. Como lo es cualquier profesional de cualquier ámbito.
A mí parece fantástico que se posicionen y se expresen, sin erigirse en voz de la cultura ni nada parecido. Además, tal vez, muchos coincidamos con su postura y agradezcamos que sea expresada.
Insiste en afirmarse como periodista, pero ha trabajado como guionista para cineastas consolidados como Saura, Calparsoro y Herrero ¿Podría definir el trabajo de escribir un guión?
Es lo más parecido a una gestación. Existe una semilla que fertiliza y va engordando, y tienes que alimentarla y tienes cuidarla para que no le pase nada; y te obsesiona, y sólo piensas en ello y en que todo salga bien. Y al cabo, para mí al menos, de un periodo cercano a los nueve meses, sale a la luz el guión.
Pero cede su trabajo a otra persona para que le dé vida.
Así es, pero esa ruptura, aunque pueda resultar muy frustrante, está en la propia esencia del trabajo de guionista. Rafael Azcona, por ejemplo, lo tiene asumido, pero otros guionistas terminan dirigiendo las películas que han escrito.
¿Por eso se ha lanzado a dirigir la historia que ha creado?
Me he encontrado con la oportunidad y en ello estoy. El guión está terminado, nos hallamos en la fase de casting, después de haber localizado unos exteriores que nos permitieran contar la historia de un niño que, en vísperas de la muerte de Franco, intenta buscar su lugar en el mundo.
¿Se lanzará, entonces, a dirigir cine y abandonará su tan celebrado como necesario programa?
Por el momento, yo sigo siendo periodista.