¿Recuerda el primer libro que editó?
Perfectamente. Fue en 1979 y elegí la obra completa del poemario del escritor catalán del siglo XV, Osias Marco. Su obra ya había sido recogida, pero siempre en volúmenes didácticos dirigidos a filólogos del catalán. Acercar sus poemas al gran público, alejándome del cariz académico que le había rodeado hasta entonces, fue para mí un reto cumplido. Puede decirse que soy lector por pasión, tengo muy poco de escritor y llegué a ser editor por casualidad. Desde luego, mi condición de profesor universitario de literatura me acercó a la posibilidad de editar, y cuando surgió la oportunidad de crear una editorial coherente con mi pensamiento y mis aficiones literarias, me lancé a ello.
Exactamente, ¿cuál es la función de una editorial independiente como la suya?
Una editorial es una empresa, y como tal tiene el propósito de poner en circulación libros para que se vendan, con los que se hace negocio. Pero también tiene la función de preservar el patrimonio cultural y recuperar voces importantes para los lectores y para la historia de la literatura.
Para ello habrá de contar con escritores. ¿Cómo se encuentran con la editorial?
Existen dos cauces. Quien escribe en español manda el escrito al despacho o lo hace su agente en la confianza de que aquí se leen todos los originales que llegan. Cada vez son más pero mientras pueda seguiré leyéndolos, es algo que me divierte mucho. Por otra parte, seleccionar a un autor extranjero responde más a una decisión personal movida por un conocimiento que se tiene de su obra a través de la investigación de los movimientos culturales que quedan reflejados en los periódicos y revistas de calidad de todo el mundo. A partir de ahí, se contacta con el autor o con su agente.
¿Sucedió así con Kertész?
Efectivamente. Mi trabajo habitual me llevó a leer en el “Nuevo Diario de Zurich” un artículo sobre Kertész y me pareció interesantísimo. Empecé a investigar y la casualidad quiso que al preguntarle por él al traductor de alemán que trabaja con nosotros, un chileno hijo de la diáspora húngara, me elogiara su obra lleno de entusiasmo, incluso por gusto tenía empezada la traducción de Kaddish por el hijo no nacido, la primera novela suya que vio la luz en español. Me prestó más libros traducidos al alemán y empecé a leer El diario de Galeras, que publicaremos este próximo octubre. Me fascinó su escritura.
Y se convirtió en su editor. ¿Estaba ya encumbrado en su país, Hungría?
Qué va, para nada. De hecho, cuando dio la rueda prensa al conocerse la concesión del Nóbel, y a la pregunta de un periodista sobre su reconocimiento en Europa, me echó una flor. Afirmó que en Hungría vendía poco; que en Alemania, algo más, y que era España, gracias a su editor “loco”, donde mejor iba su difusión. Me gustó aquel detalle.
Imaginemos a un lector que no puede investigar para decidir qué merece la pena leer. ¿Cómo no perderse en la marisma de títulos, autores y obras que aparecen cada día?
Es difícil, porque la cantidad de novedades que ven la luz, que casi se podrían contar por horas más que por días, es tan enorme que el lector se siente desconcertado. Un procedimiento, sin duda, es que la elección devenga de una conversación, de la recomendación de otro lector. Pero también sirve el dejarse guiar por una editorial. Pienso en mí mismo como lector, y existen editoriales que siempre han respondido a mi confianza, y acercarme a cualquier título nuevo de esas editoriales no me depara ninguna sorpresa desagradable. Quizá me interesa más o menos, pero cumple mis expectativas.
¿La buena literatura tiene que ser compleja?
Para nada. No debemos olvidar que la misión de la buena literatura es divertir. Se trata de una diversión que nada tiene que ver con el concepto imperante en la actualidad de salir de uno mismo. La lectura es el placer de interiorizarse y afecta a la propia condición del ser humano, al que hace disfrutar, aunque en ocasiones exija un esfuerzo intelectual. Pero no toda la lectura tiene el mismo calado. Las novelas policíacas no son profundas y, sin embargo, pertenecen a un género que resulta muy enriquecedor, tal vez porque leídas en la edad adulta suponen una regresión a la infancia.
A una infancia seguramente lectora. ¿Cuál es la clave para llegar a ser un buen lector?
Yo tuve la gran suerte de que en casa de mis padres no había un solo libro prohibido en la gran biblioteca y que para mí leer era una pasión, hasta el extremo de que mi madre me quitaba la bombilla de la lámpara de la mesilla de noche para que no abusara. Leí entonces las noveles de Julio Verne, La isla del tesoro, incluso de muy jovencito algo de Shakespeare, comedias como el Mercader de Venecia. Pero en igualdad de oportunidades salen lectores compulsivos y otros que sólo leen el BOE, o ni eso. Con esto diré que no existe ninguna fórmula para convertir la lectura en una pasión. Como método, sólo defiendo la importancia de leer con un diccionario. Además de que descubrir el significado de una palabra nueva es algo fantástico, no se puede seguir una lectura sin entender todos los vocablos. Una de las peores cosas que está sucediendo en los colegios es que a los textos de lectura se les acompaña de un glosario. A esto se suma el error de dar a leer libros conocidos en la lengua que conocen. Difícilmente los escolares van a aprender nada que ya no sepan, ni se despertará su curiosidad.
La feria del libro es un reclamo mercantil para promocionar la lectura, pero existen corrientes intelectuales que critican el hecho de que produce más público de libros que lectores.
Para mí, acudir a la Casa de Campo de Madrid y estar en la caseta de la editorial durante la feria se ha convertido en una cita ineludible. Disfruto escuchando a los lectores y observando cómo hojean los libros. Claro que me gustaría vender muchos libros, aunque algunos sólo sirvieran para ocupar un espacio en la biblioteca. Pero creo que la afirmación de que se compra más de lo que se lee oculta una crítica al esnobismo al que es de justicia reconocer cierto mérito. Gracias a estas personas intelectuales o estetas, diversas corrientes minoritarias que difícilmente iban a poder ser de acceso popular se han abierto al gran público.
¿Qué libros deben estar presentes en una buena biblioteca?
Es difícil hacer una selección. Depende de la edad del lector, de su momento vital, de las circunstancias que le rodean. Sí me atrevería hacer un listado de aquello que se debe leer en edad escolar: El Lazarillo, Don Quijote, La isla del Tesoro, Robinson Crusoe… Pero hay tantos grandes autores… Lo que debería promocionarse es la lectura, sin sujeciones, y no intentar encuadrar la literatura en francesa, española o inglesa.
Pero no hay duda que leer literatura traducida, bien traducida, es difícil.
Lo óptimo es leer la obra en su lengua original. Esto no es posible en muchas ocasiones, sin embargo, las editoriales importantes cuidan mucho que sus traducciones estén a la altura del original, que logren darle el tono, ser el eco de la voz del autor, no de quien traduce.
¿Cómo son los escritores?
Hay de todo. No se puede definir al escritor. Lo único que les une es la estima a su obra y el mimo que solicitan para ella, pero después, sus personalidades son antagónicas. Los hay que sólo leen y otros a los que les gusta el cine; los que viven en el campo o los que prefieren la ciudad; los abstemios y los amigos del buen vino; los diurnos y los noctámbulos; los viajeros y los sedentarios; los que esperan la inspiración y los que trabajan para que les coja sentados.
¿Los libros son caros?
La afirmación a su pregunta es una de las dos coartadas de los no lectores. La otra es no tener tiempo. Por lo general, el precio de un libro en España está por debajo del que se paga en otros de países del Euro. Si lo comparas con la entrada de cine, de un concierto o una cena, creo que sale bastante bien parado.