¿Estamos educando bien a nuestros hijos?
En primer lugar cabría una respuesta desdramatizada, parece como si hubiera un declive de la educación de los hijos y, sin embargo, existe una enorme preocupación. La atención que hoy prestan los padres y madres a sus hijos no tiene parangón con ninguna otra época, especialmente por parte de los padres, que casi desaparecían en esa tarea y encomendaban esa misión a la madre, a la sociedad y a los centros educativos.
Pero ese mayor grado de compromiso y dedicación no siempre se corresponde con una acertada conducción de los hechos. Se está produciendo una dejación del poder de los padres y madres, tal vez por excesivo cariño o apego a unos hijos que cada vez son menos, o porque tienen miedo a les tachen de paternalistas, cuando no de algo peor. Pero la autoridad de los padres debe prevaler, entendiendo como autoridad sencillamente la consideración de que los padres tienen algo que decir en la vida de sus hijos. La realidad es que los hijos cuentan con otros referentes, y la sociedad respalda el mensaje de que lo dicen sus padres es un recado que no convence.
Sin embargo, la institución que goza de mejor predicamento es la familia.
Pero en el tema de la educación la familia se encuentra sola. Hoy, el entorno es absolutamente deseducativo. Esto ha llevado a que la familia y la escuela pasen de ser agentes activos de la educación a ser defensivos. Dedican gran parte de su tiempo a intentar prevenir y reconducir las conductas. La clave de la mejora de la educación no reside ahora en la familia ni en la escuela, sino en mejorar la sociedad, el entorno donde se desarrolla el niño y la niña.
¿Qué factores provocan ese entorno? ¿La televisión, por ejemplo?
La televisión es un factor deseducante más de nuestra sociedad, pero también es un chivo expiatorio. La tele la encienden las personas y su programación la deciden personas, no podemos cargar la culpa sobre las comunicaciones audiovisuales como si fueran entes autónomos. En muchos otros ámbitos se presenta una sociedad agresiva, que incita a imponerse al contrario, una sociedad cuyos iconos son el ocio y la manera fácil de conseguir dinero a cualquier precio. El número de actos violentos que ve un niño hasta los 18 años es escalofriante. Esto confirma que hay cambiar el signo de los tiempos, salir de la crisis en la que estamos sumidos y procurar una sociedad que incite al aprendizaje y que premie el esfuerzo. Decíamos que los padres están solos, y la escuela con ellos, pero es que la escuela se ve abocada a enviar mensajes negativos: evitar las drogas, evitar que se pase el día viendo la televisión, evitar que se enganchen al móvil… Tiene que poder abandonar el credo negativo y ofrecer alternativas positivas.
Los sistemas educativos también están cuestionados.
Después de la Segunda Guerra Mundial hubo un intento de igualitarismo en todos los ambientes de la sociedad, y en la enseñanza esto se tradujo en la puesta en marcha de una educación igualitaria. Lo que en Inglaterra se llamó escuela comprensiva, en la que un mismo programa era impartido en una clase muy heterogénea. Para hacer a todo el mundo igual se olvidaron las diferencias entre las personas. A mi juicio así salen perdiendo los chicos con mayores dificultades, pues se les engaña cuando se les dice que han de hacer lo mismo que los demás, cuando no pueden o no quieren. Hay pues un porcentaje de escolares con mucho retraso que pasan de curso sin haber aprendido. Pero eso tal vez es menos preocupante, lo más negativo es el ambiente de mediocridad que se impone, que choca frontalmente con la excelencia. Muchos estudiantes salen con la sensación de que pierden el tiempo y hacen el esfuerzo suficiente para cumplir el expediente, pero no para dar lo mejor de sí mismos. Y esto va en contra del desarrollo de un país, pues un país necesita de personas que se esfuerzan. Para crear igualdad se está produciendo desigualdad. Y precisamente los más conscientes de ello son el estudiante aventajado que se aburre en clase y el que no llega, que desde el inicio eran menos iguales al resto.
Las estadísticas de fracaso escolar en España son de las más altas de la Unión Europea. Casi tres de cada diez alumnos no finaliza los estudios obligatorios, y cerca de la mitad de los que obtienen el título de Graduado en Secundaria lo hacen con asignaturas pendientes.
El fracaso escolar no es sólo preocupante, es dramático. Hoy en día, fuera de la escuela no hay posibilidad de socializarse. La persona extraescolarizada se ha quedado sin recursos para entrar en la vida social, hasta para aspirar a una profesión poco especializada es necesario haber pasado por la escuela. No en vano los focos de pobreza en el mundo están ligados a la falta de educación, pero no sólo en países no desarrollados. En Occidente también sucede, con el agravante de que la escolarización es obligatoria y gratuita. Ahora se ha producido un fenómeno nuevo: los analfabetos que han ido a la escuela durante 12 años de su vida, el llamado iletrismo escolarizado. No se ha querido ver que pasar curso sin aprender, tolerar el fracaso, obviar la falta de conocimiento lleva a esos chavales que han estado sólo ocupando un pupitre al mundo marginal. Debemos que tomar buena nota, y pensar por qué la escuela no les atrae, y procurar una escuela atractiva que aúne voluntades para el aprendizaje.
También el profesorado acusa esta crisis. Es un sector profesional con mayor porcentaje de estrés y de depresión. ¿Por qué?
En todos los países de nuestro entorno se produce esa angustia de un profesional que está implicado y es colaborador en la educación, además de estar preparado para ello, pero que se encuentra con alumnos que no quieren aprender y con un sistema que les permite no hacerlo. Esto conduce a la desmotivación del profesorado, que al cabo de un tiempo está corroído y que a lo largo de todo un curso pasa de sentirse frustrado a estar estresado. Y, al final, los mejores profesionales, antes que enfrentarse con el aula, prefieren hacer otra cosa, marchar a otros departamentos, buscar otra salida profesional dentro de su carrera. Además, en España, su descrédito se procede en la base. ¿Por qué en las escuelas de Magisterio se pide más nota para estudiar la rama de Educación Física y de Música que para Primaria? Por otra parte, el profesorado también debería tomar nota de la crisis social y saberse ejemplo de su alumnado. El profesor de lengua clásica no puede ser visto por los alumnos leyendo siempre un periódico deportivo.
Un problema del ámbito educacional que en este momento llama poderosamente la atención es el de la violencia en la escuela, ¿con qué datos nos enfrentamos?
En 1998 había registrado un 13% de profesorado agredido. Este porcentaje está subiendo de manera alarmante. Se están introduciendo armas blancas en las escuelas. Las agresiones al profesorado han crecido. Además, no sólo son agresiones verbales, se pinchan las ruedas de sus coches, se les amenaza físicamente. A esta violencia hay que sumar la que sufren otros alumnos. Siempre se ha producido el caso del niño intimidado, pero hoy está amenazado por un grupo más violento, y no encuentra en el profesorado, que también está amenazado, apoyo. La solución, insisto, está en cambiar los valores sociales.
El alumnado pasa cada vez más tiempo en la escuela, con las llamadas clases extraescolares, ¿cómo ayudan en su educación?
Es un tema de extrema importancia. Al dejar en manos de la escuela la educación, como si fuera el único agente válido pues es el profesional, la escuela se convierte en totalizadora de la educación del niño. Y, sin embargo, las investigaciones advierten que cuantas más horas está abierta una escuela menos educación produce, pues conforme pasa el día se va perdiendo el ambiente de aprendizaje. Esto nos lleva a concluir que las actividades extraescolares no pueden ser responsabilidad de la propia escuela. Si las imparte el mismo centro, no se trata en esencia de clases extraescolares.
Pero la propia sociedad demanda su implantación.
Pues debe ser ella la encargada de procurar actividades educativas fuera de la escuela, y no sólo organizar el ocio. Una escuela es una institución de aprendizaje que sabe enseñar mejor que otras instituciones determinadas materias, pero no todas. La manía con la enseñanza de la religión. Nadie aprende a ser católico, musulmán o protestante en la escuela.
¿Aboga, pues, con suprimir su enseñanza?
Para mí, la enseñanza de la religión en la escuela forma parte de la materia cultural. Todas las culturas tienen referencias religiosas, por lo que su aprendizaje es necesario para acceder a otros conocimientos. No abogo por la enseñanza catequística, esa es una labor de las iglesias y de las familias. Pero la religión relaciona al hombre con la trascendencia, y es preciso enseñar al niño las soluciones que dan las diferentes creencias, sin afán de adoctrinar a nadie.
La escuela es también el reflejo de una sociedad, donde la inmigración es cada día mayor.
Pero no podemos pretender que sea la única llave de integración de los nuevos ciudadanos en la comunidad. La están dejándo sola, convirtiéndola en el único espacio de convivencia. Su verdadera acogida ha de producirse en muchos otros ámbitos. De cualquier forma, sí es necesario un esfuerzo añadido de la escuela en la integración del emigrante, pues, como hemos dicho, si no logramos su escolarización le condenamos a la marginación. En este aspecto, en España estamos todavía a tiempo de no cometer los errores de países vecinos.