Evitemos el autocontrol
¿De qué hablamos exactamente cuando nos referimos al juego sexual? Al igual que en cualquier acto voluntario que busca la diversión, cada paso del juego sexual es un juego en sí, desde que se inicia hasta que se termina. Cada etapa tiene su sentido, y se vive y disfruta sin que ninguna parte sea considerada más o menos o importante. Así es como entendemos el juego sexual. Un beso, un abrazo, un coito, unas caricias, una masturbación… y tantas maneras de encontrar el placer son en sí juegos sexuales. De manera errónea las prácticas sexuales se han dividido en completas y preliminares. La importancia de las primeras frente a la desvalorización de las segundas no hace sino que perdamos el goce del juego en pro de una meta que puede o no llegar, y puede o no buscarse.
Lo llamamos juego sexual porque implica cierta relación lúdica. El adulto decide ceder terreno a la parte más sincera y menos condicionada por su madurez, a su parte más infantil. Se trata de despojarse de prejuicios, estar ajeno a tabúes y mitos encorsetadores y prohibitivos, y llegar al juego por el placer de jugar, dando paso a la curiosidad, la exploración, la fantasía y la pasión. Se trata de aprender de uno mismo, de conocerse más y desarrollar las potencialidades de un encuentro sexual donde se hacen presentes la cooperación y el gozo. Se abandona la condición de persona aprendida y la máscara que obliga a aparentar, a controlar y, en definitiva, a saber, y se deja arribar la personalidad más niña. El poder y la prepotencia aquí no sirven, pues el placer implica libertad, concedérsela a uno mismo y procurársela al otro, propiciar risa y alejar la seriedad. Se trata de jugar, sabiendo que la satisfacción del juego no dependerá del amor ni de la habilidad, sino de permitirnos un código que nos aleje del autocontrol.
¿Qué nos impide disfrutar del juego sexual?
Ser un buen jugador dependerá de nuestra actitud ante la vida. Deviene del código de comunicación con el que nos desenvolvemos en las relaciones y ante las situaciones. Una actitud positiva al placer y una comunicación abierta, serena y de encuentro, nos alejará de la competitividad y hará ridículas las comparaciones. La seguridad y la autoestima son los resortes seguros que abren la puerta del deseo. Admitir el deseo y querer aprender a gozar es una opción consciente y educable a cualquier edad, sólo se necesita libertad para desarrollarla.
La satisfacción sexual no viene, pues, de la mano de un manual de posturas, roces o caricias más o menos habilidosas. Todo esto es materia de aprendizaje que viene después y que no tendría ningún efecto si no tenemos bien claro que nuestra capacidad de placer, es decir, nuestra sexualidad, es un proyecto que empieza por aceptarnos, respetarnos y amarnos, y sigue por querer y aprender a gozar y a hacer gozar. Sin prisas, sin retos y a nuestro ritmo.
Tres conceptos importantes a tener en cuenta
- Necesidad de conocimiento corporal
- Qué y cómo quiere nuestro cuerpo
- Qué y cómo siente
- Ponerle lenguaje a sus distintas partes y hablar de ellas al igual que lo hacemos de otras
- Revisión de nuestra actitud hacia el placer
- No es sucio
- No hay nada prohibido entre dos personas que responsablemente quieren compartir
- Lo merecemos y es el código en el queremos movernos para vivir
- Revisión de nuestro concepto del placer
- El goce requiere el cuerpo entero
- Querer descubrir nuestra máxima capacidad de placer
- Querer disfrutar de cada situación y momento
- La comunicación positiva y abierta como vehículo al placer
- Apasionarnos con nuestra vida
- Sentimientos de culpa.
Se generan cuando se quiere experimentar con el placer pero surgen contradicciones con los valores interiorizados y por los que nos movemos. El placer está asociado al egoísmo, a la falta de principios morales y a la frivolidad. En nuestro código moral muchas veces aparece contrapuesto al deber y a la rectitud con la que tenemos que funcionar en la vida. Este deber exige a las mujeres la necesidad de mezclar el amor con el placer, mantenerse en un papel pasivo y ser el “objeto de deseo”, y a los hombres un papel activo, deseante y responsable de que la mujer goce en la relación. En él se asientan también los pudores y vergüenzas que coartan y frenan necesidades y deseos en el encuentro sexual.
- Baja autoestima.
Cuando hay un escaso conocimiento personal, tanto corporal como de los valores por los que movemos; cuando sabemos poco sobre cómo sienten nuestras diferentes partes del cuerpo y cómo éste quiere en cada momento sentir, se conduce hacia la baja autoestima. El escaso autoconocimiento afectará a nuestro autoconcepto, y éste incidirá directamente sobre nuestra confianza y seguridad, quebrándolas de tal manera que nos hace ser dependientes de quien nos diga que nos quiere. Se pasa entonces a primar y priorizar sus necesidades y deseos, aún a costa de no atender a los nuestros propios. Una relación basada en la dependencia está lejos de un principio tan básico como es compartir las experiencias, y es desde éste desde donde se fundamenta el placer.
- Diferentes tabúes y prejuicios.
El placer no es sucio ni pecaminoso. No hay nada prohibido entre personas que responsablemente quieran compartirlo.
- Miedos interiorizados.
Al buscar el placer aparecen como fantasmas los genitales femeninos, la posibilidad de embarazo o las enfermedades de transmisión sexual. A éstos unen también el miedo a no dar la talla o a fallar y, por tanto, a exponerse al rechazo.
- Falta de tiempo.
Amar, mimar, compartir, no es posible si no disponemos y dedicamos tiempo a ello y lo hacemos como una más de las prioridades que nos marcamos en la vida.
- Enfados y conflictos.
En esos momentos nos cerramos al contacto físico, en ocasiones como castigo a la otra persona. Esto es consecuencia de que manejamos mal los enfados. Los conflictos se resuelven con una comunicación abierta, positiva y empática. Una caricia, un gesto físico de acercamiento ayudan y propician en la fluidez de esa comunicación.
- Estrés.
Hay que ser conscientes de que es uno de los grandes enemigos del placer, que nos hace desembocar en la inapetencia y la apatía sexual.
- Algunos medicamentos.
Determinados ansiolíticos, antidepresivos o fármacos para tratamientos de hipertensión arterial pueden incidir en la falta de deseo, si bien no se conocen del todo sus efectos secundarios por la falta de contrastadas experimentaciones.
- Falta de comunicación.
Cuando hablamos de comunicación no hablamos de trasmitir mucha o poca información, sino de decirnos, de comunicar lo que queremos, lo que nos gusta, lo que nos molesta o duele, lo que nos hace felices. Decirnos es compartir intimidad, participarnos nuestra vulnerabilidad.